Las movilizaciones
callejeras que demandan mayor democratización y transparencia en Argelia han
resurgido pese a la desmedida represión del gobierno y los riesgos de la actual
pandemia del coronavirus Covid 19.
ARGELIA DESPUÉS DEL
DECENIO NEGRO
En las últimas décadas, a la
República Argelina Democrática y Popular le ha costado encontrar el rumbo para
lograr un crecimiento económico sostenido que permita satisfacer los justos
reclamos de bienestar y progreso de su pueblo.
Argelia perdió la década de
años noventa. El llamado “Decenio Negro” (1992 – 2001), transcurrió en
medio de una cruenta guerra civil que enfrentó a los militares con los grupos
religiosos ultra radicalizados.
El saldo de años de
violencia fratricida fueron múltiples violaciones a los derechos humanos y la
instauración de un régimen de gobierno opaco donde la democracia es tutelada
por las fuerzas armadas.
Durante las siguientes dos
décadas, el presidente Abdelaziz Bouteflika arbitró entre las distintas
facciones que detentaban el poder real y los negocios desde los tiempos de la
independencia, en 1963.
El país derivo rápidamente
hacia una economía extractiva y planificada basada en la exportación de sus
grandes recursos naturales: esencialmente petróleo y gas que suministran el 93%
de los ingresos en divisas y más del 60% de la recaudación fiscal del Estado.
La naturaleza dictatorial,
corrupta y represiva del régimen argelino hizo que el país resultara poco
atractivo para atraer inversiones productivas de capital extranjero. Solo los proyectos
vinculados con el sector de los hidrocarburos alcanzaban algún tipo de
concreción.
Para mantener la cohesión
interna y tender un manto de olvido a las horrendas violaciones de los derechos
humanos cometidas para eliminar a los grupos yihadistas, los militares argelinos
alimentaron en la población la rivalidad geopolítica con su vecino magrebí, con
quien comparte 1.700 kilómetros de fronteras terrestres cerradas desde 2005: el
Reino de Marruecos.
El conflicto artificial
sobre el Sáhara marroquí sirvió para ese propósito. Argel volcó todo su apoyo
diplomático y militar al Frente Polisario, un grupo separatista satélite cuya
existencia depende por entero de Argelia.
La rivalidad con Marruecos
llevó a Argelia a una absurda carrera armamentista que convirtió al país en el
mayor comprador de armas del continente africano y el quinto mayor importador
de armas del mundo.
En esta forma el petróleo y
gas argelino que debían servir para la construcción de infraestructuras que
permitieran dotar a la población de autopistas, rutas, agua potable, servicios
sanitarios y educativos, etc. eran invertidos en armamentos que finalmente solo
servían para ser mostrados en los desfiles.
Mientras tanto, una parte de
la población -la clase media mejor educada y capacitada laboralmente- clamaba
contra la corrupción que lleva décadas desangrando el tejido social de la república
populista magrebí y por mejores trabajos. El estancamiento del país fuerza continuamente
a este sector social a la emigración para buscar en la Unión Europea las
oportunidades laborales y de prosperidad que se le niegan en su país.
La situación comenzó a
agravarse a partir del 2013. Un accidente cerebro vascular confinó a Bouteflika
en una silla de ruedas casi sin poder hablar. Durante años, el régimen se
mostró incapaz de encontrar un sucesor aceptable para todas las facciones y
prorrogaron casi de hecho su mandato haciendo que triunfara por cuarta vez, en
las elecciones presidenciales de 2014, sin aparecer nunca en un acto público ni
pronunciar un discurso.
El cuarto mandato de
Bouteflika, con un presidente totalmente incapacitado, acentuó marcadamente la
decadencia del país.
Las depuraciones de
funcionarios en la cúpula del poder se hicieron frecuentes. Al mismo tiempo,
los precios de los hidrocarburos comenzaron a descender marcadamente obligando
al país a consumir sus reservas en divisas.
La carencia de un presidente
activo que pudiera asistir a las cumbres internacionales, visitar otros países
y relacionarse con sus colegas jefes de Estado resintieron el margen de
maniobra de la diplomacia argelina.
Mientras tanto, la crisis
económica y la inestabilidad política en la cúpula del poder acentuaron el
malestar de la población forzando a los militares a incrementar los controles y
las acciones represivas.
