El 9 y 10 de
junio de 1955 el gobierno de facto del general Pedro E. Aramburu ordenó fusilar
a los militares y civiles que intentaron un frustrado alzamiento militar. Uno
de los crímenes políticos más horrendos cometidos en el país.
LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA
El 16 de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi encabezó un
movimiento cívico militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan D.
Perón. Lonardi era un general nacionalista y demasiado conciliador con los
peronistas. Su consigna de “ni vencedores ni vencidos”, la misma que levantara
el general Justo José de Urquiza después de la batalla de Caseros no fue del
agrado de los antiperonistas acérrimos. Lonardi asumió el gobierno el 18 de
septiembre pero sufrió un golpe interno que lo desplazó de la presidencia el 13
de noviembre. Su reemplazante, el general Pedro E. Aramburu, pertenecía al sector
liberal del Ejército y estaba muy vinculado a los sectores que pretendían
volver a la Argentina de 1943.
Las primeras medidas del nuevo presidente
significaron una profundización del proceso de “desperonización”. Aramburu sancionó el decreto 4.161 que
establecía: “Art. 1º. Queda prohibida en
todo el territorio de la Nación: a) La utilización, con fines de afirmación
ideológica peronista, efectuada públicamente, o de propaganda peronista, por
cualquier persona, ya se trate de individuos aislados, grupos de individuos,
asociaciones, sindicatos, partidos políticos, sociedades, personas jurídicas,
públicas o privadas, de las imágenes, símbolos, signos, expresiones
significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas, que pretendan tal
carácter. [...] Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la
utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios
peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio
del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’,
‘peronista’, ‘justicialismo’, justicialista’, ‘tercera posición’, ‘P.P.’. las
fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales
denominadas “Marcha de los muchachos peronistas” y “Evita Capitana” o
fragmentos de las mismas, la obra La razón de mi vida o fragmentos de la misma,
y los discursos del presidente depuesto y de su esposa o fragmentos de los
mismos [...]”[1]
A partir de la vigencia de este decreto
el periodismo se vio obligado al empleo de ciertas metáforas para referirse a
Perón tales como “el tirano prófugo”, “el
exdictador” o “el expresidente
depuesto” según su menor o mayor simpatía con el peronismo.
El gobierno de la Revolución Libertadora
también inhabilitó a todos los dirigentes políticos y gremiales que hubieran
participado del gobierno de Perón. Las autoridades militares confeccionaron
listas de dirigentes, delegados gremiales y militantes políticos que fueron
encarcelados. Una vez intervenida la CGT, utilizando como justificación un paro
general de actividades, también se decretó la interdicción general de bienes de sociedades y personas
creándose la “Junta de Recuperación Patrimonial” para fiscalización y
administración de los bienes. Las sedes de los gremios fueron controladas por
fuerzas de seguridad. Ni el cadáver de Eva Perón escaparía al odio de los “gorilas”.
Perón respondió ordenando a los
peronistas resistir el embate del gobierno de facto. En una carta fechada el 1
de diciembre de 1955 decía: “La disolución
del Partido Peronista por decreto de la dictadura no debe dar lugar a la
dispersión de nuestras fuerzas. Es necesario seguir con nuestras
organizaciones. Tanto las mujeres como los hombres peronistas deben seguir
reuniéndose para mantener el partido. Cada casa de un peronista será en
adelante una unidad básica del partido. La Confederación General del Trabajo y
sus sindicatos, atropellados por la dictadura, deben proceder en forma similar.
Yo, sigo siendo el jefe de las fuerzas peronistas y nadie puede invocar mi
representación. Si hay elecciones sin el peronismo, todo buen peronista debe
abstenerse de votar. Esta es mi orden desde el exilio”.[2]
LA INSURRECCIÓN DE VALLE
En las filas del Ejército, debido a la
eliminación de oficiales y suboficiales sospechados de simpatizar con el
régimen depuesto fue gestándose un clima de descontento hacia el rumbo que
tomaba el gobierno que pronto llevaría a un grupo de militares a pensar en la
posibilidad de un golpe contrarrevolucionario.
