El 26 de julio de 1952, a las 20.25 horas, entró en la
inmortalidad Eva Duarte de Perón, para los peronista la “Abanderada de los
Humildes”. Para los antiperonistas una mujer que con sus pasiones y fanatismo
contribuyó a crear la grieta que aún divide a los argentinos
LA ENFERMEDAD DE EVA PERÓN
El día
9 de enero de 1950 mientras presenciaba la inauguración de un local sindical en
Dock Sud, Evita sufrió un desmayo. No hubo información oficial sobre el hecho
ni pareció preocupante, dado el intenso calor de la jornada. Tres días más
tarde, Evita era internada en el Instituto del Diagnóstico y operada de
apendicitis; poco después retornaba a sus actividades habituales, sin mostrar
huellas aparentes del episodio.
Sin
embargo, la versión que años después brindó el cirujano que la operó,
establecía que fue en ese momento, a través de los diversos análisis
efectuados, cuando se evidenció la existencia de un quiste probablemente
canceroso en la matriz de la enferma. El médico era el doctor Oscar
Ivanissevich, eminente cirujano y, además, en ese momento, ministro de Educación.
Pero, la sola sugerencia de que debía someterse a una revisión más prolija y,
eventualmente, operarse de nuevo, chocó la férrea negativa de Evita.
Es
probable que, de haber sido intervenida en esa oportunidad habría podido
continuar su vida sin mayores consecuencias. La madre de Evita había
padecido el mismo mal años atrás, y una oportuna extracción quirúrgica terminó
con su problema. De todas maneras esto no ocurrió y la enfermedad siguió su
desarrollo.
Durante
1950 Evita desarrolló una incasable actividad al frente de la Fundación Eva
Perón y de la “rama femenina” del peronismo. Evita se encontraba en el
cenit de su popularidad y de su influencia política. Estaba rodeada por un
grupo de incondicionales, como Héctor J. Cámpora, Atilio Renzi, José Freire, y
los dirigentes de la cúpula de la C.G.T., José Espejo, Isaías Santín y otros.
También solía frecuentar un grupo de poetas y escritores con los que cenaba a
veces.
Por
ese entonces, su aspecto personal sufrió una gran transformación, la sobriedad
en sus peinados y vestidos inauguró un estilo despojado, al mismo tiempo
desaparecían las joyas con que se adornaba. Su piel, que siempre había sido
hermosa, tomó un leve tono nacarado que subrayaba la línea de los pómulos y le
agrandaba los ojos. Su imagen ganó distinción y fragilidad...
El
lunes 24, de septiembre, los médicos informaron a Perón que Evita “padecía un cáncer de útero, muy desarrollado y con
peligrosas consecuencias marginales”. El padre Hernán Benítez, que estaba
presente cuando le dieron la noticia a Perón, dijo: “Este fue el mayor
impacto jamás recibido por Perón. Su vida quedó alterada por completo. Supo
exactamente lo que le aguardaba en el mismo momento en que le dieron la
noticia, pues su primera esposa, Aurelia, había sufrido la misma enfermedad, y
tras haber intentado todo tipo de tratamiento sin el menor éxito, murió entre
grandes dolores que le afectaron más a él que a ella”.[1]
Durante
1951 pese a los intentos de ocultar el estado de salud de Evita por parte del
gobierno se hizo evidente que algo ocurría. El 24 septiembre Evita debió
guardar cama y se le practicó una transfusión de sangre. Su estado de salud era
tan delicado que no pudo participar de la campaña electoral.
LA CANDIDATURA DE EVITA
Hacia fines de 1947, se
convirtió en un tema recurrente entre los peronistas la idea de reformar la
Constitución Nacional, divulgada antes de las elecciones y apoyada por la
prédica nacionalista y antiliberal, pero también conforme con quienes
postulaban cambios técnicos o la incorporación a su texto del Decálogo del
Trabajador y los Derechos de la Ancianidad. Sin embargo, el tema que en rigor
promovió la reforma fue la reelección presidencial. A principios de 1948 se
habían formado ligas, grupos y organizaciones de toda especie para proclamar la
necesidad de que Perón siguiese en el poder. Su mandato expiraba en 1952, de
acuerdo con el Art. 77 de la Constitución Nacional, y la modificación de esa
cláusula fue el objetivo aglutinante del peronismo. Aun cuando faltaban tres
años para los comicios del 51, era evidente que el peronismo no aceptaba otra
conducción que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la
permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus elites.
