El
rey de Marruecos, Mohammed VI, patrocina conversaciones de paz en la ciudad de
Bouznika entre el Consejo Supremo del Estado Libio y la Cámara de Representantes
de Libia, intentando poner fin a una década de cruenta guerra civil en Libia.
Desde
hace años el Rey de Marruecos, Mohammed VI no ha ahorrado esfuerzos para
terminar con la guerra civil que enfrenta al pueblo hermano de Libia.
Poco
después de la muerte del dictador Muamar Gadafi, estalló en Libia una guerra
civil sostenida en el tiempo por la intervención de diversos países. Uno de los
bandos es el Consejo Supremo del Estado Libio, con sede en la ciudad de Trípoli,
apoyado por el gobierno turco del presidente Recep Tayyip Erdoğan, Italia y el
Emirato de Qatar, que tiene reconocimiento por parte de Naciones Unidas y la
Unión Europea.
El
otro bando lo constituye la Cámara de Representantes, con sede en la ciudad de
Tobruk, que tiene como brazo armado al Ejército Nacional Libio que comanda el
autodesignado “mariscal” Jalifa Haftar. Este sector cuenta con el apoyo del
presidente ruso Vladimir Putin, los Estados Unidos, Egipto, Arabia Saudí,
Jordania y Francia.
La
guerra civil se intensificó a partir de abril de 2019, cuando las tropas del
Ejército Nacional Libio lanzaron una fuerte ofensiva que les permitió
conquistar gran cantidad de territorio hasta aproximarse a la ciudad de
Trípoli, gracias al apoyo de fuerzas mercenarias rusas del Grupo Wagner que
combatieron como tiradores de élite y en la vanguardia de las ofensivas.
Este
año la situación en gran medida se revirtió. Las milicias que apoyan al Consejo
Supremo del Estado Libio reforzadas por aproximadamente 11.700 mercenarios
islamistas sirios aliados de Turquía. La vanguardia en la Operación Amanecer
Libio estuvo formada por las tropas de la milicia de la ciudad de Misrata
que contaron con el apoyo de drones turcos. Las tropas del Consejo Supremo
hicieron retroceder a los efectivos a las órdenes de Jalifa Haftar recuperando
posiciones estratégicas, incluidas la base aérea de Al-Wetya y la ciudad de Tarhuna.
Nuevamente el frente de combate se estabilizó.
La
presencia abrumadora de fuerzas mercenarias, el descubrimiento de fosas comunes
llenas de cadáveres cuando las tropas de Consejo Supremo recuperaron la ciudad
de Tarhuna, antiguo centro de operaciones y logística de las tropas de Haftar,
las tensiones entre Grecia y Turquía por la explotación de los recursos
petroleros en el Mediterráneo Oriental y la crisis sanitaria mundial provocada
por la pandemia del coronavirus Covid 19, se combinaron para convencer a todos
los actores internacionales involucrados de que había llegado el momento de
poner fin al genocidio libio.
Este
era el momento que estaba aguardando la diplomacia marroquí para convocar a
nuevas conversaciones de paz en Bouznika. Una bella ciudad turística de treinta
mil habitantes, situada en el litoral atlántico a 33 km de Rabat y a 40 km de
Casablanca.
Siguiendo
directas instrucciones del Rey Mohammed VI, la diplomacia marroquí ha impulsado
el diálogo entre las partes enfrentadas en base a tres principios: el
reconocimiento del patriotismo que impulsa a todos los libios, la convicción de
que la solución del conflicto sólo puede ser política y la confianza en la
capacidad del Consejo Supremo del Estado Libio y de la Cámara de Representantes
de Libia, como instituciones legítimas, de superar las dificultades y entablar
un diálogo en interés del país, con toda la responsabilidad a fin de superar
las difíciles circunstancias actuales.
Así la
diplomacia marroquí se coordinó con la Organización de Naciones Unidas a través
de la Jefa de la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (UNSMIL), Stephanie
Williams.
Marruecos
que nunca modificó su posición con respecto al conflicto en función de la
evolución de la situación en el campo de batalla, impulsó en 2015,
conversaciones de paz en la ciudad marroquí de Sjirat, que posibilitaron la
formación del gobierno del Acuerdo Nacional y el Consejo Supremo del Estado.
El
mundo reconoce que el Reino de Marruecos no tiene otra agenda que la de Libia,
que no se guía por intereses geopolíticos propios sino por los de libia, ni
impulsa otras propuestas que las acordadas entre los libios, porque no alberga
otra ambición que la de servir a Libia y a su pueblo.
Es
debido a esa imparcialidad en el accionar del Reino de Marruecos y a su
trayectoria en el respeto de los derechos humanos que la Alta Comisionada de
las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, designó al
diplomático marroquí Mohamed Aujjar como presidente de la “Misión
Independiente de Investigación sobre Libia”, destinada a informar sobre
posibles violaciones a los derechos humanos cometidos durante el conflicto en
ese país.
Con
respecto a las actuales conversaciones en la ciudad de Bouznika, fiel a los
principios que guían a su diplomacia Marruecos no intervino en el
establecimiento de la agenda de la reunión, ni en la composición de las
delegaciones, ni en el orden del día o en los resultados alcanzados.
Las
conversaciones de paz en Bouznika comenzaron el pasado domingo 6 de septiembre,
después de que en julio último visitaron Marruecos el presidente del Consejo
Supremo del Estado Libio, Kaled al Mechri y el presidente de la Cámara de
Representantes de Libia, Águila Saleh, por invitación del presidente de la
Cámara de Representantes de Marruecos. Aunque ambos dirigentes libios no se
vieron durante su visita al Reino y se reunieron por separado con altos
funcionarios marroquíes.
El 21
de agosto pasado las partes en conflicto acordaron un alto al fuego como paso
previo a las conversaciones de paz en Marruecos.
Aunque
las conversaciones están destinadas a acercar posturas y generar confianza para
retomar el diálogo político y recién han comenzado, cabe señalar como un hecho
auspicioso que se ha iniciado el retiro de los mercenarios islamistas sirios de
Libia. Unos 6.700 de estos combatientes abandonaron el país norafricano en los
últimos días.
Todo
parece indicar que la guerra civil en Libia podría terminar sin vencedores no
vencidos. Lo cierto es que si finalmente se alcanza la paz en Libia en gran
medidas se deberá a los grandes y prolongados esfuerzos desplegados por el rey
Mohammed VI y la diplomacia marroquí.
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