Pronto el descontento en el seno de
Ejército se hizo evidente y los planes conspirativos un secreto a voces. El
gobierno respondió a fines de marzo de 1956 sancionando el decreto – ley 5.552
que modificaba el Código de Justicia Militar, endureciendo las penas por actos
de rebelión y conspiración y restaurando la pena de muerte por causas
políticas.
Sin embargo, el gobierno aunque sabía la
existencia de una conspiración cívico – militar ignoraba con precisión el
alcance de la misma y la fecha del alzamiento.
El 9 de junio de 1956, los generales
peronistas retirados Juan José Valle y
Raúl Tanco, lanzaron el “Movimiento de Recuperación Nacional”,
un intento para derrocar a través de un
nuevo golpe de Estado al gobierno de la Revolución Libertadora.
El plan revolucionario consistía en
enviar comandos revolucionarios formados por militares –en su mayoría se trataba
de suboficiales- y civiles, para capturar regimientos en varias ciudades del
país, ocupar las radios y distribuir armas de los arsenales militares entre los
sectores obreros que esperaban adherirían al movimiento después de las primeras
acciones.
Los conspiradores eligieron el sábado 9
de junio para desarrollar las acciones aprovechando que el general Aramburu se
encontraba de gira por la provincia de Santa Fe en compañía de los ministros de
Ejército y Marina. Tampoco se encontraban en la ciudad de Buenos Aires ni el
general Guillermo T. Alonso, jefe del Estado Mayor del Ejército, ni el jefe del
Estado Mayor de la Aeronáutica, comodoro Arturo Krause.[3] Pensaron que debido al fin de semana en
las unidades militares sólo encontrarían al personal de guardia lo cual
reduciría la capacidad de resistencia.
Sin embargo, el gobierno estaba al tanto
de los preparativos revolucionarios. Así lo recuerda el almirante Rojas en sus
memorias: “En junio de 1956, mi servicio de inteligencia y su jefe, que era el capitán
de navío Mario Robbio Pacheco, me informaron que se habían detectado rumores de
una contrarrevolución para poner al peronismo en el poder.”
“Lo primero que hice fue conversar con todos los
comandantes en jede presentes en la Capital, pues los ministros y el presidente
estaban en Santa Fe. De la Marina me encargaría yo, por supuesto.”
“El 9 de junio, a la noche, estaba en antecedentes
de lo que iba a ocurrir y la Marina fue alertada.”[4]
El día 8 de junio el gobierno
provisional procedió a detener a un buen número de sindicalistas peronistas
intentando desalentar la posible participación obrera en la insurrección. La
insurrección recibía su primer revés al carecer de una de sus mayores ventajas:
el factor sorpresa.
En la madrugada del 9 de junio, en la Escuela
Industrial de Avellaneda, elegida como sede del Comando Revolucionario, fue
descargado horas antes un equipo transmisor para conectarlo a una emisora a
capturar y difundir la proclama revolucionaria y una arenga del general Valle.
Sin embargo, llegado el momento la proclama insurreccional no pudo transmitirse
debido a que había fracasado la toma de la difusora.
A pesar de ello y de otros
inconvenientes de orden técnico operacional, el levantamiento comenzó casi
simultáneamente con cuatro focos:
a.- La ciudad de La Plata.
b.- La ciudad de Santa Rosa en La Pampa.
c.- La Escuela de Suboficiales “Sargento
Cabral”, en Campo de Mayo.
d.- La Escuela de Mecánica del Ejército,
en cuya adyacencia estaba ubicado el arsenal “Esteban de Luca”.
En La Plata, los rebeldes al mando del
coronel Oscar L. Cogorno se apropiaron del 7º Regimiento de Infantería y
lanzaron su ataque contra el cuartel general de la policía y la 2º División de
Infantería. A pesar del intento, los rebeldes tuvieron que capitular en forma
incondicional ante el grueso de las fuerzas que se mantuvieron leales en las
primeras horas de la madrugada del 10 de junio. En Santa Rosa, el jefe rebelde
mayor César Phillipeaux logró con el apoyo de comandos civiles ocupar el
cuartel general del distrito militar, apoderarse del departamento de policía y
de algunos organismo públicos -entre
ellos, la estación L.T.2 del Estado, que difundió proclamas y mensajes
revolucionarios durante la noche y parte de la madrigada). Pero finalmente
tuvieron que capitular ante las fuerzas leales.