Con la
sanción de la reforma constitucional del 11 de marzo de 1949 y la posibilidad
de la reelección, se originó dentro del movimiento peronista –en especial entre
los sectores sindicales- un grupo que impulsaba la candidatura de Eva Perón a
la vicepresidencia de la nación. Hugo Gambini atribuye la idea de la
candidatura de Eva Perón a Serafín Román Yustine, un caudillo barrial conocido
como “El Perón de la 13°”, quien la promocionó a través de un periódico
parroquial denominado “Monserrat”. Otros dirigentes lo imitaron, hasta
que la CGT tomó la iniciativa y la apadrinó.[2]
La
candidatura de Eva Perón fue un hecho político muy particular. Movilizó
muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación: “El Cabildo
Abierto del Justicialismo” convocada por la C.G.T., el 22 de agosto de
1951, que proclamó la vicepresidencia para la “compañera Evita”.
La
C.G.T., conducida por José Espejo, un incondicional de Evita había trabajado
duramente organizando una multitudinaria peregrinación a Buenos Aires desde los
más apartados rincones del país, proporcionando a los asistentes transporte,
alojamiento y alimentos gratuitos. Finalmente se declaró una huelga general para
facilitar la concurrencia a la convocatoria. Su objetivo era reunir una
multitud de dos millones de personas. En consecuencia, el lugar de la
concentración fue la Avenida 9 de Julio, en un escenario montado frente al
Ministerio de Obras Públicas.
El acto
se inició con la exclusiva presencia de Perón, a los efectos de permitir a la
multitud reclamar la presencia de Evita. El propósito del encuentro era la
consagración de la fórmula Perón – Eva Perón, tal como lo señalaba la
convocatoria y los carteles que decoraban el escenario. A las cinco de la tarde
Eva Perón se hizo presente y dirigiéndose a la multitud señaló que estando
Perón al frente del gobierno el cargo de vicepresidente era tan sólo honorífico
y que el único honor al que ella esperaba era el cariño de su pueblo. Ante la
insistencia de la multitud, Evita pidió cuatro días para dar una respuesta
definitiva. Pero, debido a la presión ejercida por Espejo, incitando a los
asistentes al acto a no desconcentrarse hasta que la “abanderada de los
humildes” diera una respuesta, a
las diez de la noche, finalmente Evita consintió en hacer lo que pueblo le
pidiera.
No
obstante, no estaba dicha la última palabra al respecto. En un discurso radial
difundido el 31 de agosto Evita comunicó su irrevocable decisión de no
presentarse como candidata a la vicepresidencia. “No renuncio a la tarea
–dijo Evita con voz desgarrada-, sino solamente a los honores. [...] No
tengo... más que una sola y grande ambición personal: que de mí se diga... que
hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las
esperanzas del pueblo, y que a esa mujer el pueblo la llamaba, cariñosamente,
Evita”.[3]
Desde
comienzos de 1950, aunque la gente lo ignoraba, Evita se encontraba enferma de
cáncer. No se había atendido a tiempo, desechando el consejo de los médicos.
Cuando finalmente aceptó operarse fue demasiado tarde. Eva Perón moriría tan
solo once meses después el 26 de julio de 1952.
La
candidatura de Eva Perón tuvo profundas implicancias tanto dentro como fuera
del movimiento peronista. En las filas peronistas significó el alejamiento del
ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Coronel Domingo Mercante, un
hombre de absoluta confianza de Perón y uno de los artífices del 17 de octubre
de 1945, quien era el candidato natural a la vicepresidencia. Fuera del
peronismo provocó una fuerte conmoción en las Fuerzas Armadas que se negaban a
aceptar la posibilidad de que una mujer pudiera acceder a la presidencia de la
Nación y por consiguiente a la Jefatura de las Fuerzas Armadas.
