Sudán, cuna de civilizaciones
antiguas, vuelve a ser rehén de sus propias heridas y de la indiferencia del
mundo. Mientras Gaza y Ucrania dominan los titulares, la guerra sudanesa se
libra sin testigos. Una tragedia africana que no tiene cámaras, pero sí
millones de víctimas olvidadas.
Contenido:
Durante
más de dos años, Sudán ha sido escenario de una guerra civil que amenaza con
borrar del mapa a uno de los países más vastos y complejos de África. Lo que
comenzó en abril de 2023 como una pugna de poder entre dos generales —Abdel
Fattah al-Burhan, jefe del Ejército regular, y Mohamed Hamdan Dagalo, conocido
como Hemedti, líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR)— se ha transformado en
una catástrofe humanitaria de proporciones bíblicas.
Un
conflicto nacido del fracaso de la transición
Ambos
jefes militares habían sido aliados en el derrocamiento del dictador Omar
al-Bashir, en 2019, tras tres décadas de régimen autoritario. La caída del
viejo autócrata abrió un breve paréntesis de esperanza: una transición hacia la
democracia que duró lo que tardaron los uniformados en volver a tomar el poder
con el golpe de octubre de 2021. Desde entonces, Sudán se deslizó hacia el
caos.
El
detonante del conflicto fue la disputa sobre cómo integrar a las FAR —una
milicia poderosa y autónoma nacida de los temibles Janjawed de Darfur— dentro
del Ejército regular. En realidad, se trataba de una lucha por el poder y los
recursos: el oro, las rutas del contrabando y el control del Nilo.
Dos
generales, un país desangrado
Al-Burhan,
que encarna la estructura tradicional del Ejército, controla el espacio aéreo,
Port Sudán y buena parte del norte del país, con el respaldo de Egipto e Irán.
Hemedti, en cambio, lidera una fuerza paramilitar financiada por el oro de
Darfur y antiguos apoyos de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. Su
milicia dispone de armamento pesado, drones de origen extranjero y un aparato
económico paralelo.
Ambos
generales se presentan como salvadores de la nación, pero sus ejércitos han
convertido las ciudades en ruinas. Jartum, la capital, fue bombardeada hasta
quedar irreconocible. La región de Darfur, en el oeste, es hoy un infierno de
ejecuciones, violaciones y desplazamientos masivos.
La
masacre de El Fasher: el nuevo rostro del horror
A
finales de octubre de 2025, las FAR tomaron la ciudad de El Fasher, último
bastión del Ejército en Darfur. La ofensiva se saldó con más de 2.000 civiles desarmados
asesinados, en su mayoría mujeres y niños, según Naciones Unidas, en lo que
Amnistía Internacional calificó de “matanza planificada”. Durante la captura
los paramilitares llevaron a cabo ejecuciones sumarias, ataques a civiles en
las rutas de escape y redadas casa por casa donde violaban a las mujeres y
niñas que encontraban.
Durante
la captura, los paramilitares arrasaron barrios enteros y ejecutaron a
centenares de mujeres y niños que huían por las carreteras. Los principales
objetivos de las FAR fueron los grupos no árabes, entre ellos los pueblos Fur,
Zaghawa y Masalit. Imágenes satelitales mostraron manchas de sangre en las
calles. En el Hospital de Maternidad Saudí, 460 personas fueron ejecutadas a
sangre fría, incluidos pacientes y personal médico. “Era como un campo de
matanza”, relató un testigo a Reuters.
La
ONU estima que alrededor de 35.000 personas han huido de la ciudad de El Fasher
tan solo desde el domingo 26 de octubre, mientras que UNICEF advierte que “los
130.000 niños que viven en El Fasher corren el riesgo de sufrir graves
violaciones a su integridad física.
Un
país en ruinas
Sudán
se ha convertido en un Estado fallido. No hay Gobierno operativo, ni sistema
judicial, ni red sanitaria. Más del 70 % de los hospitales han dejado de
funcionar. Médicos sin Fronteras denuncia el secuestro de profesionales
sanitarios para atender a los combatientes. Los brotes de cólera, sarampión y
difteria se multiplican sin control.
Treinta
millones de personas —más de la mitad de la población— dependen de la ayuda
humanitaria para sobrevivir. Pero la respuesta internacional apenas cubre el 6,6
% de los fondos solicitados por la ONU. Los países vecinos, como Chad, Egipto y
Sudán del Sur, acogen a millones de refugiados en condiciones precarias.
El
Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados calcula que 13 millones
de personas han abandonado sus hogares, y que una de cada seis personas
desplazadas del planeta hoy es sudanesa.
Las
víctimas invisibles
Las
principales víctimas son mujeres y niños, que constituyen el 88 % de los
desplazados. La violencia sexual es utilizada como arma de guerra. Amnistía
Internacional documenta violaciones sistemáticas y esclavitud sexual, crímenes
que podrían tipificarse como de lesa humanidad.
“Los
Janjaweed no tuvieron piedad de nadie”, cuenta Umm Amena, una madre de cuatro
hijos que logró huir de Darfur tras dos días de masacres. En los campos de
refugiados, el hambre se mezcla con la desesperanza: los menores mueren de
desnutrición o enfermedades tratables.
Una
guerra por el oro y el Nilo
Detrás
del conflicto late un tablero geopolítico más amplio. Rusia, a través del ex grupo
Wagner, ha explotado minas de oro sudanesas desde 2017 y aspira a instalar
una base naval en Port Sudán, en el Mar Rojo. Los Emiratos y Arabia Saudita ven
en el país un punto estratégico para controlar las rutas del comercio africano.
Egipto teme que la desintegración de su vecino afecte al caudal del Nilo y
agrave su disputa con Etiopía por la presa del Gran Renacimiento.
Sudán
es, en definitiva, la bisagra entre el Sahel, el Cuerno de África y el Mar
Rojo, una región donde confluyen intereses de potencias globales y rivales
regionales.
El
naufragio diplomático
La
comunidad internacional ha fracasado estrepitosamente en su intento de mediar.
Ni la ONU, ni la Unión Africana, ni los gobiernos árabes han logrado imponer un
alto el fuego. Las treguas duran horas y los acuerdos de paz son papel mojado.
Las conferencias en Londres o Nairobi se celebran sin los protagonistas del
conflicto, y la guerra sigue su curso.
“Vergüenza
para los perpetradores, pero también para los gobiernos que permiten que esta
barbarie continúe”, declaró Erika Guevara Rosas,
de Amnistía Internacional, en el segundo aniversario del conflicto.
De
la revolución al desencanto
En
2019, miles de jóvenes y mujeres protagonizaron una revolución pacífica que
hizo caer a Omar al-Bashir. Hoy, muchos de esos mismos manifestantes han
muerto, están exiliados exiliados o guardan silencio. Su sueño de democracia
fue devorado por los mismos militares que prometieron protegerlo.
Sudán,
hoy constituye una tragedia africana con millones de víctimas inocentes que el
mundo insiste en ignorar.

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