En la Escuela de Mecánica del Ejército y
el arsenal Estaban de Luca los rebeldes ni siquiera pudieron apoderarse de las
instalaciones por la resistencia de las tropas leales. Algo similar ocurrió en
Campo de Mayo, donde a pesar de haberse sublevado un batallón de infantería,
las tropas leales obligaron a los rebeldes que al mando del coronel Cortines se
habían apoderado del edificio de la Agrupación Infantería, ya que fueron
rechazadas las fuerzas encabezadas por el coronel (R) Berazay, que intentaron
copar la Ex- Escuela de Artillería.[5]
OPERACIÓN
MASACRE
Los militares y civiles peronistas que
participaron en el levantamiento de junio de 1956 pagaron muy caro su fracaso.
El levantamiento dejó un saldo de 34 muertos, de los cuales solo siete cayeron
en acción. Los veintisiete restantes fueron pasados por las armas sin mayores
consideraciones por los derechos humanos.
Violando todos los precedentes y las
propias seguridades dadas a los golpistas para que se entregaran, el presidente
General Pedro E. Aramburu ordenó el fusilamiento de 18 militares y 9 civiles,
incluso el jefe del movimiento, el general Juan José Valle; el general Raúl
Tanco se salvó refugiándose en una embajada. Un grupo de civiles fue menos
afortunado y terminó salvajemente asesinado en los basurales de José León
Suárez.
Juan B. Yofre, en su libro “Dios y la patria se lo demanden” ha
dado a conocer una carta del entonces capitán de Navío Francisco Manrique[6], Jefe de la Casa Militar durante la
presidencia del general Pedro Eugenio Aramburu, detallando los hechos que rodearon la captura
del jefe del levantamiento general Juan José Valle. Por la importancia del
documento lo transcribimos completo:
“Buenos Aires, 22 de junio de 1956
Señor almirante Teodoro Hartung
Ministro de Marina
Capital Federal
Estimado
Señor:
Me
ha pedido usted que haga un relato de los hechos que llevaron a la detención
del general Valle con el objeto de que en el ministerio se recopilen para que
sirvan para una futura apreciación histórica. Ayer me insistió en que lo
hiciera, pero debo confesarle que este suceso en el que me tocó intervenir me
produce náuseas. De ahí que trataré de ser lo más objetivo, sin agregarle apreciaciones
mías -lo intentaré- para que sus historiadores saquen de allí las conclusiones
que corresponden con toda la frescura mental que les deseo.
Caso
del general de división Raúl Tanco
Me
enteré de que había sido localizado en la Embajada de Haití cuando el general Quaranta,
Jefe de la SIDE, entró en mi despacho reclamando ver al presidente enseguida.
Minutos después informaba que, en realidad, no se trataba de una embajada sino
de una casa particular que usaba el embajador. Aramburu le ordenó hacerse de
correcta información. Volvió a mi despacho junto con otros oficiales y usaron mis
teléfonos. Y desde allí se decidió -esto no lo sabía Aramburu- que se
procedería a detenerlo porque parece que la casa esa, embajada o no, no tenía
bandera haitiana.
Cuando
se fueron vi a Aramburu informándole que se cometería una barbaridad y que
nadie en el mundo entendería ese asalto a una embajada, con bandera o sin
bandera. Aramburo compartió mi opinión y me dio orden de hablar con Ossorio
Arana para frenar ese episodio que de todas maneras se efectuó, con detalles
que usted conoce y que no hablan bien de esta Revolución. Se atropelló gente,
se desalojó un colectivo para usarlo de transporte de detenidos, se insultó a
la mujer del embajador y se detuvo a Tanco. Ossorio Arana intervino y esa misma
noche el general Tanco estuvo seguro, con la decisión oficial de que saliera
para México. Los hechos fueron vertiginosos.