LA INTENTONA DE MENÉNDEZ
En
septiembre de 1951, como una reacción de un sector militar contra la
candidatura a vicepresidenta de María Eva Duarte de Perón se produjo un intento
de golpe de Estado encabezado por el general retirado Benjamín Menéndez que le
costaría la carrera a unos doscientos oficiales. Aunque la casi totalidad de
ellos fueron reincorporados después del derrocamiento de Juan D. Perón en 1955.
El 1
de agosto de 1951 estallaron bombas en varias estaciones ferroviarias cercanas
a Buenos Aires y se cometieron algunos actos de sabotaje en las vías, sin
mayores consecuencias. Los responsables eran algunos ferroviarios que no se
resignaban a la violenta ocupación de “La Fraternidad” por elementos
peronistas, y jóvenes universitarios de la FUBA vinculados al radicalismo,
algunos de cuyos dirigentes, como Miguel A. Zabala Ortiz, participaban también
de la conspiración de Menéndez y habían realizado los atentados para crear el
clima de inquietud necesario para posibilitar el éxito del movimiento militar.
Menéndez
consiguió el apoyo de varios dirigentes políticos: Arturo Frondizi y Miguel A.
Zabala Ortiz de la UCR, Américo Ghioldi por el socialismo, Reynaldo Pastor por
los demócratas nacionales, y Horacio Thedy, de los demócratas progresistas,
quienes se comprometieron de diversa forma en los trabajos conspirativos.
El
levantamiento del 28 de septiembre de 1951 fracasó por su inadecuada
planificación y por su deficiente ejecución. El movimiento fue escaso en cuanto
a su alcance geográfico, su carácter y su duración. Sus objetivos principales
eran las instalaciones de la Aeronáutica y la Marina situadas al noroeste de la
Capital y la base aeronaval de Punta Indio. Sólo en Campo de Mayo hubo algunas
víctimas, y su escasa importancia indica que ese movimiento no estaba resulto a
persistir hasta las últimas consecuencias, sino que era un intento de explotar
la presunta disconformidad de los oficiales.
EL
FINAL
Sin
embargo, el 17 de octubre, el Día de la Lealtad se festejó en honor de Evita,
haciendo un supremo esfuerzo la “abanderada de los humildes” se hizo
presente en el balcón de la Rosada para pronunciar un desgarrador discurso, que
concluía diciendo: “Mis descamisados yo quisiera decirles muchas cosas, pero
los médicos me han prohibido hablar. Yo les dejo mi corazón y les digo que
estoy segura, como es mi deseo, que pronto estaré en la lucha, con más fuerza y
más amor, para luchar por este pueblo al que tanto amo, como lo amo a Perón...
Pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden al general, sigan fieles a
Perón como hasta ahora, porque eso es estar con la Patria y con ustedes mismos”.[4]
La salud de Evita
empeoró tras la aparición en público y se decidió que, a pesar de su debilidad
física, no podía demorarse más una intervención quirúrgica. Veinte días después
era internada en el Policlínico Presidente Perón, perteneciente a la Fundación, ubicado en la localidad de
Avellaneda. No se dio ninguna información, pero la noticia corrió de boca en
boca, y en la calle del hospital se congregaron una veinte mil personas,
algunas de las cuales permanecieron allí todo el tiempo que Evita estuvo en el
hospital.
Evita fue operada por
un médico norteamericano, el doctor George Pack, cirujano del Memorial Sloane
–Kettering Center de Nueva York ayudado por profesor argentino, Jorge
Albertelli. El doctor Pack aceptó realizar la operación en total secreto e
incluso no cobró honorarios por la misma. Tanto para Evita como para el resto
del país la operación fue realizada por el doctor Ricardo Finochietto, el
prestigiosos cirujano director del hospital Presidente Perón.
El 9 de noviembre de
1951, desde su cama en el hospital, Evita -y otro 2,2 millones de mujeres
argentinas- votó por primera vez. Las fotografías tomadas en la oportunidad
muestran los estragos que la enfermedad había producido en su organismo.
