El 6 de septiembre de 1930, el general
José F. Uriburu llevó a cabo el primer golpe de Estado triunfante de los seis
que sufría el país en los años 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Abriendo un
ciclo de más de cincuenta años en que las fuerzas armadas se convirtieron en un
actor político central de la vida argentina.
EL REGRESO DE DON HIPÓLITO
A partir del
triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1928, el pueblo festejó el triunfo de “la causa”
como el de las reivindicaciones de las clases sociales más necesitadas. Pero a
los 76 años, “El Peludo” era un hombre muy desgastado, no era quien doce
años antes llegara a la primera magistratura impulsado por los ideales de
renovación. Su gobierno se aisló de las demás fuerzas cívicas, y él mismo
estuvo rodeado y aislado por un círculo que lo adulaba. Se formó un grupo
violento para defender al Presidente de su censores, llamado el “Klan
Radical”, que no dejó de apelar a los medios violentos para silenciar a los
opositores.
Hipólito
Yrigoyen insistió en dilapidaba su tiempo en audiencias intrascendentes, y los
ministros debían aguardar mucho tiempo para ser recibidos. A fin de despachar
los asuntos que no se resolvían, se ideo la maniobra de los “decretos
ómnibus”, consistentes en que entre la primer y la última hoja podían
intercalarse varias disposiciones, conforme a la redacción empleada. Incluso
existe la leyenda que algunos de sus funcionarios se complotaron para que se
imprimiera un ejemplar del periódico radical que él solía leer todas las
mañanas, “La Época” dirigido por José Luis Cantilo, con notificas
falsas.
La
consecuencia de esta falta de una administración eficiente fue un rápido
deterioro de la imagen del gobierno, por no atenderse las tensiones sociales
cuyas manifestaciones debieron ser reprimidas enérgicamente por la Policía.
El crack financiero
en Estados Unidos también repercutió muy desfavorablemente en la situación
argentina, agravado por la dilapidación de los recursos del Estado, manejados
en forma desordenada. Las huelgas y manifestaciones marcaron rápidamente el
descontento, agitadas tanto por los obreros anarquistas como por los
estudiantes universitarios. El desorden se unió a los manejos políticos, sin
faltar el fraude que se adjudicaba a los conservadores.
Una figura
radical de la envergadura del intelectual Ricardo Rojos pronunció en estos
términos severos de conducta: “El gran pecado del radicalismo, acaso, ha
consistido no tanto en el estudio administrativo, sino más bien en haber
violentado la Ley Sáenz Peña en Córdoba, Mendoza y San Juan; en haber anulado
la colaboración del Ministerio y el control del Parlamento, por un mal
entendido sentimiento de la solidaridad partidaria; en haber descuidado la
selección de sus elegidos, y en haber coaccionado a la oposición mediante ciertos
instrumentos demagógicos. Todo esto significa un olvido del radicalismo
histórico, de su dogma del sufragio libre, de su programa constitucional, y de
sus ideales democráticos.”[i]
Un síntoma
elocuente de la pérdida del favor del pueblo hacia el gobierno, lo dio en 1929
el triunfo en la Capital de los candidatos a diputados del Partido Socialista
Independiente. La unión de los opositores se concretó al poco tiempo:
conservadores, socialistas, radicales “antipersonalistas” y el resto de los
demócratas progresistas. Estaba pendiente la amenaza de juicio político al
Presidente por “mal desempeño de sus funciones”, tal como lo señala la
Constitución Nacional, puesto que entre otras características de su paso por el
Poder Ejecutivo, debe repetirse que Yrigoyen había abandonado la función
pública que el indicaba la Ley Suprema, en la apatía que le provocaba su estado
físico y mental. Prácticamente no existía el gobierno: el presidente Yrigoyen
aislado por una camarilla indicaba y no ejercía la función que le estaba
encomendada; y, por su parte, el Congreso no se reunía en sesiones ordinarias,
por temor a la acusación de juicio político que se haría a aquél: ni Ejecutivo,
ni Legislativo.
En agosto de
1930, el ministro de Agricultura no pudo inaugurar la exposición organizada por
la Sociedad Rural por haber sido recibido con una fuerte y sostenida silbatina,
que lo forzó a retirarse. Graves escándalos ocurrían en las provincias del
interior, como Mendoza y San Juan, y los diarios criticaban severamente a las
autoridades.