Caso
del general de división Juan José Valle
He
relatado el caso interior porque hacía al clima que yo y todos vivíamos. La
cuestión es que regresé a mi casa muy tarde. Serían las dos de la mañana. Y
sobre mi mesa de luz había un mensaje, un papelito, con letra de mi mujer que,
decía: “Paco: Te llamó un señor [Andrés] Gabrielli que dice que ha sido amigo
de tú papá. Está con un problema grave y desea que lo llames a cualquier hora”.
Mi primera reacción fue dejarlo para el día siguiente. Estaba destrozado, y
aplastado. Y fue mi mujer la que me hizo entrar en razones cuando me informó
que realmente el hombre parecía muy preocupado y lleno de urgencia. Marqué
entonces el número y me atendieron enseguida. Quiero ser de lo más minucioso
con esto. Repitió que quería verme y al darle yo cita para el día siguiente, me
pidió, en memoria de mi padre, que nos viéramos enseguida. Con la memoria de mi
padre me echaron en un balde de m… Lo cité entonces para concurrir en media
hora a mi escritorio de la Casa Militar. Me vestí y me largué intrigado. Media
hora después me encontré con él.
Era
un hombre mayor que, seguramente, ha tenido relación con mi padre fallecido.
Conozco a su familia. Un Gabrielli, sobrino, ha estado conmigo en los años del
Colegio Nacional y ha sido muy amigo mío. Empezó hablando maravillas de mi
familia, para terminar [empezar] expresando que quería hablar con Rojas porque
el general Valle le habría creado un gran problema a él y a un grupo de amigos
a quienes “había traicionado”. Le recuerdo que eses día había salido en los
diarios un comunicado de la Junta recordando las “culpabilidades de los cómplices”.
Rojas
estaba durmiendo. Como yo en un principio, opinó que la reunión se efectuase al
día siguiente, pero la insistencia nerviosa, casi desesperada, de Gabrielli, me
pidió que lo llevase a su casa.
Cargué
al fulano en mi auto, y manejando yo, fui a la casa de la calle Austria. Rojas
nos recibió enseguida, de bata y pijama. Gabrielli entonces explicó que sus
razones era poderosísimas porque… y le soltó toda clase de acusaciones a Valle,
para explicar, finalmente, que estaba escondido en un departamento suyo
irregular, pidiendo que lo fuese a detener. La cara de Rojas era una mezcla de
sueño, asco e indignación. Explotó en un momento y le dijo en la cara: “¡Usted
lo está entregando!”. Y Gabrielli, trastornado, no se dio por aludido
continuando su explicación de que Valle era un cualquier cosa que se había
propuesto hundir a sus amigos y que si no se lo detenía, las derivaciones
serían muy graves. Rojas entonces sacó una solución arriesgada pero acorde con
conciencia, entre la responsabilidad de ser parte de la cabeza de gobierno y la
náusea que producía el entregador: “Si tiene teléfono, llámelo y dígale que
dentro de media hora llegara la policía porque ha sido localizado”.
Gabrielli
aceptó. Estaba tremendamente nervioso. Rojas lo llevó a la pieza de al lado y
volvió conmigo al living. Cuando nos quedamos solos, me dijo: “Este asqueroso
lo está vendiendo como a un cerdo. Pero así, con este aviso, es posible cortar
una porquería aunque mañana yo sea mal interpretado. Usted sígale el tren y
Valle, con media hora, tendrá tiempo de decidir su suerte. Dentro de una hora
hablaré con el general Quaranta”. La salida era medida.
A
todo esto, Gabrielli habló. No dijo [a] qué número no nada pero sí: “Le dije a
Juancho lo que usted me indicó”. Así terminó la reunión.
Volví
a subir a Gabrielli en mi auto y me pidió que lo llevase al Círculo Italiano.