La
habitación de la Residencia en la que Evita se recuperaba tenía cortinas de
terciopelo rojo, alfombras de color rosa, un sofá tapizado en rosa y una cama
de estilo. Evita, al verla, habría dicho:
“pensar que tengo que morir para tener una habitación como está”.[5]
Durante
algún tiempo, mientras se recuperaba de la operación, a Evita le parecía que
podría volver a iniciar alguna de sus actividades. Ya fuera por el dolor o por
la medicación, o simplemente porque sabía que se estaba muriendo y le quedaba
poco tiempo, los discursos de Evita se hicieron más y más violentos. Afectada
por el intento de golpe de Estado del general Menéndez compró armas para la
C.G.T. a fin de que los obreros pudieran defender a Perón. Mientras que
efectuaba frecuentes amenazas contra los opositores y referencias mesiánicas a
la otra vida. Posteriormente, algunos historiadores y políticos interpretaron
que tales expresiones evidenciaban el carácter revolucionario del pensamiento y
acción de Evita. Dos décadas después las palabras de Evita al borde de la
muerte servirían a una generación distinta de peronistas -los partidarios de la
“patria socialista”, jóvenes revolucionarios como los Montoneros-, para
justificar el empleo de la violencia política.
Sin
embargo, las palabras de Evita no eran más que desgarradoras expresiones de
dolor e impotencia. El 1º de mayo de 1952, Evita, estaba tan debilitada que
sólo pudo aparecer en el balcón de la Rosada sostenida por Perón. Allí y en
esas condiciones pronunció uno de sus más violentos discursos. Después de
defender a Perón como el “auténtico líder del pueblo” y atacó a sus enemigos
ferozmente diciendo: “Si es necesario ejecutaremos la justicia con nuestras
manos. Pido a Dios que no permita que esos insensatos levantar la mano contra
Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día,
mi general, ¡yo saldré con el pueblo trabajador, con las mujeres del pueblo,
con los descamisados de la Patria para no dejar ni un ladrillo que no sea
peronista!”.[6] Ese sería su último
discurso.
Estas
palabras, como resulta lógico, incrementaron el odio de los opositores contra
Evita. Ni la inminencia de su muerte podía atemperar el rechazo que Evita
generaba en algunos sectores. En las paredes de la ciudad de Buenos Aires
aparecían inscripciones diciendo: “Viva el cáncer”. También circulaban los rumores más disparatados se decía –por
ejemplo- que en los hospitales se les sacaba clandestinamente sangre a los
niños porque Evita necesitaba “sangre
joven y fresca”.
El 4
de junio de 1952, Perón asumió la presidencia de la Nación por segunda vez y
Evita acumuló sus últimas fuerzas para
ser parte de las ceremonias, pese a la oposición de Perón. Gracias a un
armazón de yeso y alambre y a una abundante dosis de sedantes, Evita pudo
asistir de pie a la ceremonia de jura ante la Asamblea Legislativa y luego recorrer
la Avenida de Mayo desde el Congreso a la Casa Rosada al lado del Presidente en
un automóvil descapotable, saludando a la multitud enfervorizada. Evita estaba
–como dice Luna- más hermosa que nunca pero con el perfil de la muerte marcando
su rostro. Por ese entonces, después de diez meses enfermedad pesaba tan solo
treinta ocho kilos, y seguía perdiendo peso...[7]
Ante
la inminencia de la desaparición de Evita sus partidarios se lanzaron a
realizar toda suerte de homenajes y misas. En tanto que los funcionarios del
régimen peronista comenzaron una suerte de competencia, donde los tributos más
sinceros se mezclaban con la obsecuencia más aberrante. El Congreso Nacional resolvió denominar “Período
Legislativo Eva Perón” al de ese año y, por iniciativa del presidente de la
Cámara de Diputados, Héctor J. Cámpora, se le otorgó el título de “Jefa
Espiritual de la Nación”; para no descompensar las cosas, el previsor
diputado incluyó en su proyecto el título de “Libertador de la República”
para el propio presidente... A mediados de junio, Cámpora presentó otro
proyecto, aprobado inmediatamente, para conceder a Evita el gran collar de la
Orden del Libertador General San Martín, una preciada obra de joyería que
–según Fraser y Navarro- contenía 753 piedras preciosas y seis distintas
reproducciones emblemáticas: el escudo peronista, la bandera nacional, una
corona de laurel, un cóndor, los escudos de las catorce provincias y, por
supuesto, el emblema nacional, realizado en oro, platino, diamantes y esmaltes.[8]
La nueva provincia de La Pampa se llamaría Eva Perón; la ciudad de Quilmes
había cambiado su nombre colonial por el Eva Perón; escuelas, hospitales,
barrios, buques, calles, plazas, etc. se bautizaban con su nombre; mismo tiempo
se multiplicaban las misas y procesiones pidiendo por su salud.
