La masacre de trabajadores de los obrajes
de la empresa La Forestal, entre 1919 y 1921, en el chaco santafesino es una de
las mayores violaciones a los derechos humanos ocurrida durante un gobierno
constitucional sin embargo permanece absolutamente desconocida para muchos
argentinos
Promediando el siglo XIX, el
Chaco santafesino era una tierra indómita moteada de humedales y bosques de
quebracho colorado, todavía parcialmente habitada por indígenas abipones y
mocovíes que pronto serían desplazados o eliminados por las campañas militares
y con algunas colonias agrícolas y chacras dispersas. La vida transcurría
dentro de las circunstancias y conflictos característicos de las zonas “de
frontera”. Esta situación cambió en 1872.
El
10 de marzo de 1874, embarcaron en el buque “Gassendi” desde el puerto
de Liverpool con destino Santa Fe treinta y siete cajas de hierro en las cuales
había 180.187 libras esterlinas. Ese monto era el total de un empréstito
celebrado por la firma londinense Murrieta & Cía. y el gobierno de la
provincia de Santa Fe con el objetivo de conformar el capital inicial del Banco
Provincial de Santa Fe.
El
crédito se había firmado, el 22 de junio de 1872, con el apoderado de la entidad
prestamista, el doctor Lucas González, quien luego también arbitraría de
representante del Estado santafesino a la hora de saldar la deuda. En julio de
1881, la deuda era de 110.873 libras esterlinas y 3 chelines, es entonces
cuando la provincia, a sugerencia del propio Lucas González, decidió pagar ese
compromiso con tierras fiscales. A tal efecto se destinaron 668 leguas de
territorio. La operación se concretó a través de una ley de la propia
legislatura santafesina sancionada el 5 de octubre de 1880.
La
escritura debía ser firmada por el mismísimo Juan Bautista Alberdi que
intervenía a nombre del gobierno, pero no lo pudo hacer por problemas de salud.
Lo reemplazó un inglés, Federico Woodgate, que junto a Lucas González,
firmaron la entrega del Chaco santafesino en una extensión de 1.804.563
hectáreas cubiertas por bosques de quebracho. La más importante reserva de esta
especie arbórea en el planeta, que comprendía el este y norte de la provincia
de Santa Fe.
En los escaños del Congreso
nadie cuestionó la venta, tal vez porque se habían untado algunas manos o
porque se rumoreaba que las tierras se subdividirían en colonias. Para el
flamante Estado nacional, la región necesitaba pobladores europeos -es decir “blancos”-
con disciplina para el trabajo. Es más, durante algún tiempo se consideró
al Chaco Austral como “zona de excelencia para la instalación de colonos
anglosajones”.
El gobierno provincial cobró
1.002.594 pesos, pero devolvió en juicios reivindicatorios la suma de 3.212.190
pesos y así nació la Santa Fe Land Company, después Compañía de Tierras,
Maderas y Ferrocarriles La Forestal Limitada, después La Forestal Argentina
Sociedad Anónima de Tierras y Maderas y Explotaciones Comerciales e
Industriales, una empresa de capitales británicos y alemanes que se instaló
en la ciudad de Santa Fe en 1906.
La Forestal
con sus dos millones de hectáreas, cuarenta mil obreros y empleados, cuatro
fábricas, seis ciudades, un tren, cuatrocientos kilómetros de vías, un puerto,
barcos, policía, moneda y bandera propias y fortunas en maquinarias, pronto se
convirtió en un Estado dentro de otro Estado.
El gigantesco
imperio se dedicó a triturar troncos para obtener tanino, sustancia empleada en
el curtido industrial del cuero e incluso como colorante para diversas
actividades como la vitivinicultura. Además, la madera se empleaba para la
construcción de muebles, edificios, durmientes ferroviarios -los ferrocarriles
británicos en la India, por ejemplo, corrían sobre durmientes de quebracho
argentino-, embarcaciones, puentes y postes de telégrafo. La organización fabril era de dos
grandes figuras obreras, estaba el operario de fábrica y el hachero u obrajero
. Esta última está dividida en una serie de funciones, desde el hachero propiamente
dicho hasta el labrador-pulidor, que limpiaba el árbol ya cortado y le daba
forma al rollizo. También estaba el carrero, que transportaba los rollizos
hasta el ferrocarril. En el mundo de la fábrica, existía el operario con sus
distintas calificaciones: cocinero, aserrinero, peones y sirvientes, etcétera.
