El 25 de septiembre de 1973 la organización terrorista
Montoneros asesino al Secretario General de la CGT, José Ignacio Rucci, un
trabajador y dirigente peronista cuyo único pecado era ser fiel a su líder el
general Juan D. Perón.
Luego de las nuevas
elecciones del 23 de octubre de 1973, en las cuales Juan D. Perón fue
consagrado presidente de la Nación por tercera vez con el 61,8 por ciento de
los votos, la organización terrorista Montoneros, aunque oficialmente había
suspendido su accionar, operaba sin adjudicarse las acciones que realizaba.
La más importante
operación realizada por ellos fue el asesinato del Secretario General de la
C.G.T. José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de 1973. Rucci era un peronista
ortodoxo que intentaba oponerse al avance de la izquierda en el movimiento
peronista, para ello había creado poco antes la Juventud Sindical Peronista.
Rucci había nacido el 15 de mayo de 1924 en
un humilde puesto -un rancho- de la estancia "La Esperanza",
en Alcorta, provincia de Santa Fe. Casi adolescente, trabajó como domador de
caballos. Inquieto y de gran inteligencia natural, se trasladó a Buenos Aires
en busca de mejor destino. Se casó con Nélida Blanca Vaglio y tuvo dos hijos:
Aníbal y Claudia, quienes en la fecha del atentado tenían 14 y 9 años,
respectivamente.
Su primer trabajo formal, que lo llevó a
convertirse en metalúrgico, lo obtuvo en la fábrica de cocinas "Catita".
Ya siendo Secretario General de la CGT, en una entrevista con dirigentes
estudiantiles universitarios, que querían conocer sus inicios en aquella
empresa, declaró que le asignaron allí la tarea de barrer talleres, para luego
desarrollar otras actividades, siempre como obrero, empezando también desde
abajo su carrera sindical.
“Tanto se distinguió en su dirigencia – nos dice Enrique Oliva- como delegado,
que lo llevó a ser Secretario de Prensa de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM)
cuando era encabezada por Augusto Timoteo Vandor. En 1966, el gremio lo hace
interventor de la Seccional San Nicolás, donde también se destaca por su eficaz
gestión sindical, trascendiendo su prestigio. Así alcanza el 2 de julio de
1970, en el Congreso Confederal, al ser designado Secretario General de la CGT,
y reelegido en el cargo en 1972.”
“Fueron muchos los logros de Rucci al frente
de la CGT, donde prácticamente vivía, pues con mucha frecuencia hasta dormía en
la sede de calle Azopardo.”
“El crimen fue cometido alrededor de las 12:20, al salir de
su humilde casa familiar en la calle Avellaneda 2953, propiedad prestada por un
amigo. Era una de esas edificaciones con un largo pasillo angosto al que
comunican varias viviendas. Cometió el error de encabezar una fila de
dirigentes con los cuales había estado reunido, facilitando involuntariamente
la tarea de los criminales.”
“Osvaldo Agosto[i],
amigo y colaborador de Rucci, uno de los integrantes del grupo que lo
acompañaba, con manifiesta indignación declara: ‘Los asesinos, enterados que en
algún momento el jefe sindical debía salir, habían ocupado la casa vecina que
tenía un cartel de venta de una inmobiliaria. Se habían presentado allí como
interesados compradores y una vez adentro maniataron y amordazaron a la única
persona presente en el lugar, una anciana -Magdalena
Villa viuda de Colgre-. Hicieron los disparos a traición y por la espalda de
José, asomados a un balcón que daba sobre la vereda y desde la puerta de la
casa, casi a quemarropa. Luego huyeron por los fondos a través de viviendas
bajas’[ii].”
Desde las páginas del diario La Opinión se
trazaba el siguiente perfil psicológico del dirigente sindical muerto y de su
significación política: “Muchos de la
generación intermedia del peronismo, recuerdan aún a aquel muchacho delgado
nervioso, uno de los más duros e intransigentes en las primeras etapas de la
llamada ‘revolución libertadora’. Su cuartito de los fondos de la casa de San
José –entonces la sede de la seccional Capital de la U.O.M.- donde lo habían
arrinconado sus disidencias con Vandor. La terraza de al lado, donde convocaba
a los delegados, para improvisar discursos encendidos y reiterativos, que
terminaban invariablemente con una exhortación guerrera: hay que darles con
todo. No eran sólo consignas: él también como los jóvenes de entonces, como los
jóvenes que vinieron después, jugó peligrosamente su papel en la resistencia
contra el gorilismo, fue uno más en aquella etapa de anonimato en serio, cuando
los diarios silenciaban todo, y el secuestro de Felipe Vallese no mereció
siquiera un recuadrito perdido, porque todavía el miedo seguía constituyendo la
costumbre.” [...]