El 26
de julio de 1952, un desapacible día de invierno a las veinte y veinticinco de la noche María
Eva Duarte de Perón falleció, y nació el mito de Evita.
A los
efectos de preservar los restos mortales de Eva Perón, el Gobierno convocó al
doctor Pedro Ara, un médico español, por ese entonces catedrático de Anatomía de la Facultad de
Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba. El doctor Ara era una autoridad
mundial en materia de preservación de restos humanos. Sus particulares métodos
de conservación permitían conservar todos los órganos del cuerpo y preservar su
apariencia en vida. Su tarea se distinguía, especialmente, por sus cualidades
estéticas. Era capaz de convertir a la escultura funeraria del cuerpo humano y
dar a la muerte la apariencia de un sueño convertido en arte.
El
doctor Ara trabajo en un taller construido especialmente según sus
instrucciones en el segundo piso del edificio de la C.G.T. Un año después el
médico informaba por escrito a la Comisión Nacional Monumento a Eva Perón, Ley
14.124 el estado de su trabajo en la siguiente forma: “... el cadáver de la
Excma. Señora Doña María Eva Duarte de Perón, impregnado de sustancias
solidificables, puede estar permanentemente en contacto del aire, sin más
precauciones que las de protegerlo contra los agentes perturbadores mecánicos,
químicos o térmicos, tanto artificiales como de origen atmosférico.- No fue
abierta ninguna cavidad del cuerpo. Conserva, por tanto, todos sus órganos
internos, sanos o enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por
actos quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en cualquier tiempo un
análisis microscópico con técnica adecuada al caso.- No le ha sido extirpada ni
la menor partícula de piel ni de ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin
más mutilaciones que dos pequeñas incisiones superficiales ahora ocultas por
las sustancias de impregnación. [...] Los elementales cuidados que en lo
sucesivo deben prodigarse son, entre otros obvios, los siguientes: Primero,
evitar que en el local donde sea depositado suba la temperatura a más de 25º C.
Segundo, mantener fuera de la acción de los rayos solares la vitrina que
contiene el cuerpo”.[9]
El
secreto en que fueron realizados los trabajos de preservación del cadáver
dieron lugar a todo tipo de especulaciones y fantasías. La oposición creía que
el cadáver había sido destruido y reemplazado por una réplica. Estas creencias
darían lugar posteriormente a macabras comprobaciones sobre la autenticidad del
cuerpo.
SANTA
EVITA
Eva
Perón era una pieza clave del régimen peronista y resultaba evidente que ni su
propia desaparición física podía alterar esta realidad. Tras un primer intento
de ocultar su enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de su
muerte se buscó la forma de realizar el mayor aprovechamiento político de este
hecho inevitable. Si Evita viva era un centro de poder político autónomo que
cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro de la estructura del
Estado, al morir debía convertirse en un icono del movimiento peronista. En
esta forma su figura alcanzaría la dimensión de un mito popular.[10]
El régimen propició la construcción de un gran monumento recordatorio donde
reposarían sus restos mortales. Inspirándose, posiblemente, en el tratamiento
dado al cadáver de Lenin en la Unión Soviética, que tras su momificación, fue
encerrado en un monumento funerario situado en el centro de la Plaza Roja de
Moscú. El mausoleo de Lenin fue convertido en un “centro de peregrinación”
donde debían concurrir a rendir su homenaje desde los escolares a los
visitantes extranjeros ilustres que visitaban la “patria del socialismo”.
