martes, 28 de octubre de 2025

Operativo policial contra el Comando Vermeho pone a Río de Janeiro bajo fuego


La ofensiva en los complejos de Alemão y Penha movilizó a 2.500 agentes y paralizó la ciudad. El Gobierno de Lula y el gobernador Claudio Castro se acusan mutuamente tras la jornada más letal de la historia carioca.

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Río de Janeiro amaneció el martes bajo un cielo atravesado por helicópteros y el eco de los fusiles. Desde la madrugada, más de 2.500 agentes de las policías Civil y Militar lanzaron la llamada Operación Contención en los complejos de favelas de Alemão y Penha, en la zona norte de la ciudad. El objetivo era capturar a Edgar Alves de Andrade, alias Doca o Urso, jefe regional del Comando Vermelho (CV), y desarticular una red criminal que extendía su control sobre decenas de barrios. Al caer la noche, el balance era estremecedor: 64 muertos, de los cuales 60 eran sospechosos y cuatro policías, incluido un comisario.

Los enfrentamientos, que comenzaron a las cinco de la mañana, pronto adquirieron dimensiones de combate urbano. Los narcotraficantes levantaron barricadas con autobuses incendiados, emplearon drones para arrojar granadas y se atrincheraron con fusiles automáticos. Testigos describen ráfagas de más de 200 disparos por minuto. Las escenas, retransmitidas en directo por las redes sociales, mostraban a vecinos aterrados escondidos bajo sus camas mientras los helicópteros artillados sobrevolaban los techos de chapa. Por lo cual, el analista argentino Jorge Castro no duda en hablar de “guerra de baja intensidad” en Brasil.

La ciudad quedó prácticamente paralizada: 45 escuelas cerradas, hospitales sin servicio, el tráfico interrumpido en la Linha Vermelha —vía que conecta con el aeropuerto internacional de Galeão— y un éxodo improvisado de trabajadores que abandonaron antes de tiempo sus puestos ante el temor de quedar atrapados en la zona de fuego. “Fue una jornada de guerra”, resumió el periodista carioca Ancelmo Gois.

Choque político entre Río y Brasilia

El gobernador Cláudio Castro, del Partido Liberal y aliado de Jair Bolsonaro, calificó los hechos como un acto de “narcoterrorismo” y lamentó que Río “lucha sola” frente a las facciones criminales. Denunció que el Gobierno federal había rechazado tres veces el envío de vehículos blindados de las Fuerzas Armadas para reforzar el operativo.

Desde Brasilia, el ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, respondió con dureza: aseguró que su despacho “no recibió ninguna solicitud formal” de apoyo y recordó que la Fuerza Nacional y la Policía Federal han realizado 178 operaciones en Río solo en 2025. El Planalto convocó una reunión de emergencia tras los enfrentamientos, mientras la oposición bolsonarista acusaba a Lula de “abandonar” al Estado fluminense.

La controversia revela el trasfondo político de la seguridad en Brasil. Río de Janeiro, gobernada por un aliado del expresidente Bolsonaro, se ha convertido en el epicentro de la disputa política e ideológica sobre cómo enfrentar al crimen organizado: represión militarizada o intervención social y comunitaria. Tres de las operaciones más letales en la historia reciente —Jacarezinho (2021), Vila Cruzeiro (2022) y la de Alemão-Penha (2025)— ocurrieron bajo el mandato de Castro.

El Comando Vermelho: de la Revolución a la economía del crimen

El CV, el grupo criminal más antiguo de Brasil, nació en los años setenta en la cárcel de Ilha Grande, donde presos comunes convivían con militantes de izquierda de la Falange Vermelha, encarcelados por la dictadura militar (1964–1985). De aquella convivencia surgió una organización híbrida que, pronto, abandonó la ideología revolucionaria para dedicarse al asalto a bancos y al narcotráfico.