El ambiente
público mostraba un continuo y grave descontento contra el gobierno. Las
manifestaciones opositoras llenaban con frecuencias las calles del centro
porteño. En abril el presidente Yrigoyen sufrió un atentado contra su vida
protagonizado por un albañil español anarquista. La decisión presidencial de
indultar al anarquista ruso Simón Radowitzky, quien asesinó al Jefe de Policía coronel
Ramón L. Falcón, en 1909, también enajenó a Yrigoyen parte de la buena voluntad
de los militares y policías y alteró los ánimos de los nacionalistas.
Antiguos
partidarios, como el intendente de la ciudad de Buenos Aires y el ministro de
Guerra, dirigieron elocuentes mensajes a Yrigoyen señalándose la necesidad de
un cambio de actitud inmediata, sin ninguna reacción por parte del Primer
Mandatario.
Por su parte,
legisladores de todos los bloques de la Cámara de Diputados, identificados como
“De los 44” por el número de sus componentes, lanzaron un manifiesto explicativo
del mal proceder del oficialismo y de las medidas que debían adoptarse en el
cumplimiento de la Constitución.
Finalmente,
la renuncia del ministro de Guerra, el general Dellepiane, presentada el 2 de
septiembre de 1930 fue redactada en términos alarmantes para el Presidente y para
el sistema republicano de gobierno. Veamos algunos de su argumentos: “He
acompañado a pesar de mi voluntad y contrariando mi conciencia, a V.E., en la
refrendación de decretos concediendo dádivas generosas, pensando que esto
pudiera liquidar definitivamente una situación sobre la cual el país no debía
reincidir. M repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor, obra
fundamental de incapaces y ambiciosos. He visto y veo alrededor de V. E. pocos
leales y muchos interesados”.
Y aludiendo a
la personalidad de Yrigoyen agregaba: “Si V.E. no recapacita un instante y
analiza la verdad que puede hallarse en la airada protesta que está en todos
los labios y palpita en muchos corazones […] Sólo lamento no haber podido
alcanzar obra constructiva.”
Esta carta es
algo así como un fallo casi póstumo a la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen,
cuatro días después el presidente radical era derrocado por un golpe de Estado
militar.[ii]
GÉNESIS DEL GOLPE DE ESTADO
El
derrocamiento del gobierno radical el 6 de septiembre de 1930 se llevó a cabo
con muy escasa planificación y empleando sólo una pequeña fuerza militar.
Tomaron parte el Colegio Militar, efectivos de la Escuela de Comunicaciones y
algunos otros, que en total sumaron aproximadamente dos mil hombres. La mayoría
de los oficiales que marcharon desde el Colegio Militar hasta
Existió
el tácito consenso del Ejército y
Los
líderes del movimiento, aunque unidos por una larga hostilidad hacia Yrigoyen,
estaban divididos en dos grupos políticos con propuestas de gobierno muy
diversos el uno del otro. El grupo nacionalista estaba encabezado por el
teniente general José F. Uriburu, quien lideró las acciones militares y se
constituyó en el primer presidente de facto de
José
Félix Uriburu pertenecía a una familia patricia de Salta. Pese a ser militar de
carrera a lo largo de su vida evidenció una clara vocación por la política. En
1890 participó junto a los líderes radicales de
Uriburu
era un hombre de fortuna, amparado desde siempre por sus relaciones familiares
y sociales. Socio del Círculo de Armas, el club más aristocrático de su tiempo.
Sus reiteradas estadías en Europa lo pusieron en contacto con las crecientes
ideas totalitarias de su tiempo.
Uno de
los líderes del socialismo independiente, Federico Pinedo, nos proporciona en
sus memorias el siguiente perfil de Uriburu: “un hombre educado, de
instrucción suficiente para comprender en sus grandes líneas los problemas de
gobierno [...] no era en manera alguna un producto de cuartel, contaba con
numerosos amigos o relaciones civiles a quienes estimulaba y respetaba [...]
patricio de las provincias mediterráneas, le gustaba el trato con la gente de
su clase o de su ambiente, cuyos méritos sabía apreciar, pero que tal vez
sobreestimaba”.[v]
En tanto que el historiador Tulio Halperín Donghi nos señala cierta
paradoja en torno a su personalidad: “ese pudoroso militar e irreprochable
caballero, ese ciudadano inspirado por los más altos ideales patrióticos, unía
a una ingénita bondad de corazón una señorial campechanería que contrastaba con
la severidad de su imagen pública”.[vi]
Entre
sus partidarios se contaban dentro del Ejército, el general Arroyo, los
coroneles Emilio Kinkelin, Rocco, los tenientes coroneles Juan B. Molina, Álvaro
Alsogaray, Pedro P. Ramírez y Rafael Eugenio Videla[vii]
y el capitán Juan D. Perón. En
Pese a
todo el general Uriburu siguió adelante con el alzamiento. “Estaba perdido –confesaría más tarde a Lisandro de
Entre
los grupos civiles se destacaban, elementos militaristas, agrupaciones
nacionalistas como la “Liga Patriótica”,
de 1919, dirigida por Manuel Carlés y la simpatía de caracterizados dirigentes
conservadores.