EL
HIRAK
En 2019, los militares,
indiferentes al malestar de la población, pretendieron continuar con la farsa
de un país gobernado por un presidente octogenario recluido en una silla de
ruedas haciendo que Bouteflika anunciara su postulación para un quinto mandato
presidencial consecutivo.
El intento de continuismo
eterno del régimen colmó la paciencia de los estudiantes y profesionales que se
levantaron en una serie interminable de pacíficas manifestaciones callejeras
que pronto sumaron a otros sectores. Había nacido el “Hirak asha’abi”, un
conjunto de manifestaciones transversales pacíficas y multitudinarias que se
produjeron ininterrumpidamente todos los martes y viernes, desde el 16 de
febrero de 2019. Los martes protestaban los profesionales y estudiantes y los
viernes salía el resto del pueblo, obligando a los militares a cambiar de
rumbo.
El Hirak es una forma de
organización social que ha sabido evitar expresamente la instrumentalización
por parte de los islamistas (abucheados y apartados de las concentraciones
ciudadanas en los pocos lugares donde se han visibilizado) o de los poderes
extranjeros, a los que se ha exhortado en múltiples pancartas a mantenerse al
margen.
El presidente Abdelaziz
Bouteflika fue destituido y después de un aplazamiento se realizó la elección
presidencial en la que solo se autorizaron a competir a seis candidatos. Todos
ellos ex ministros del presidente derrocado y por tanto confiables para las
fuerzas armadas.
La presidencia terminó en
manos del jurista Abdelmadjid Tebboune como delegado de los militares,
auténticos dueños del poder en Argelia. Tebboune asumió el 12 de diciembre de
2019 y, como acto de clemencia perdonó a cinco mil presos que estaban en las
cárceles argelinas, pero no incluyó a ninguno de los activistas del Hirak entre
los liberados.
Entre los detenidos más
conocidos del Hirak, un movimiento que afirma no tener líderes, se encuentran los
periodistas Khaled Drareni, corresponsal de Reporteros sin Fronteras en
Argelia, Sofiane Merkchi y Belkacim Djir.
Los periodistas argelinos
suelen ser frecuentemente uno de los blancos preferidos de los militares que
los hacen víctimas de la aplicación abusiva del código penal, que se utiliza
sistemáticamente contra toda información crítica que pueda tener lugar en el
país.
Sin embargo, las prácticas
represivas de la justicia son contrarias a la Constitución argelina y a los
compromisos suscriptos por Argelia, en concreto, el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos. Argelia ocupa el puesto 129 entre los 180 países
que conforman la actual “Clasificación
Mundial de la Libertad de Prensa” elaborada anualmente por Reporteros Sin
Fronteras.
Otros disidentes
encarcelados fueron el académico Abdelouahab Fersaoui, presidente de Rassemblement
Actions Jeunesse y el activista Karim Tabbou, quien sufrió en la cárcel de
un accidente cerebro arterial, y aún permanece detenido.
El reemplazo del presidente
por otra figura del régimen no trajo calma al país. Un sector de la población
no se dejó engañar por el cambio de personajes y comenzó a demandar una real
democratización y renovación de los elencos gubernamentales. El Hirak, que
nunca se detuvo, se reactivó haciéndose nuevamente masivo.
Sólo la pandemia del
coronavirus Covid 19 detuvo momentáneamente las protestas callejeras.
No obstante, el gobierno de
Tebboune se mostró incapaz de atender debidamente la emergencia. A mediados de
2020, el derrumbe total de los precios de los hidrocarburos y la interrupción
de los flujos turísticos impactaron muy fuerte sobre la vacilante economía
argelina mientras el país se convertía en la tercera nación con mayor cantidad
de infectados y muertos en el continente africano.
RENACEN
LAS PROTESTAS
En este complicado
escenario, en la ciudad de Tinzauatin, provincia de Tamanraseet, en el extremo sur
de Argelia, se produjeron protestas ciudadanas que fueron duramente reprimidas
dejando un saldo de varias víctimas entre los manifestantes.
El problema parece haber
surgido por la ambición desmedida de las mafias policiales que controlan el
comercio de agua potable en esa empobrecida región sahariana donde el litro de
agua vale 1,5 dinares argelinos.