A
principios de julio de 1952, el Congreso modificó una ley, aprobada en 1946,
que disponía la erección de un monumento al descamisado y por Ley 14.124 creó
la “Comisión Nacional Monumento a Eva Perón”. El monumento a Eva Perón sería realizado conforme un proyecto
presentado por el escultor italiano León Tomassi y debía ser más alto que la
Estatua de la Libertad. El monumento se emplazaría en los jardines de Palermo y
una réplica se erigiría en cada capital de provincia.
La
construcción del mito de Evita comenzó desde el momento mismo de su muerte con
un apoteótico entierro oficial preparado como un gran acto de masas donde el
dolor popular de la gente más humilde se mezclaba con la espectacularidad
propia de los fastos del régimen peronista. Se cuidaron todos los detalles.
Comenzó con un velatorio de quince días en el Ministerio de Trabajo, luego los
restos fueron trasladados al Congreso Nacional donde se exhibieron otros dos
días. La comunidad organizada en pleno –los trabajadores de la C.G.T., los
cadetes de las escuelas militares y las voluntarias de la Fundación Eva Perón-
custodiaba la cureña donde reposaba el féretro y que era arrastrada por
miembros de la C.G.T. y rendía a la “Jefa Espiritual de la Nación” su postrer
homenaje, en una procesión multitudinaria que la acompaño hasta lo que debía
ser su morada provisoria, el local de la C.G.T., el 11 de agosto.
Para
ello, el gobierno supo utilizar muy bien el fervor popular que despertaba la
figura de Evita, que de todas maneras hubiera ocupado un lugar destacado en el
corazón de los argentinos, como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá o la Difunta
Correa, para alentar una suerte de culto a
“Santa Evita”. Este culto
comenzó con intentos de canonizar a Evita por parte de algunos, creció con la
imposición de luto obligatorio a obreros y empleados públicos, pero alcanzó su
verdadera dimensión en los humildes hogares peronistas que levantaron toscos
altares para rezarle a Evita. El razonamiento era sencillo, si Evita había
hecho tanto por los pobres, ahora que estaba junto a Dios como no iba a
concederles un favor a ellos.
Convertida
Evita en un símbolo y bandera de lucha del régimen, su cadáver adquirió un
especial valor político que lo llevaría a desempeñar un papel singular en la
historia política del país. Este papel comenzó desde el mismo momento en que se
encomendó al doctor Pedro Ara su preservación y embalsamamiento para
convertirlo en un imperecedero objeto de culto para los peronistas y por
consiguiente en blanco del odio de los antiperonistas. Ambos sectores pujarían
macabramente por la posesión de ese cadáver durante los veinte años siguientes
a su muerte.
LA DESPARICIÓN DEL CADÁVER
Después
del velatorio oficial y durante los poco más de tres años posteriores el
cadáver de Eva Perón permaneció en el segundo piso del local de la C.G.T.
Custodiado por su conservador el Dr. Ara y bajo protección de personal de la
Policía Federal. Producida la Revolución Libertadora, el General Eduardo
Lonardi no definió que aptitud adoptar con respecto al cuerpo, se limitó en
hacer constar que el cuerpo realmente existía sin resolver como disponer del mismo
pese a las indicaciones tanto del Dr. Ara como de la madre y hermanas de Evitas
que le solicitaban un entierro cristiano.
Antes
que se adoptará una decisión, Lonardi fue desplazado por Aramburu y el régimen
militar se endureció contra todo lo que se vinculase con el peronismo y la
C.G.T. fue intervenida. Los militares antiperonistas temían que el cuerpo fuera
utilizado para alentar la resistencia de los obreros y militantes peronistas
aprovechando el fervor que siempre despertó Evita entre los humildes. Así
surgieron dos posiciones con respecto al cadáver. Los sectores más cerradamente
antiperonistas, en especial la Armada, eran partidarios de destruir el cuerpo
por cremación, o por cualquier otro medio. Los sectores más moderados, en
especial los miembros del Ejército, movido por una actitud más piadosa
proponían su entierro. Finalmente, como veremos, se llegó a una solución de
compromiso entre ambas posiciones, el cadáver fue hecho desaparecer pero se le
dio cristiana sepultura.