Era una noche helada y ya serían las tres o cuatro de la madrugada. Al llegar
al Círculo me pidió que esperase un segundo y, efectivamente, regresó casi
instantáneamente con dos personas, una de las cuales, luego supe, era el coronel
Gentilhuomo [sic].[7]
Les dijo en mi presencia y como para que yo lo oyera, y como para que los demás
se tomasen de testigo: “He arreglado todo. Valle se podrá rajar.” Yo corregí: “Será
detenido antes de una hora”. Los dos señores del Círculo no abrieron la boca y
volvieron, al parecer, según Gabrielli, a continuar su partida de póquer.
Había
ya, entre pitos y flautas, pasado una hora más. Gabrielli me pidió que lo
llevase a la calle Corrientes al 4000. Lo hice. Al llegar allí, bajamos. Me
dijo: “Aquí está el departamento mío que ocupó Valle, aprovechándose de la
amistad. Ya debe haberse ido”. Lo acompañe a un tercer piso, al fondo. Abrió
con su llave. Yo quedé afuera. Escuché: “Juancho. Está todo arreglado. He
venido con Manrique”.
Al
ser nombrado, entré. Estaba Valle, en pijamas, apuntándome con una Colt. Yo
estaba desarmado. Le dije: “No tengo armas. Este señor lo ha entregado”. Valle
lo miró a Gabrielli y le dijo: “Andate afuera”. Nos quedamos solos y cerró la
puerta.
Nos
sentamos. Y me preguntó qué había pasado. “Le advierto -le dije- que yo no lo
vengo a detener. No es mi misión. Pero será detenido en cualquier momento
porque ya Rojas debe haber informado al general Quaranta”. “Me dijo: “Yo no voy
a escapar”. Y me pidió que le contase todo lo ocurrido, en el episodio revolucionario
y durante la “ayuda” de Gabrielli.
Valle
dijo: “Voy a entregarme. Le pido que me deje escribir unas cartas”. Estuvimos
solos mucho tiempo. Puede ser una hora o tres, no podría precisarlo. Escribió
por lo menos cinco cartas y me las dio para que las leyeses. Me negué. Me pidió
que las entregase al día siguiente: “Si han fusilado gente, a mí me deben
fusilar también. He sido el jefe y acepto mi responsabilidad total”.
Finalmente
me dio una carta que debía yo entregarle al coronel Gentilhuomo [sic] con destino
a Perón. Me pidió que la leyera. Le pregunté que iba a hacer. Me respondió: “No
quiero que me detenga la Policía. Me iré con usted para que me detenga el Ejército,
al que pertenezco”. Llamó a Gabrielli y le entregó las cartas, excepto la dirigida
a Perón, que yo guardé en el bolsillo interno de mi sobretodo.
Bajamos.
Se sentó al lado mío en el auto que yo manejaba. Y empezó una larga travesía
por la ciudad que contó, incluso, con una parada mía en una farmacia para
comprar aspirinas para Valle que estaba como aletargado. Ya casi habiendo
salido el sol, por lo menos despuntaba, llegamos a la Casa de Gobierno. No se
había escapado porque no había querido, es decir, realmente había decidido
entregarse. Cuando entramos a mi despacho, él mismo me pidió que lo comunicara
con Quaranta: “Habla Valle. ¿Cómo te va? Estoy en el escritorio del Jefe de la
Casa Militar. Con Manrique. Vení a buscarme.”
Seguimos
conversando. Se alegró por la suerte de Tanco. Llegó Quaranta y se fueron
juntos.
A
las diez de mañana la Junta Militar se reunía. La reunión fue corta. Y Valle
fue fusilado al día siguiente [12 de junio de 1956]. Esta es toda la sucesión
de hechos que conozco.
Le
agregó: el nombre de Gabrielli fue dejado de lado y no mencionado como tampoco
la dirección del departamento que, como yo era el único que la conocía, nunca
fue allanado. La carta Gentilhuomo [sic]
para Perón, la entregue yo como Valle me pidió.
Si
considera que falta algo, le ruego que me reclame, porque será trampa de la
memoria y nada más. La verdad es que esto produce vómito.