Durante
los años de la década del veinte, los nacionalistas se habían tornado cada vez
más antidemocráticos, anticomunistas y antiliberales. Se encontraban bajo la
influencia de ideas totalitarias que llegaban desde Europa. Especialmente las
que provenían de
LA HORA
DE LA ESPADA
Leopoldo
Lugones había nacido en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco el
13 de junio de 1874, y después de pasar parte de su infancia en la provincia de
Santiago del Estero, regresó a Córdoba para estudiar en el Colegio Nacional de
Monserrat. En su Córdoba natal se vinculó a sectores anarquistas y comenzó a
colaborar en sus diarios para difundir ese ideario.
En
el año 1896 se trasladó a la ciudad de Buenos Aires, donde participó como
periodista en diversas publicaciones socialistas, en especial en el diario La
Vanguardia, el órgano oficial de prensa del Partido Socialista. Sin embargo el
antiguo anarquista devenido en socialista fue expulsado del partido fundado por
Juan B. Justo por apoyar, en 1904, la candidatura del conservador Manuel
Quintana a la presidencia de la Nación.
Su
destacada participación en el modernismo estético –movimiento de una fuerte
influencia en el ámbito porteño, sobre todo a partir de la promoción de Rubén
Darío en la última década del siglo XIX- le permitirá conquistar el centro del
sistema literario argentino durante las décadas de 1910 y 1020. Tras obtener el
Premio Nacional, en 1926, encarnará
de modo prototípico la figura del intelectual –escritor, es decir, del experto
en los recursos simbólicos provenientes de la poesía que se propone producir, a
través de ellos, efectos materiales en el orden social.[x]
Es
entonces cuando Lugones sufrirá una nueva mutación ideológica y pasará del
conservadurismo de corte liberal al nacionalismo más radical. Lentamente
comenzaran sus llamados a la intervención activa de los militares en el
gobierno. En diciembre de 1924, Lugones encuentra un nuevo escenario para
exponer su ideario político. El presidente peruano, Augusto Leguía, invita a
intelectuales y altos funcionarios de distintos países a una fastuosa
celebración del Centenario de la Batalla de Ayacucho. El clima político del
Perú se encuentra convulsionado por las protestas contra la orientación
dictatorial del presidente, y la participación en los festejos implica un
posicionamiento político que divide a los intelectuales: José Ingenieros, Ramón
del Valle Inclán, José Vasconcelos, Gregorio Berman y Romain Rolland se niegan
a asistir en signo de desaprobación a la política represiva del presidente, en
cambio intelectuales como Leopoldo Lugones, José Santos Chocano y Francisco
Villaespesa serán los representantes de sus respectivos países.
Lugones
viaja a Lima como parte de la delegación argentina que envía el presidente
Marcelo T. de Alvear y que preside su ministro de Guerra, el general Agustín P.
Justo, y el 17 de diciembre pronuncia en “La
fiesta de los poetas” su célebre “Discurso
de Ayacucho”. Allí intenta extender su consagración literaria al campo
político, aprovecha su autoridad literaria y la gran audibilidad que le
confiere ese espacio para proponer una interpretación del pasado que busca
desprender efectos concretos sobre las prácticas políticas del presente. La
batalla conmemorada, según Lugones, no es un mero símbolo de la independencia
hispanoamericana, como estaría dispuesta a aceptar la historiografía oficial,
sino más bien la prueba de la capacidad política del ejército, esto es, de que
éste constituye el único actor social apto para corregir el desorden y la
demagogia que padecen en la actualidad las sociedades de Hispanoamérica como
consecuencia de la democracia, el colectivismo y el pacifismo. El ejército “es la última aristocracia, vale decir la
última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución
demagógica. Sólo la virtud militar realiza en este momento histórico la vida
superior que es belleza, esperanza y fuerza.”