También estaban los obreros del ferrocarril privado y los marítimos de La
Forestal, ya federados en la década de 1910. Además, los empleados
administrativos, con gran diferencia salarial y de trato respecto de los
operarios, y los empleados jerárquicos. Puede hablarse de veinte mil personas
que dependían de La Forestal.
Los obrajeros
trabajaban de sol a sol y recibían 2,50 pesos por tonelada de leña, en vales
que sólo podían cambiar por mercaderías en almacenes de la empresa. Pero la
compañía vendía la producción a un precio veinte veces superior. Además, las
tres cuartas partes de los treinta mil pesos diarios pagados en concepto de
mano de obra regresaban a las arcas de La Forestal a través de la proveeduría.
La mayoría de los obreros eran jóvenes, de entre 20 y 30 años, a los cuáles una
década de trabajo en el monte y las enfermedades sociales, como la tuberculosis,
destruían su salud. Los trabajadores vivían hacinados con sus familias en chozas
o enramadas que denominaban “benditos”. Cuando un peón era rechazado por
el jefe de fábrica, era despedido y desalojado de su humilde vivienda por los capataces
y la policía. Todo:
vidas, herramientas, alimentos, hasta la tierra pisada, el aire respirado y las
alimañas del monte eran de la compañía. En caso de resistencia, la familia y sus muebles eran sacados
con violencia del rancho y arrojados sobre un carro, que los llevaba fuera de
los límites de la compañía. Así, padres e hijos terminaban abandonados en medio
del campo.[1]
El poblamiento
que se dio en torno a la actividad forestal produjo flujos migratorios internos
de Corrientes, Chaco y Paraguay. La gran mayoría de los trabajadores del monte,
principalmente en las primeras décadas, eran indígenas (qom, moqoit, guaraní)
que fueron forzados a trabajar en los obrajes para sobrevivir, como
consecuencias de las campañas militares de conquista territorial. Además, les
pagaban menos que a los criollos por el solo hecho de ser indígenas. El trabajo
del monte también formó parte del universo forestal, que tan magistralmente
describió, en 1917, el escritor y periodista uruguayo Horacio Quiroga en su
cuento “Los Mensú”, como parte de su libro “Cuentos de Amor, de
Locura y de Muerte”.
Antes de
que finalizara la segunda década del siglo XX, los libros de Karl Marx y Lenin y las noticias
sobre la naciente Revolución Bolchevique en Rusia, llegaron a manos y oídos de muchos obreros. Gente de
la F.O.R.A. (Federación
Obrera Regional Argentina) se había filtrado y hablaba de derechos obreros, de
acción, de lucha, de huelgas. A través del puerto, con ayuda de los marineros,
entraban las primeras armas. Villa Guillermina tenía siete mil habitantes (el pueblo había
sido fundado en 1900, antes de la instalación de La Forestal), entre
ellos algunos independientes de la empresa.
A
comienzos de la década de 1910, los trabajadores comenzaron a organizarse con
el fin de reclamar mejoras en las terribles condiciones de trabajo y de vida a
que estaban sometidos. Las luchas obreras fueron alentadas por activistas anarquistas
que concurrían a los obrajes para despertar la conciencia de los trabajadores y
de los que apenas se tiene memoria: Juan Giovetti, Ifran, Lafuente, Vera, Cochia y Luis Lotito. Así se formó el
primer Centro Recreativo en Villa Guillermina, que luego fue local sindical de la F.O,R.A., Juan Giovetti, logró
introducir -quien sabe cómo- una imprenta y comenzó a redactar y editar el
periódico "Aña Membuí" -‘Hijo
del diablo’-.
Hacia
1915, el malestar de los pueblos de Villa Guillermina, San Cristóbal, Tartagal,
Villa Ana y otros, se hizo público en los medios políticos de Buenos
Aires. El Congreso de la Nación envió una comisión investigadora. A su regreso
elaboró un informe donde señalaba que para corregir los males que sucedían en
Santa Fe “había que crear escuelas”.
Sólo unas pocas voces se levantaron en el Congreso contra la explotación que
sufrían los trabajadores de La Forestal, especialmente las de Alfredo Palacios,
Belisario Salvadores y Amadeo Ramírez.
Un año más
tarde, el diario La Razón de Buenos Aires, calificaba de excelente el
ejercicio de La Forestal. Por entonces, la compañía era dueña de 2.100.000
hectáreas y pagaba como contribuyente provincial unos 300 mil pesos anuales. En
cambio, en Londres, oblaba en concepto de impuestos y otros rubros, 768.036,17
libras esterlinas (8.797.503 pesos argentinos de entonces). El gobierno de Su
Majestad cobraba casi ocho millones y medio de pesos más que la provincia de
Santa Fe, productora del quebracho.