Estos terribles sucesos han sido
frecuentemente ocultados y minimizados. Por lo cual parece oportuno detenernos
brevemente para aportar al lector algunos detalles adicionales sobre los fusilamientos.
El escritor y militante montonero,
Rodolfo Walsh, quien investigó en detalle estos hechos, describe con exactitud
la magnitud de estos crímenes, en su libro “Operación
Masacre”[9]: “Las ejecuciones militares en los cuarteles
fueron, por supuesto, tan bárbaras, ilegales y arbitrarias como las de civiles
en el basural.”
“Los
seis hombres que al mando del coronel Yrigoyen pretendieron instalar en
Avellaneda el comando de Valle y a quienes se capturó sin resistencia, son
fusilados en la Unidad Regional de Lanús en la madrugada del 10 de junio.”
“El
coronel Cogorno, jefe del levantamiento en La Plata, es ejecutado en los
primeros minutos del 11 en el cuartel del regimiento 7. El civil Alberto
Abadie, herido en la refriega, es previamente curado. Recién el 12 al anochecer
está maduro para el pelotón, que lo enfrenta en el Bosque.”
“El
10 de junio a mediodía son juzgados en Campo de Mayo los coroneles Cortínez e
Ibazeta y cinco oficiales subalternos. El tribunal presidido por el general
Lorio resuelve que no corresponde la pena de muerte. El poder ejecutivo salta
olímpicamente sobre la ‘cosa juzgada’ y dicta el decreto 10.364 que condena a
muerte a seis de los siete acusados. La orden se cumple a las 3.40 de la
madrugada del 11 de junio, junto a un terraplén.”
“Al
mismo tiempo se fusila en la Escuela de Mecánica del Ejército a los cuatro
suboficiales que momentáneamente la habían tomado, y en la Penitenciaría Nacional
a tres suboficiales del regimiento 2 de Palermo, presuntamente ‘complicados’.
Tiempo después hablé con la viuda de uno de
ellos, el sargento músico Luciano Isaías Rojas. Me confió que la noche
del levantamiento su marido había dormido con ella en su casa.”
“El
12 de junio se entrega el general Valle, a cambio de que cese la matanza. Lo
fusilan esa misma noche.”
“Suman
27 ejecuciones en menos de 72 horas en seis lugares.”
“Todas
ellas están calificadas por el artículo 18 de la Constitución Nacional, vigente
en ese momento, que dice: ‘Queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos
políticos’.”
“En
algunos casos se aplica retroactivamente la ley marcial. En otros, se vuelve
abusivamente sobre la cosa juzgada. En otros, no se toma en cuenta el desistimiento
de la acción armada que han hecho a la primera intimación los acusados. Se
trata en suma de un vasto asesinato, arbitrario e ilegal, cuyos responsables
máximos son los firmantes de los decretos que pretendieron convalidarlos:
generales Aramburu y Ossorio Arana, almirante Rojas y Hartung, brigadier
Krause.”
Por su parte, uno de los responsables de
estos crímenes, el Almirante Isaac F. Rojas, en sus “Memorias” se refiere al hecho tratando de disminuir su
trascendencia aunque no lo niega. Dice el marino:
“La
orden que yo bajé, comunicada a todos los otros comandantes en Jefe, fue la
siguiente: ‘Si hay que cumplir alguna pena capital, nunca sea antes de amanecer
y que siempre lleve mi firma’.”
“Desgraciadamente,
al general Quaranta, que era Jefe de la SIDE, no le llegó esta información y
entonces tuvo lugar aquel triste episodio de José León Suárez. Pero tenía su
justificación, pues allí había un camión que tenía un poderoso transmisor
adentro que iba a transmitir todas las órdenes correspondientes que necesitaban
los elementos contrarrevolucionarios.”
“Recuerdo
que el general Tanco se asiló en la embajada de Haití. Cuando llegó Quaranta y
pidió hablar con el embajador, el representante diplomático era una mujer de
color, y le dijo: ‘Señor general, yo soy la embajadora...’, a lo que Quaranta
respondió: ‘Que vas a ser vos la embajadora negra de m...’, y le pegó un
manotazo. Entró Quaranta a la embajada y lo sacó a Tanco a empujones.