Lugones
concluye con su célebre afirmación: “Ha
llegado, para el bien del mundo, la hora de la espada”, la convocatoria a
la élite militar para que tome el poder, convirtiéndose así en el defensor más
visible e indiscutido del autoritarismo dentro del espacio latinoamericano.[xi]
Los
hermanos Julio y Rodolfo Irazusta también fueron intelectuales que apoyaron
desde el nacionalismo la opción al autoritarismo militar. Dedicados a los
estudios históricos, desde una postura revisionista indagaron el pasado
nacional, especialmente la época de Rosas y los caudillos federales,
convertidos en paradigma de la defensa de los intereses nacionales. Los
Irazusta no ocultaron su admiración por Uriburu y lo incitaron a derrocar a
Yrigoyen.
Sus
ideas circulaban en publicaciones que, como el diario “La Nueva República”, dirigido por Rodolfo Irazusta, se distribuían
dentro del Ejército. Sostenían que el caos institucional era producto de la
transformación de la democracia en una “partidocracia”,
donde solo contaban los intereses partidarios y donde la auténtica
representación popular era desvirtuada por la continua apelación a prácticas
clientelísticas. En consecuencia postulaban la derogación de
Otro
destacado intelectual del conservadurismo nacionalista fue Carlos Ibarguren.
Primo hermano de Uriburu y salteño como él. Destacado abogado, profesor en la
Facultad de Derecho y prolífico ensayista, había sido ministro del presidente
Roque Sáenz Peña.
Ibarguren
estuvo entre los fundadores de la Democracia Progresista; sin embargo abandonó
la convicción en la necesidad de modernizar la política argentina y se sumó a
las voces que desde el nacionalismo autoritario clamaban por un general que
pusiera orden. Uriburu lo nombraría más tarde interventor en la provincia de
Córdoba.
La
prensa tuvo un rol destacado en la creación de un clima desestabilizador
durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen. El 1º de octubre de 1919
había aparecido el primer ejemplar de “La
Fronda”, fundada por el periodista y político Francisco Uriburu, también
primo del general.
Francisco
Uriburu, que había nacido en 1871, estudio en el Colegio Nacional de Buenos
Aires y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, y a pesar
de haber tenido cierta simpatía por el alsinismo se incorporó, en 1887, a la
Tribuna Nacional, un medio de orientación roquista dirigido por Agustín de
Vedia.
La
Revolución del Parque, en 1890, lo encontró junto a su primo subteniente en los
cantones revolucionarios. Discrepaba con la política seguida por Miguel Juárez
Celman como todos los cívicos. Fracasada la revuelta, regreso a sus estudios y
a la práctica del periodismo.
Una
década más tarde se incorporó al periódico “El
País”, publicación fundada por Carlos Pellegrini, para defender sus ideas
en favor del proteccionismo económico y del desarrollo industrial, aunque a la
hora de elegir en 1904, apoyo la candidatura presidencial de Manuel Quintana en
contra de Carlos Pellegrini.
Ese año
ocupó una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, representando al pueblo
de la provincia de Buenos Aires. Había sido elegido por la lista de Partidos
Unidos, una agrupación provincial que aglutinó a cívicos nacionales
(mitristas), autonomistas y radicales disidentes del yrigoyenismo. Fue diputado
hasta 1908 y luego retornó a sus actividades como periodista.
En 1910
dejó de editarse el diario El País, ya que tras la muerte de Pellegrini y con
las reformas que proponía Roque Sáenz Peña se habían cumplido parte de las
propuestas que dieron origen a esa publicación. Al año siguiente comenzó a
publicarse un nuevo periódico “La Mañana”,
un tabloide propiedad de Uriburu, quien además era el Jefe de Redacción. La
línea editorial de la nueva publicación consistía en apoyar la gestión del
presidente Sáenz Peña que prometía moralizar las prácticas políticas mediante
el sufragio universal y secreto.
Francisco
Uriburu, al igual que sus primero José Félix y Carlos Ibarguren participó de la
fundación del Partido Demócrata Progresista. Pero dos años más tarde, en 1916,
cuando el PDP intentó aliarse con los conservadores bonaerenses al mando de
Marcelino Ugarte y éste se opuso a la alianza, una estrategia que pretendía
impedir el triunfo del radicalismo yrigoyenista, Uriburu lo criticó duramente
desde las páginas de La Mañana.