Para incrementar su negocio,
la policía estableció un “muro de seguridad” -realidad, tan solo una
barrera de alambradas supuestamente implantadas para impedir la entrada de
contrabandistas de combustible y traficantes de drogas- separando a la ciudad
del río -wadi- que las abastece de agua.
Los vecinos demandaron al
Wadi en Tamanrasset la apertura de puertas en el muro para acceder al agua y
permisos para que los pastores pudieran llegar al río con sus animales en
ciertos horarios. Pero las autoridades ignoraron sus reclamos.
Fue entonces cuando decenas
de personas de la población local se rebelaron y marcharon a romper las
alambradas. La policía y el ejército los repelieron empleando armas de fuego
provocando un muerto y varios heridos. Inmediatamente el Ejército argelino negó
haber empleado munición letal contra los manifestantes.
Tinzauatin, es una pequeña y
miserable localidad que no figura en los mapas y donde no hay ni periodistas ni
observadores internacionales. Sin embargo, la violencia que el gobierno ha
desatado en ese remoto paraje amenaza con incendiar todo el sur de Argelia, aún
en medio de la pandemia.
El
viernes 19 de junio, cuatro días después de los incidentes en Tinzauatin, el movimiento
ciudadano Hirak regresó a las calles argelinas. Cientos de personas se
manifestaron en distintas ciudades del país norafricano para pedir la caída del
actual régimen y el cese de la intervención del Ejército en las cuestiones
políticas.
Las
limitaciones decretadas por las autoridades, debido a la pandemia del Covid 19,
siguen vigentes en la nación africana,
pero cientos de jóvenes desafiaron el confinamiento y la reclusión domiciliaria
decretada para manifestarse, principalmente en la región septentrional de la
Cabilia, una zona montañosa de mayoría bereber y con una larga historia de
rebeliones contra el poder central.
REPERCUSIONES
INTERNACIONALES
Si
bien, el mundo se encuentra en una fase de gran convulsión, debido a la
pandemia, las rivalidades geopolíticas y guerras comerciales de gran amplitud
que permitieron, hasta el momento, que las movilizaciones en Argelia pasaran en
gran medida inadvertidas. Pero esto está cambiando en parte debido a las
violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por las autoridades
argelinas.
Siete
eurodiputados denunciaron las fragantes violaciones a los derechos humanos y la
persecución a la prensa independiente en Argelia y solicitaron a la Unión
Europea que de curso a la pendiente resolución del Parlamente Europeo de
noviembre de 2019 sobre la situación de las libertades en Argelia.
Dicha
resolución “condena enérgicamente el arresto arbitrario e ilegal, la
detención, la intimidación y los ataques contra periodistas, sindicalistas,
abogados, estudiantes, defensores de los derechos humanos y activistas de la
sociedad civil, así como todos los manifestantes pacíficos que participan en
las manifestaciones pacíficas del Hirak”.
Los
eurodiputados Hannah Neumann de Alemania, María Arena de Bélgica, Tinek Strik
de Holanda, Heidi Hautala de Finlandia y, Raphël Glucksman, Bernard Guetta y
Salima Yenbou de Francia recuerdan, al mismo tiempo, que dentro de los
compromisos internacionales de la Unión
Europea con el país norafricano hay un capítulo sobre los derechos humanos, que
se debe aplicar.
Las
protestas del Hirak también están complicando las relaciones diplomáticas bilaterales
de Argelia. En Mayo pasado, la proyección por France 5, del documental: “Argelia,
mi amor”, donde cinco jóvenes argelinos -un ingeniero, un estudiante, un
abogado, una técnica de cine y una psiquiatra”, relatan su experiencia como
activistas de las protestas, fue criticada, pero también alabada por decenas de
televidentes en Argelia.
El
gobierno de Tebboune
reaccionó llamando a su embajador en Paris para consultas.
CONCLUSIONES
Las demandas de la sociedad
argelina de mayores libertades democráticas, renovación de dirigentes y
eliminación de los altos niveles de corrupción no de detienen ni por la
represión, la crisis económica o la pandemia de coronavirus Covid 19.
El mundo ha comenzado a
revisar la tolerancia con que ha permitido las frecuentes violaciones a los
derechos humanos llevadas a cabo por los militares argelinos.
La prolongación de las
protestas y de la represión estatal esta erosionando aceleradamente la imagen
internacional de Argelia y en especial su influencia sobre otros países
africanos.
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