“Indudablemente, cuando es arrancado de
San Nicolás para ejercer la conducción de la CGT, Rucci asume la virtual
delegación de Perón, y en eso, sólo en eso reside su fuerza. No tiene un
aparato poderoso que lo respalde, ni consenso suficiente como para ensayar
caminos particulares. Depende, pura y exclusivamente, de su lealtad al líder y
de la confianza que el líder le dispense.”
“En la cúpula de la central obrera,
Rucci mantuvo las características esenciales del dirigente sindical argentino,
aunque éstas sean difíciles de encontrar en muchos de los dirigentes actuales.
Personalista y autoritario, como son los caudillos; poco confiado en quienes se
le acercaban; solitario en las grandes decisiones, entregado a la euforia o a
la depresión; impenetrable o comunicativo, según los interlocutores o el
momento; pragmático siempre; recelosos ante los esquemas teóricos, pero
mentalmente abierto para avanzar hasta donde su visión de la realidad lo
admitiera; desconocedor de eufemismos, tajante, sin términos medios entre bueno
o malo, entre verdad o mentira, entre afecto u odio. Amigo de las palabras
solas, aunque fueran poco descriptivas, antes que de las disquisiciones,
intolerante en las formas y los formalismo. Afligido ante las críticas que se
le formulaban, irritable frente a los insultos, o indiferente ante nada, débil
ante los halagos, orgulloso aunque acaso siempre inconsciente de su propia
significación como figura máxima del sindicalismo organizado.”[iii]
Sin embargo, el asesinato
de Rucci fue, en realidad, una forma de presionar a Perón por parte de los
sectores juveniles radicalizados disconformes con lo que consideraban un giro
hacia la derecha del anciano líder y de la pérdida de influencia dentro del
mismo luego de la renuncia de Héctor J. Cámpora.
Montoneros nunca se
adjudicó públicamente la autoría del hecho, aunque los militantes de la
Tendencia revolucionaria coreaban en las movilizaciones: “Rucci, traidor, saludos a Vandor”. Una consigna que vinculaba el destino del sindicalista muerto
con el de otros dirigentes metalúrgicos asesinados por guerrilleros peronistas,
luego de intentar un peronismo sin Perón. Por ese entonces, en los ambientes
estudiantiles los simpatizantes de Montoneros, con una cuota de ácido humor negro,
llamaban a Rucci: “Traviata”. Ese era
el nombre de una galletita que en esa época realizaba una propaganda diciendo: “La galletita de los 23 agujeritos”.
Según el doctor Ricardo Pozo, un asesor político
y amigo muy íntimo y cercano a Rucci, que presenció la autopsia del cuerpo de
su amigo dice, muy emocionado: "recibió 35 disparos de 4 calibres
diferentes. Ya el primer proyectil de gran poder fue mortal, pues le dio en la
parte posterior del cuello destrozándole la vena yugular. A su chofer, Clemente
Muñoz, lo alcanzaron 7 balas pero logró sobrevivir".[iv]
En un primer
momento, se discutió la autoría del atentado a Rucci. Entre los presuntos
autores se encontraban desde la CIA hasta los parapoliciales que respondían al
ministro de Bienestar Social, José López Rega[v]. para
despejar cualquier duda basta con referirnos al testimonio, del por entonces
militantes montonero, Miguel Bonasso:
“La conducción de Montoneros, que no
quiso operar contra López Rega en las horas de indignación que siguieron a la
masacre de Ezeiza, eliminaba ahora al puntal sindical de Perón, cuando la
ciudadanía acababa de plebiscitar al jefe. Aunque la operación no fue firmada,
la autoría montonera del atentado (que ya entonces me pareció un trágico
desatino) nos fue confirmada, en una reunión del equipo que preparaba el
matutino Noticias, por el propio Firmenich”.[vi]
El asesinato de
Rucci fue un crimen que siguió la perversa lógica de “castigar al perro para que sufra el amo”. Y el amo sufrió y mucho.