La Fronda le debía su nombre
al movimiento insurreccional francés contra el poder absolutista que, a
mediados del siglo XVII, protagonizaron nobles y campesinos. En el caso
argentino, y a los ojos de conservadores, liberales desencantados y
nacionalistas, el absolutismo lo representaba Yrigoyen.
En 1926,
Francisco Uriburu viajó a Italia donde comenzó su admiración por Benito
Mussolini y la política que este llevaba adelante. Por lo tanto, abandonó el
conservadurismo liberal para abrazar el ideario corporativista del fascismo.
Así no dudó en calificar desde las páginas de La Fronda que “la democracia es el predominio de los
mediocres”.[xiii]
La
agitación periodística contra Hipólito Yrigoyen no fue patrimonio exclusivo de
la prensa conservadora y de derecha. El diario sensacionalista Crítica[xiv], que dirigía su
fundador el periodista uruguayo Natalio Botana, fue también un activo medio
opositor. Bajo el lema de “Diario
ilustrado de noche, impersonal e independiente”, Crítica se especializaba
en espectáculos, deportes y crónicas del bajo fondo con la particular
característica de emplear gran cantidad de dibujos y caricaturas, algo por
entonces realmente novedoso al igual que su tamaño tabloide.
En su
edición del 8 de mayo de 1929, por ejemplo, haciendo referencia a la crisis del
trigo dice: “… no es sin inquietud que lo vemos inmiscuirse en los asuntos
referentes al primer renglón de la riqueza nacional. Y es que el señor Yrigoyen
encara las cosas con un criterio simplista de dueño de estancia, pretendiendo que
tiene autoridad para resolver en materias que, si bien le competen en su
carácter de Presidente de la República es dudoso que conozca a fondo”.[xv]
El
general Uriburu, en un discurso pronunciado en
Durante
las décadas de los años veinte y treinta, dentro del Ejército muchos oficiales
adhirieron y hasta fueron animadores de las diversas agrupaciones nacionalistas
que florecieron por entonces, algunas de ellas filofascistas, xenófobas y de
ultraderecha: la “Legión de Mayo”,
la “Guardia Argentina”, la “Legión Colegio Militar”, la “Milicia Cívica Nacionalista”,
etc.
Pero,
aunque contaban con el apoyo del Presidente, general Uriburu, los nacionalistas
eran una minoría tanto dentro de la coalición revolucionaria que derrocó a
Yrigoyen como dentro de la sociedad argentina. El mayor peso político, como
pronto quedó en evidencia, residía en los radicales antipersonalistas dirigidos
por el general Agustín P. Justo, quien había sido ministro de guerra durante el
gobierno radical de Marcelo T. de Alvear. Los notables se oponían a todas las
medidas extremas; consideraban que su tarea era restaurar
Poco
después del triunfo del golpe de Estado, el Secretario General de
Cuando
alcanzó el grado de Teniente 1º fue enviado, entre 1911 y 1913, a Alemania,
donde se incorporó al Regimiento Prinz- Carl, perteneciente al XVIII Cuerpo de
Ejército Imperial. La experiencia alemana de Molina lo convirtió, como a Uriburu,
en un admirador del Imperio Alemán.
A su
regreso al país fue destinado al Colegio Militar de la Nación, dirigido por el
coronel Agustín P. Justo, quien lo describió en su calificación anula como “un
oficial sin escuela pero empeñoso, trabajador y con gran amor profesional,
subordinado y correcto”.
En los
años posteriores su carrera siguió su curso sin sobresaltos, y alcanzó las
jerarquías de mayor, a fines de 1919, y de teniente coronel en 1924. Con ese
grado viajó a Paris primero y a Bruselas más tarde como miembro de la Comisión
de Adquisiciones en el Extranjero. Un destino nada despreciable para cualquier
militar que pretendiera influir en la compra de equipamiento. Pero la suerte
cambió y a su regreso, ya durante el segundo gobierno de Yrigoyen, quedó en
disponibilidad antes y, poco después, fue enviado a destino burocrático y sin
mando de tropas, en el Distrito Militar de provincia de La Rioja.
A fines
de abril de 1930 Molina regresó a Buenos Aires para incorporarse a la Dirección
General de Administración, al tiempo que se integró al Estado Mayor
Revolucionario de Uriburu, como encargado de reclutar a quienes simpatizaban
con su movimiento.