Hacia
1919, las fábricas de Villa Guillermina, Villa Ana, Tartagal. Santa Felicia y
La Gallareta, producían 5.500 bolsas de tanino por día, las que se vendían a
razón de 40 pesos cada una. Los más de diez mil trabajadores ocupados en las
fábricas, ganaban un promedio de tres pesos por día. Un observador de entonces
estimaba que, de los treinta mil pesos diarios pagados por la empresa como
salarios, tres cuartas partes regresaban a sus arcas a través de sus
proveedurías.
En julio de 1919, se declaró la primera huelga organizada. Los obreros demandaron
aumento de salarios, disminución de la jornada de trabajo de doce a ocho horas
y suspensión de los despidos. Los reclamos fueron oídos luego de varios días de
huelga, cuando los trabajadores del ferrocarril comenzaron a obstaculizar el recorrido
de los trenes en el trayecto del kilómetro 39 y el empalme Villa Guillermina con
el ferrocarril Santa Fe.
El siguiente movimiento huelguistico comenzó el 13 de diciembre de 1919 y se prolongó hasta mediados de enero de 1920. A través de la F.O.R.A. del IX Congreso -sindicalista-
los obreros un petitorio que la empresa rechazo y así se desató el conflicto. Los puntos del petitorio incluían:
jornada de ocho horas, descanso semanal, algunos feriados, mayores jornales
para todas las categorías, mejoras de infraestructura edilicia en las viviendas
y el último punto, el Nº 35, tal vez el que marcaba el tono del conflicto de
clases existente, decía textualmente: “Se les exige a los empleados
jerárquicos de La Forestal que exhiban mayor respeto hacia los obreros”.
Prácticamente un convenio colectivo de trabajo.
La Forestal obtuvo entonces que la gobernación de Santa Fe, a cargo del dirigente radical el abogado Enrique Mosca -el mismo
que, en 1946, integró junto a José P. Tamborini la fórmula presidencial de la
Unión Democrática que perdió la elección frente a la dupla Juan D. Perón –
Jazmín H. Quijano-, formara una gendarmería volante a su servicio.
El gobierno
radical asignaba a los miembros de este cuerpo de gendarmería -que no debe
confundirse con la Gendarmería Nacional Argentina que recién se creó en 1938-
un salario de $150 pesos. La Forestal reforzaba los salarios con $450
adicionales por mes y una partida de otros $70 pesos para forrajes. Además
suministró uniformes, armas y medios de transporte. La Forestal incluso
proporcionaba a los “comisarios” de la gendarmería volante: casa
habitación, luz, leña y caballos.
Una
convocatoria tan generosa y la perspectiva de actuar con impunidad reunió a asesinos,
y desalmados de todo tipo dispuestos a la violencia. Además, la empresa logró
que de las cárceles provinciales liberaran para el servicio en la gendarmería a
presidiarios peligrosos y los integró al “cuerpo de seguridad”. A ellos
se unieron algunos soldados y oficiales del regimiento 12 de infantería.
Para marzo
de 1920, continuaban los despidos y atropellos de La Forestal. Los gendarmes
golpeaban con más fuerza y desconocían las conquistas logradas por los
trabajadores en la última huelga. Ese cuerpo paramilitar le costaba a la
empresa entre 30 y 40 mil pesos mensuales, lo que equivalía a los jornales de
400 obreros. La población los bautizó rápidamente con el nombre de “Cardenales”,
por su ostentosa vestimenta.
La
compañía convencida de que necesitaba más seguridad, contrató ochenta civiles
en Santa Fe, los armó con fusiles Winchester, revólveres y cuchillos. Desde
Buenos Aires comenzaron a llegar también miembros de la Liga Patriótica que
siempre concurrían al lugar en que se producían huelgas de carácter
revolucionario. Además, Lorenzo Anadón, vicepresidente de la compañía, era
miembro de la Liga.
La represión desatada por los parapoliciales y rompehuelgas fue feroz, activistas como Luis Lotito y Juan Giovetti. Algunos
testigos contaron como el cuerpo 12° de Infantería intervino con fuego de
ametralladoras contra los huelguistas. Según el diario Santa Fe, solo en la
jornada del 26 de abril, un rumor indicaba que habían muerto doscientos
obreros. Rápidamente el hecho fue desmentido por las autoridades santafesinas.