Lo que
ocurrió con el cadáver fue un misterio durante mucho tiempo, incluso después de
su restitución a Perón. La más acertada reconstrucción de derrotero seguido por
el cuerpo de Evita fue realizada por un equipo de periodistas del Diario Clarín
y publicado por ese matutino el 21 de diciembre de 1997, en su segunda sección,
bajo el título general de “Evita, entre la espada y la cruz”. La
descripción que sigue se ha basado fundamentalmente en una síntesis de dicha
investigación.[11]
El 24
de noviembre de 1955 el cuerpo de Eva Perón pasó a custodia del Teniente
Coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe a cargo del Servicio de Inteligencia
del Ejército por enfermedad de su titular el Coronel Héctor Cabanillas, tal
como testimonia el mismo Dr. Ara.[12]
Moori Koenig dispuso el traslado del cuerpo, pero como no disponía de un lugar
seguro donde guardarlo, el transporte militar que guardaba los restos peregrinó
por diversas instalaciones militares. Los militares no podían ocultar su
nerviosismo debido a que, misteriosamente, allí donde se estacionaba el cadáver
aparecían al pie flores y velas que indicaban que grupos peronistas estaban al
tanto de su ubicación. “En su celo –dice Clarín- Moori Koenig la guardó
algún tiempo en la casa del mayor Eduardo Arandía. Obsesionado por seguridad
del encargo, Arandía mató de tres balazos a su mujer embarazada a fines de
noviembre de 1955, la crónica policial asegura que fue al confundirla con un
ladrón. Desde agosto de 1956, una vez bajo la competencia del Héctor
Cabanillas, quien decidió despersonalizar esa cosa, fue rotando entre el
edificio de Obras Sanitarias en la avenida Córdoba y el cine Rialto, en la
esquina de Córdoba y Lavalleja, hoy demolido, donde la guardaron detrás de la
pantalla. Por último fue depositado en una casa de la calle Sucre, que por
entonces alquilaba el Servicio de Informaciones de Ejército, mientras se
ultimaban los detalles del viaje oceánico.”[13]
Cuando
Aramburu enterado de la precaria situación en que se encontraba el cuerpo,
encomendó al Coronel Cabanillas que en colaboración con un sector de la Iglesia
Católica, representado por el capellán militar Francisco Rotger, un sacerdote
español perteneciente a la Compañía de San Pablo –muy vinculado al entonces
jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo Teniente Coronel Alejandro A.
Lanusse- encontrara la forma de dar cristiana sepultura a los restos fuera del
país y en condiciones de absoluta seguridad.
El 23
de abril de 1957, el cadáver es embarcado en el buque “Conte Biancano”, rumbo a
Génova, bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris, mujer nacida en
Dálmine, Bérgamo, difunta a raíz de un accidente automovilístico. A su arribo a Italia el cuerpo fue enterrado,
el 13 de mayo de 1957, con ese nombre en el cementerio Maggiore de la ciudad de
Milán, bajo el cuidado y protección de la Compañía de San Pablo.
El
cadáver reposó en esa tumba anónima hasta 1971. Por ese entonces el Teniente
General Alejandro A. Lanusse presidía el país en la etapa final de la llamada “Revolución
Argentina”. Lanusse trataba de llegar a un entendimiento con Perón para
asegurar una transición a la democracia en orden, atemperando el accionar
terrorista que se efectuaba en nombre del peronismo. Como muestra de la
seriedad de sus intenciones de pacificar el país y permitir al peronismo
intervenir en la vida política, decidió restituir al general Perón los restos
de su esposa.