Advertido
de esta situación, yo ordené inmediatamente que Tanco fuera restituido a la
embajada de Haití y le hice pedir disculpas a la señora embajadora. Por
supuesto, todo esto con gran disgusto del general Quaranta... que era un gran
adicto a la revolución, pero muy impulsivo y desubicado.
Cuando
me enteré de lo que había hecho Quaranta por su cuenta en José León Suárez y
sin dar cumplimiento a mis disposiciones, me indigné, y aquí debo confesar que
cometí un grave error. El general Quaranta debió ser procesado por su
incumplimiento de las órdenes del superior. Pero no lo hice y todo siguió
adelante, desgraciadamente... Esa fue una debilidad de mi parte. Quaranta se
había trasladado a León Suárez y encontró a un grupo subversivo con aquel
camión. Sin dar cumplimiento a mis órdenes, dispuso por su cuenta el abatimiento
de los componentes de ese grupo.”[10]
En verdad el general Quaranta debió ser procesado
no por incumplimiento de una orden sino por asesinato... La actitud de Rojas
tampoco es un error sino el encubrimiento de un asesinato masivo. Pero
convengamos que el Almirante Rojas no niega los hechos ni pretende disminuir la
responsabilidad histórica que tuvo en los mismos. En un párrafo posterior
agrega:
“Declarados
el estado de sitio y la ley marcial, el día 12 estaba reunida la Junta Militar,
en la Casa de gobierno, cuando se hizo presente el general Lorio, que era jefe
de Campo de Mayo y nos dijo, al presidente y a la junta reunida: ‘Señor
Presidente, señores miembros de la Junta Militar, yo creo que es conveniente
suspender los fusilamientos y basta con que se fusilen un teniente o dos...’ Yo
lo escuchaba callado, pero cuando dijo eso intervine: ‘Señor Presidente: voy a
tomar la palabra. Señores miembros de la Junta Militar, yo los voy a acompañar
en todo, voy a firmar todo lo que Uds. firmen, pero si a alguien hay que
fusilar es al jefe de la revolución, el general Valle. Si Uds. resuelven no
fusilarlo, yo los acompañaré. Pero si Uds. resuelven hacerlo, también los
acompañaré’.”
“Todos,
incluido Aramburu, Osorio Arana, Hartung, Krause –que estaba enfrente- me apoyaron
enérgicamente. Dijeron: ‘El general Valle debe ser fusilado’. Así se le
comunicó al general Lorio y se le dio la orden de proceder a la ejecución, que
tuvo lugar en la Penitenciaria, ubicada en ese entonces en la avenida Coronel
Díaz”.[11]
Cabe recordar que quienes así resolvían
sobre la vida de otros argentinos eran miembros de un gobierno de facto, que
diez meses antes se habían apropiado del poder derrocando a un gobierno
constitucional y que para triunfar en sus propósitos no habían dudado en bombardear
la ciudad de Buenos Aires como si tratara de una capital enemiga...
El general Juan José Valle, antes de ser
fusilado, envió una dramática carta a Aramburu donde la formulaba una
advertencia premonitoria. Comenzó denunciando el complot gubernamental y la
brutal represión, diciendo: “Dentro de
pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi patria
la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de
marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de
lo acaecido. Para liquidar opositores les pereció digno inducirnos al
levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad
para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles apuntándonos
con ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes en defensa de las
guarniciones aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de
represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme
a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la
impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir
el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas
de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta
inconcebible y monstruosa ola de asesinatos”.