Al conocer la muerte de Rucci el anciano líder dijo entre sollozos: “Me han cortado las piernas”.
Pero si la Tendencia
pensaba que la desaparición de Rucci restaría poder al aparato sindical, se
equivocaron. Por el contrario, la dirigencia gremial se galvanizó, obtuvo mayor
respaldo de Perón y se conjuró para un ajuste de cuentas. Ese mismo día el
presidente electo definió claramente: “Sabemos que tenemos enemigos fuera
del Movimiento Nacional Justicialista, que responden a otros intereses. Pero,
también sabemos que existen sectores que se dicen justicialistas pero que nada
tienen que ver con el justicialismo. Nosotros sabemos bien lo que somos lo que
dicen nuestras Veinte Verdades, ni más ni menos. Por ejemplo, somos
decididamente antimarxistas y estamos contra los dos imperialismo que quieren
dividirse al mundo.”[vii]
Las relaciones entre
Perón y los sectores juveniles –agriadas desde los sangrientos episodios de
junio en Ezeiza- se interrumpieron decididamente con la muerte de Rucci. Para
el líder justicialista, la dirigencia sindical era una de las piezas claves en
la concertación económica, que se denominó “Pacto
Social”, que constituyó el proyecto del gobierno del peronismo.
Perón, que asumió la
presidencia por tercera vez el 12 de octubre de 1973, respaldó el
desplazamiento de funcionarios vinculados a la Tendencia Revolucionaria que
sobrevivían desde el gobierno de Cámpora, se apoyó en los sindicatos ortodoxos
y dio algunas señales que fueron interpretadas por los sectores de derecha del
peronismo como una suerte de vía libre para desatar una ola terrorista que se
manifestó en atentados a unidades básicas controladas por la Tendencia,
secuestros de militantes a manos de grupos parapoliciales y persecución de
delegados de base por parte de matones sindicales.
Pronto se incorporó
a la violencia política el accionar de “escuadrones
de la muerte” parapoliciales denominados “Alianza Anticomunista Argentina” o más simplemente “Triple A”. Su primera acción fue un
atentado explosivo contra el dirigente radical Hipólito Solari Yrigoyen. Pero
esa es otra historia de los años de plomo.
La
muerte de José Ignacio Rucci fue uno de los tanto crímenes absurdos e impunes
cometidos en esos años. Ha quedado impune porque tras el retorno de la
democracia, en 1983, el peronismo se encargó de que no investigaran los
crímenes de lesa humanidad cometidos antes de 1976. En esa forma aseguraron la
impunidad de los líderes terroristas de Montoneros y al mismo tiempo
protegieron la imagen histórica de Juan D. Perón de su responsabilidad en la
organización y dirección de la Triple A.
[i]
AGOSTO, Osvaldo: Agosto oficiaba de jefe de prensa del Secretario General de
CGT. Fue un militante histórico del peronismo. El 12 de agosto de 1963 formó
parte de un comando de la Juventud peronista integrado además por Alcides
Bonaldi, Manuel Gallardo, Juan José Valle y un quinto hombre que solo se conoce
bajo el nombre de “Emilio” robaron el sable del General José de San Martín del
Museo Histórico Nacional. El 1990, el presidente Carlos S. Menem designó a
Osvaldo Agosto subsecretario de logística de la Secretaría de Inteligencia de
Estado.
[ii]
OLIVA, Enrique: “Rucci de domador a héroe nacional” Artículo publicado
en el servicio de noticias Urgente 24, del 21/9/04.
[iii]
BORTONIK, Julio: “José Rucci vivió y
murió como un desconocido”. Artículo publicado en el diario La Opinión del
27 de septiembre de 1973.
[iv] OLIVA, Enrique: ob. cit.
[v]
PAINO, Horacio: “Historia de la Triple A”.
Editorial Platense. Montevideo 1984. Pág. 75 y siguientes.
[vi]
BONASSO, Miguel: “El presidente que no
fue. Los Archivos ocultos del peronismo”. Ed. Planeta. Bs. As. 1977. Pág.
594.
[vii] REATO, Ceferino:
Operación Traviatta. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2009.
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