Molina
era un militar que “se ubicaba a la
derecha de cualquier derecha, con una disposición fuertemente antiliberal y
anticomunista, teñida por la admiración al esquema político del Duce. Junto con
otro nacionalista ultramontano, el doctor Juan Carulla[xviii], le dio vida e
incluso legalidad a la Legión Cívica Argentina. El 20 de mayo de 1931 consiguió
que el presidente de facto Uriburu le reconociera oficialmente por medio de un
decreto en el que se resaltan las cualidades de una ‘asociación de hombres
patriotas que moral y materialmente están dispuestos a cooperar con la
reconstrucción institucional del país’. Así, el régimen uriburista tuvo sus
propias fuerzas de choque, que fueron un remedo de las ‘camisas negras’
mussolinianas. Sus cuadros civiles se entremezclaban con el Ejército, del cual
recibían instrucción militar. Detrás de la integración de esta fuerza paramilitar
estaba el sueño típicamente fascista de partido único en estrecha vinculación
con el Ejército.”[xix]
Este
remedo de organización fascista provocó un hondo malestar entre los miembros de
la elite tradicional y ahondaron las diferencias entre los nacionalistas y los
notables, que tradicionalmente respondían a la influencia de las ideas
liberales. La respuesta del general Justo fue movilizar sus influencias, tanto
dentro del Ejército como en los círculos del poder económico, para debilitar al
gobierno. Los doce meses que siguieron al golpe de Estado presenciaron una
sorda lucha por el poder y por las relaciones con los radicales depuestos. El
golpe de Estado del 6 de septiembre había sido recibido con entusiastas
demostraciones populares en Buenos Aires y otras ciudades; una muchedumbre de
exaltados había incendiado y saqueado la humilde casa de Hipólito Yrigoyen.
Pero la euforia tuvo corta vida: la crisis se agudizó, y las medidas de
emergencia del gobierno provisional tuvieron altos costos sociales. Grupos
radicales intentaron organizar movimientos contrarrevolucionarios en las
provincias de Córdoba y Buenos Aires, contando con el apoyo de los cuadros de
suboficiales. Incluso se distribuyeron panfletos de orientación marxista en los
cuarteles, convocando a la constitución de “soviets” de soldados y suboficiales.
El
Gobierno aplicó una dura represión, al estado de sitio se sumó la
implementación de la ley marcial. En aplicación de esta legislación fueron
fusilados los anarquistas expropiadores Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó.
También se detuvo a gran número de dirigentes políticos, gremiales y
estudiantiles.
El
general Uriburu no supo reconocer este cambio en el estado de ánimo
popular. El 5 abril de 1931, buscando
proporcionar alguna legitimidad a su gobierno, permitió una elección de prueba
en la estratégica provincia de Buenos Aires para elegir un nuevo gobernador.
Para su sorpresa, se impusieron los candidatos de la Unión Cívica Radical con
su fórmula integrada por Honorio Pueyrredón – Mario Guido, que obtuvo 218.783
votos sobre los 187.083 de los conservadores Antonio Santamarina – Celedonio Pereda.
El Gobierno Provisional reaccionó suspendiendo las elecciones previstas en
otras provincias y el ministro del Interior, autor de la convocatoria, comicial
debió renunciar. Se trataba del doctor Matías Sánchez Sorondo, un polémico
conservador de inclinaciones nacionalistas, que al jurar su cargo el 8 de
septiembre de 1930, no había dudado en afirmar que el yrigoyenismo había sido
vomitado por el pueblo, “al ghetto de la historia”.[xxi]
En julio
de 1931, se produjo un movimiento revolucionario en la provincia de Corrientes
protagonizado por el teniente coronel Gregorio Pomar, ex edecán de Yrigoyen. El
levantamiento sirvió de justificación a Uriburu para reprimir los intentos de
rebeldía en el Ejército y perseguir a los radicales. Marcelo T. De Alvear había
arribado al país en el mes de abril procedente de Francia y asumido la jefatura
del radicalismo, el Gobierno Provisional lo obligó a abandonar el territorio
nacional, acusándolo de haber propiciado el movimiento de Pomar.
Sin
embargo, el gobierno de facto había entrado en una pendiente de la cual no
podría salir sino restaurando el funcionamiento de las instituciones
democráticas. El malestar en el Ejército era cada día mayor. Cuando se
conocieron los resultados electorales de la provincia de Buenos Aires un gran
número de oficiales manifestó a Uriburu su oposición a la prolongación del
Gobierno Provisional, y en la tradicional cena de camaradería de las fuerzas
armadas en la víspera del 9 de julio, el coronel Manuel A. Rodríguez, jefe de
El general
Uriburu debió convocar a elecciones generales ese año. Merced a la proscripción
de la UCR y el encarcelamiento o exilio de sus principales dirigentes y al “fraude
patriótico” se impuso la fórmula de “La Concordancia”: Agustín P.