Durante los años ochenta, el CV estableció vínculos con los carteles colombianos y dominó la distribución de cocaína en Río. A diferencia de su rival paulista, el Primer Comando da Capital (PCC), el CV carece de una jerarquía única: funciona como una red de franquicias criminales, con líderes encarcelados que controlan, a distancia, territorios y negocios. Su poder se basa tanto en las armas como en la capacidad de ofrecer servicios —seguridad, alimentos, empleo— en comunidades históricamente abandonadas por el Estado.

Según estimaciones del Instituto Igarapé, el CV contaba, en 2020, con más de 30.000 miembros y una estructura con ramificaciones en al menos 20 estados brasileños.

Una red que cruza fronteras

La influencia del Comando Vermelho trasciende Brasil. En la región amazónica, controla rutas fluviales como el río Solimões, utilizadas para traficar cocaína desde Colombia y Perú hacia los puertos del Atlántico. En Paraguay y Bolivia mantiene bases logísticas para el acopio de cocaína y marihuana, y en Colombia continúa la cooperación con grupos disidentes de las FARC.

En Argentina, su presencia se ha detectado desde hace más de una década. La operación Ciervo Blanco, de 2013, reveló la existencia de una red criminal con participación del CV que arrojaba cargamentos de cocaína desde avionetas sobre campos de Corrientes, mientras que investigaciones judiciales de 2023 destaparon un sistema de lavado de activos mediante criptomonedas y exportaciones ficticias de vino mendocino a Brasil.

Doca, el fugitivo que humilla al Estado

El gran objetivo de la operación era Edgar Alves de Andrade, alias Doca o Urso, de 55 años. Nacido en Paraíba y criado en el complejo de Penha, es considerado uno de los cerebros más fríos y calculadores del CV. Tiene más de 20 órdenes de arresto, está acusado de más de un centenar de homicidios y se le atribuye el asesinato de tres médicos en Barra da Tijuca, en 2023, un crimen que conmocionó a Brasil. Según las investigaciones, al descubrir que sus hombres habían confundido a las víctimas, Doca ordenó ejecutar a los autores del error.

Las autoridades ofrecen una recompensa récord de 100.000 reales (unos 17.500 dólares) por su captura, cifra equiparable a la que en su día se ofreció por Fernandinho Beira-Mar, el histórico capo del Comando Vermeho. Hasta el momento, Doca continúa prófugo.

Río bajo asedio

Las imágenes de familiares agolpados ante el hospital Getúlio Vargas para identificar cuerpos devolvieron a Río su rostro más trágico. La Oficina de Derechos Humanos de la ONU se declaró “profundamente consternada” y reclamó una investigación independiente sobre las muertes. Organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional llevan años alertando sobre la letalidad policial en Brasil, donde las operaciones de seguridad suelen degenerar en ejecuciones extrajudiciales. En 2024, Río registró más de 1.200 muertes a manos de las fuerzas del orden, una de las cifras más altas del mundo en contexto no bélico.

Para el analista Chris Dalby, de World of Crime, “el gobernador Castro usa la narrativa del narcoterrorismo para justificar una política de fuerza que no aborda las causas estructurales del crimen: pobreza, desigualdad y ausencia del Estado”.
Los expertos advierten que la espiral de violencia tiende a reproducirse: las muertes en los operativos alimentan la hostilidad de las comunidades hacia la policía y facilitan el reclutamiento de nuevos soldados por parte del CV.

Un ciclo sin fin

Río de Janeiro repite un patrón conocido: cada gran operativo deja decenas de muertos, una breve sensación de victoria y, poco después, el resurgir de los mismos grupos. En palabras del sociólogo Ignácio Cano, “es la crónica de una guerra que el Estado no puede ganar porque combate sus efectos y no sus causas”.

La operación de Alemão y Penha, la más sangrienta en la historia de la ciudad, no ha debilitado al Comando Vermelho. Ha confirmado, más bien, que las favelas de Río siguen siendo un campo de batalla donde la autoridad estatal se disputa palmo a palmo, y donde la línea entre seguridad y guerra se desdibuja cada día un poco más.

 

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