El
brigadier Jorge Rojas Silveyra, por entonces embajador argentino en España fue
uno de los encargados de efectuar la devolución de los restos con la colaboración
del coronel Cabanillas y el mismo equipo que trasladaran el cuerpo catorce años
antes. Con la colaboración del gobierno italiano y del régimen franquista que
gobernaba en España, el cadáver fue desenterrado y trasladado en automóvil
hasta Madrid.
El 3
de septiembre de 1971 Rojas Silveyra entregó los restos en la residencia “17 de
Octubre” del barrio madrileño de Puerta de Hierro. Junto a Perón, en ese
momento, se encontraban la tercera esposa del líder Justicialista María Estela
Martínez Carta, el delegado personal del
general Jorge Daniel Paladino y tres sacerdotes. Al día siguiente Perón convocó
al Dr. Ara para que reconociera fehacientemente el cadáver y reparara algunos
daños sufridos por el traslado y el tiempo en que estuvo enterrado.
El
cadáver permaneció en la residencia “17 de octubre” aún después del
traslado de Perón a la Argentina.[14]
Finalmente, después de la muerte de líder justicialista, el 15 de octubre de
1974, la organización terrorista “Montoneros” secuestró los restos del
Teniente General Pedro Eugenio Aramburu enterrados en el cementerio de la
Recoleta, exigiendo que se trajeran los restos de Evita al país. Dos días más
tarde el cuerpo viajó de Madrid a la quinta presidencial de Olivos, trasladado
por el ministro de Bienestar Social, José López Rega y recibido por la
presidente María Estela Martínez de Perón. Fue depositado en una cripta de la
capilla, junto al féretro de Perón. Desde el 22 de julio de 1976 el cuerpo de
Evita descansa en la bóveda de la familia Duarte en el cementerio de la
Recoleta, bajo una gruesa plancha de acero, a seis metros de profundidad.[15]
Hasta
hoy los argentinos siguen debatiendo sobre cuál fue el real papel de Eva Perón
en la historia del país y como artífice de las pasiones que setenta años
después aún los enfrentan.
[2] GAMBINI, Hugo: Ob. Cit. p. 18
[3] CRAWLEY, Eduardo: Una casa
dividida: Argentina 1880 – 1980. Ed. Alianza. Bs. As. 1989. Pág. 150.
[4] LUNA, Félix: Eva Perón ha muerto.
Historia de la Argentina. Ed. Crónica e Hyspamérica. Bs. As. 1992. Pág. 22.
[5] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 254.
[6] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 256.
[7] LUNA, Félix: Op. Cit. Pág. 33.
[8] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 261.
[9] ARA, Pedro: El caso Eva Perón. Ed. CVS. Madrid. 1974. Pág. 120
[10]
SANTA EVITA: Un proceso similar de “culto
al héroe revolucionario” fue implementado en Cuba por el régimen castrista
con respecto a la figura de Ernesto “Che” Guevara. Tanto el Che como Evita
trascendieron, se convirtieron en mitos que sirvieron y aún sirven de
inspiración a los revolucionarios latinoamericanos y a jóvenes inconformistas
del mundo entero, que en muchos casos desconocen los aspectos más elementales
de su vida y de su verdadero pensamiento político.
[11]
DIARIO CLARIN: Los periodistas que firman los diversos artículos que componen
el suplemento Evita, entre la espada y la
cruz, fueron María SEOANE,
Matilde SANCHEZ, Jorge BRISABOA, Alberto AMATO, Julio ALGAÑARAZ, Sergio RUBIN y
Daniel URI.
[12] ARA, Pedro: Op. Cit. Pág. 259.
[13] DIARIO CLARIN: Op. Cit. 2da. Sección Pág. 6.
[14] Sin
embargo, las penurias del cadáver de Evita no habían concluido. Según ciertas
versiones José López Rega efectuaba rituales con el cuerpo de Evita para que
los fluidos vitales de la muerta se encarnaran en la nueva
espesa del general. Las versiones indican que López Rega hacía acostar a
Isabelita sobre el ataúd que guardaba los restos de Evita mientras hacía
ciertos ritos y pases mágicos.
[15] DIARIO CLARIN: Op. Cit. Pág. 8.
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