Justo – Julio A. Roca (h). La Concordancia fue una alianza de partidos
constituida por la UCR Antipersonalista, el Partido Demócrata Nacional (conservadores)
y el Partido Socialista Independiente que gobernó el país entre 1932 y 1943.
LA SITUACION POSTERIOR A 1930
La larga
década de los años treinta –1930 / 1943-, fue moldeada, en un principio, por
El
gobierno del general Agustín P. Justo se aprestó a controlar la crisis
económica y financiera contando para ello con sus recursos políticos, con una
actitud pragmática respecto de la realidad y con una consecuente disposición
para abandonar los rígidos principios del liberalismo político. Para ello
adoptó una serie de medidas controvertidas, que implicaban en algunos casos la
decidida intervención del Estado en campos hasta entonces prohibidos por
quienes, en el mejor de los casos, decían defender mecanismos económicos que
sus referentes extranjeros habían descartado sin demasiados escrúpulos. Las
divisas comenzaron a escasear y con ello se redujeron las posibilidades de
importar productos industriales. Surgió entonces la tendencia a encarar la
gradual organización de una industria nacional bajo el principio de industrialización
por sustitución de importaciones.[xxiii]
LOS NOTABLES DE INNOVADORES A
CONSERVADORES
Otro
rasgo importante que distingue claramente a la situación posterior a 1930 de la
existente en los años precedentes, es la inestabilidad político institucional
que se arraigó a partir de entonces. La irrupción del ejército en el escenario
político –un hecho que ocurría por primera vez desde que el mismo se había
convertido en una institución profesional- no sólo abre el período
cronológicamente, sino que es también un signo de los nuevos tiempos: las
tensiones generadas por la crisis eran demasiado violentas para que pudieran
resolverse por la vía tradicional de equilibrios, acuerdos y compromisos. Esta
presencia del Ejército como actor político, ya sea en primer plano o entre las
sombras, será desde entonces un dato inevitable de la realidad nacional.
El
movimiento golpista suprimió al estilo político radical, a sus dirigentes,
provenientes de los estratos medios, y a la relación particular que se había
entablado entre la elite y los estratos medios a fines de la década del veinte;
pero en ningún momento significó un retorno al siglo XIX. Más exacto es decir
que logró que los sectores medios retrocedieran y ocuparan el papel subalterno
que la generación de Sáenz Peña había previsto para ellos, eliminando el
carácter de eje central del sistema electoral que ellos mismos se habían
adjudicado. En muchos aspectos, la década del treinta implicó más que una
ruptura completa con el pasado, un ajuste retrospectivo de la estructura
política.
[i]
RUIZ MORENO, Isidoro J.: Vida política y electoral (1880 – 1930). El
Ejército. Capítulo 3. La construcción de la Nación Argentina. El rol de
las Fuerzas Armadas. Debates históricos en el marco del Bicentenario 1810-2010.
Ed. Ministerio de Defensa Presidencia de la Nación. Buenos Aires, 2010. P. 164
[ii]
RUIZ MORENO, Isidoro J.: Op. Cit. P. 164.
[iii]
POTASH, Robert: “El ejército y la
política en
[iv]
CONGRESO NACIONAL. Cámara de Senadores 23 –VII- 1936. Pág. 682. Citado en
FERNANDEZ LALANNE, Pedro: “Justo – Roca –
Cárcano”. Ed. Sinopsis Bs. As. 1996. Pág. 49.
[v]
PINEDO, Federico: citado en HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 –
1945)”. Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs.
As. 2004. p. 31.
[vi]
HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”.
Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 30.
[vii]
Rafael E. Videla: Se trata del padre del futuro presidente de facto general
Jorge R. Videla, por ese entonces jefe del Regimiento de Infantería 6, con
cuarteles en la ciudad de Mercedes. Ver. SEOANE, María y Vicente MULEIRO: “El Dictador. La historia secreta y pública
de Jorge R. Videla”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1988. p. 88
[viii]
CONGRESO NACIONAL, Cámara de Senadores. Sesión del 17/09/1935. Citado en FERNÁNDEZ LALANNE, Pedro: “Los Uriburu”. Ed. Emece. Bs. As. 1989,
p. 451.