Entre
tanto, el directorio de la compañía vendía porciones de tierra ya devastada y
compraba nuevas con lotes de quebracho. Los despidos se sucedían, la represión
y la cárcel eran cosa común. La empresa hizo “listas negras” con los
trabajadores más combativos, saqueó e incendió sus casas, desplazó hacheros de
un enclave a otro, vedó la provisión de agua, que llegaban en tren a los
obrajes y cerró establecimientos.[2] Para 1921 había doce mil
obreros despedidos lo que provocó el vaciamiento de pueblos. La Forestal comenzó
a cerrar establecimientos y corrió la voz de que se disponía a producir un
lock-out. Ofreció a los trabajadores que quisieran regresar a sus lugares de
origen, pasajes de ferrocarril y dinero para el viaje. Comenzaba la
despoblación. Unida a esta decisión, la compañía resolvió golpear más bajo y en
un alarde de extraño nacionalismo, prohibió el uso de los colores rojo y
granate en las vestimentas, por ser “juzgado
peligroso para los intereses de la empresa”. Los cardenales
atrapaban a la gente en las calles y les arrancaban las rotosas prendas a
tirones, y se los obligaba a gritar ¡Viva la patria!
El 28 de
enero de 1921 se desató otra huelga. La resistencia de los obrajeros, a quienes
el accionar de la F.O.R.A. proporcionó una enfervorizada conciencia de justicia
y libertad, se inició en Villa Guillermina y Villa Ana simultáneamente luego de
que un “comisario” que registraba obreros a la salida de una fábrica resultara
muerto, en apariencia por un policía no uniformado de la empresa, hecho que fue
utilizado como excusa para desencadenar la represión.
Relata Gastón
Gori: “Se vivía en un volcán. Con las
primeras víctimas caídas en los choques se desató la violencia. Los huelguistas
ocuparon vagones, zorras y caballos para transportar obreros que se plegaban al
movimiento. La gendarmería volante actuaba en patrullas por las líneas
ferroviarias y en zonas de obrajes para proteger las comunicaciones, y se
concentraba, con otras fuerzas, en las dos localidades. Los ataques fueron
violentos… la represión tuvo caracteres de caza del hombre y en los bosques se
comenzó a vivir ambiente de guerrilla para salvarse de la muerte”.
Los diarios indicaban que “el
tiroteo es continuo y en todas direcciones”.[3]
Pobladores
y familias enteras huían despavoridos ante la violencia de los gendarmes.
Sacaban a los obreros fuera de sus chozas, atacaban a las mujeres y luego
ponían fuego a sus pertenencias. Esta era su política de “deportaciones”, al amparo del
gobierno nacional en manos del presidente Hipólito Yrigoyen. Era tal el éxodo,
que el entonces gobernador del Chaco, otro radical, Oreste Arbo y Blanco, envió
una nota al ministerio del Interior señalando: “Llegan al Chaco en número alarmante familias acosadas por la
miseria, buscando en este territorio alivio a su situación”.
Nunca se
sabrá cuantos muertos dejó la faena de la gendarmería volante. Ni siquiera las
cruces anónimas de los cementerios identifican a todos los caídos. Las crónicas
periodísticas de la época hablan de más de seiscientos obrajeros asesinados. Jornadas
de horror, quizá solo comparables a las vividas por la represión oficial de las
huelgas de la Patagonia.
Cabe
destacar que estamos hablando de graves violaciones a los derechos humanos, toleradas
y mantenidas impunes por la indiferencia de un gobierno constitucional,
democrático y popular. Que luego muchos historiadores y periodistas prefirieron
ignorar. Lamentablemente la cuestión no concluyó con esa masacre.
Entre 1948
y 1963, La Forestal clausuró, finalmente, sus cuatro fábricas de Santa Fe.
Había puesto en marcha el plan de retirarse progresivamente del país
-obteniendo todas las ventajas posibles-, levantando las vías férreas,
telefónicas y hasta puertos; dejando grandes deudas con sus proveedores y
trabajadores, mientras se instalaba en Sudáfrica aumentando la producción y
venta de mimosa, un arbusto capaz de producir el tanino más barato que el
obtenido del quebracho.
[1]
SIROUYAN, Cristian: El triste recuerdo de La Forestal. Artículo
publicado en el portal Clarín.com, Buenos Aires 22/02/1999. Consultado el
08/07/2020.
[2]
LARRAQUY, Marcelo: Op. Cit. P. 155
[3]
GORI, Gastón: La Forestal. La tragedia del quebracho colorado. Buenos
Aires 1965.
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