[ix]
L’ACTION FRANҪAÍSE: La Acción francesa era una organización fundada a fines del
siglo XIX con el propósito de terminar con la liberal Tercera República. Su
ideario sirvió de fundamento para muchos de los movimientos conservadores y
reaccionarios de Europa y América Latina. Su principal ideólogo a través de los
años fue Charles Maurras, poeta y escritor nacido en 1868 en el sur de Francia.
Vinculado al llamado orleanismo, es decir, los pretendientes de la restauración
monárquica de los descendientes de Luis Felipe de Orleans, Maurras manifestó
una original manera de entender el conservadurismo. Por un lado, sostuvo un
nacionalismo de características xenófobas y antisemitas y, por el otro, un
agnosticismo que reconocía a la Iglesia Católica como pilar de la vida social
pero sin otorgarle entidad alguna al bagaje teológico que ésta predica. Esto le
valió algunas disputas con Roma y la excomunión. L’Actión Franҫaise rindió
culto a la violencia física –a la que calificaba de acción directa- y no dudó,
a la hora en que lo creyó conveniente, en ejercerla. Para esto organizó los
“camelots du roi”, grupos de choque integrados por jóvenes que atacaban los
actos opositores, comercios judíos y a personalidades de izquierda. Si bien
sufrió deserciones y disidencias, L’Action fue un baluarte del pensamiento
conservador, aunque se presentó ante la sociedad como una fuerza
revolucionaria, capaz de transformar el mundo capitalista y liberal.
[x]
BUSTELO, Natalia: “La figura política de
Leopoldo Lugones en los años veinte”. Papeles de Trabajo. Revista
electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional
de General San Martín. ISSN: 1851 – 2577. Año 2, Nº 5, Buenos Aires, junio de
2009.
[xi]
BUSTELO, Natalia: Ob. Cit. Pág. 10.
[xii]
SABSAY, Fernando t Roberto ETCHEPAREBORDA: “Yrigoyen
– Alvear – Yrigoyen” Ed. Ciudad
Argentina. Bs. As. 1998. Pág. 451.
[xiii]
DALMAZZO, Gustavo: Ob. Cit. P. 104.
[xiv]
CRITICA: El diario Crítica estuvo en la calle por primera vez el 15 de
septiembre de 1913. Con un precio de tapa de ocho centavos; ese día los
canillitas unos cinco mil ejemplares, lejos de las grandes tiradas que más
tarde lo convertirían en un fenómeno periodístico innovador de enorme
influencia en la política argentina. Natalio Botana inició la empresa con un
préstamo de cinco mil pesos que le proporcionó el conservador Marcelino Ugarte
y aplicó la fórmula periodística del magnate de la prensa estadounidense,
William Randolph Hearst. Con los recursos del sensacionalismo, un inédito
despliegue de gráficos y el protagonismo de las noticias policiales y deportivas.
[xv]
CLARIN: “Historia de las elecciones
argentinas. 1928. La gran victoria de Yrigoyen.” Ed. EGEA S. A. Bs. As.
2011. Pág. 50.
[xvi]
HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”.
Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 349.
[xvii]
ROCK, David: Op. Cit. Pág. 279.
[xviii]
CARULLA, Juan Emiliano (1888 – 1968): Médico y político nacionalista. En sus
orígenes adhirió al anarquismo antes de convertirse en firme admirador de la Action Franҫaise de Charles Maurras.
Durante la Primera Guerra Mundial se había alistado en el Ejército Francés como
médico. Había fundado un periódico denominado “La Voz Nacional”, que el general Uriburu leía frecuentemente y dio
origen a un minúsculo partido nacionalista en la ciudad de Buenos Aires.
[xix]
SEOANE, María y Vicente MULEIRO: “El dictador. La historia secreta y pública
de Jorge Rafael Videla”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2001. Pág. 88
[xx]
REPRESION: a Leopoldo Lugones (h), el hijo del poeta se atribuye popularmente
la introducción de la “picana” –un instrumento de tortura que administraba
descargas eléctricas a los detenidos- en los interrogatorios de los presos
políticos.
[xxi]
HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”.
Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 44.
[xxii]
FERRER, Aldo: “La economía argentina: las
etapas de su desarrollo y problemas actuales”. Bs. As. 1977. Pág. 153.
[xxiii]
DEL CAMPO, Hugo: “Sindicalismo y
peronismo”. Bs. As. 1983. Pág. 78.
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