Finalmente advirtió a su asesino: “Aunque
vivan cien años, sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde
pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror
constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino,
justificará jamás tantas ejecuciones”.[12]
Desde su exilio en Panamá, Juan D. Perón
le escribió a su “Delegado Personal”,
el exdiputado John W. Cooke una extensa carta condenando duramente tanto la
insurrección de Valle como la dura represión efectuada por el gobierno de
facto. “El fracaso de la asonada –escribió
Perón- del 10 de junio ha sido la consecuencia del criterio militar del
cuartelazo. Los dirigentes de ese movimiento han procedido hasta con
ingenuidad. Lástima grande en que hayan comprometido inútilmente la vida de
muchos de nuestros hombres, en una acción que, de antemano podía predecirse
como un fracaso. Yo vengo repitiendo, a los mismos peronistas precipitados, que
no haremos camino detrás de los militares que nos prometen revoluciones cada
fin de semana. Ellos ven el estado popular y quieren aprovecharlo para sus
fines o para servir a sus inclinaciones de ‘salvadores de la Patria’ que un militar
lleva siempre consigo. Pero aquí se trata del destino de un pueblo y no de las
inquietudes o ambiciones de ningún hombre.
“Hace
cinco meses impartí las instrucciones sobre la forma en que debíamos encarar el
problema: mediante la resistencia civil. Durante estos cinco meses no he hecho
sino repetir que los golpes militares no interesaban al peronismo porque no era
solución salir de las manos de una dictadura para caer en otra. Que la única
solución aceptable para nosotros era la voluntad del pueblo y que para ello
debíamos recurrir a las fuerzas del pueblo y no a las fuerzas militares. Que la
acción de las fuerzas del pueblo eran operaciones de resistencia y no golpes de
Estado. Que mediante aquéllas se podría llegar al caos que era el único momento
en que el pueblo podía tomar las cosas en sus manos. Que la nuestra era una
revolución social y que este tipo de revoluciones habían partido siempre del
caos y, que en consecuencia, nosotros no debíamos temer al caos sino
provocarlo, teniendo la inteligencia de prepararnos para dominarlo y utilizarlo
en provecho del pueblo. Todo ello lo he repetido miles de veces a todos los
apresurados que confiaban más en un golpe de la fortuna que en la preparación
sistemática y racional de un trabajo adecuado.
“Desgraciadamente,
el golpe fallado del 10 de junio me ha dado la razón pero, el precio ha sido demasiado
grande. Hubiera preferido equivocarme. Sin embargo, esto ha de servirnos para
no insistir en un camino inconveniente. Nuestra finalidad ha de ser la
Revolución Social, con todas sus características y con todas sus consecuencias.
Para ello es menester que nos preparemos concienzudamente y que estemos
resueltos a realizarla en un año, dos, cinco o diez, pero decididos a
realizarla. Nada hay que pueda apurarnos en forma de poner en duda el éxito
que, por lo que estamos viendo, tenemos allí a dos que trabajan por nosotros:
Aramburu y Rojas.”[13]
La historia demostraría que Perón estaba
equivocado. No Había dos sino muchos más dirigentes opositores trabajando
activamente pero inconscientemente para su regreso.
Si antes del 9 de junio de 1956 existía
una profunda grieta en la sociedad argentina, luego de los fusilamientos se
produjo un abismo insondable entre peronistas y antiperonistas. “Se acabó la leche de la clemencia”,
exclamó entonces el profesor Américo Ghioldi, dirigente socialista y miembro de
la Junta Consultiva Nacional, cuyos hermanos Rodolfo José y Orestes era de los
tantos dirigentes comunistas que habían arropado a la Revolución Libertadora.
Para el dirigente conservador Emilio
Hardoy, “el gobierno provisional aplicó
la ley marcial con fusilamientos que, en el caso de civiles revolucionarios de
José León Suárez, no halla justificación ni moral ni jurídica. Trágico epílogo
de una algarada que contribuyó a hondar la división de los argentinos”.
El dirigente desarrollista Oscar
Camilión, testigo de la época, aseguró en sus diálogos con el historiador
Guillermo Gasió que “en el campo
económico, la Revolución Libertadora había recogido ninguno de sus aciertos. Más
grave habían sido sus errores políticos, el peor de los cuales fue el de los
fusilamientos de 1956 […] esos fusilamientos fueron las semillas que generaron
la violencia años más tarde”.
El sociólogo peronista Arturo Jauretche
se expresó en términos similares y contundentes: “Los fusilamientos de ese año no fueron a los peronistas, fueron la
creación de una zanja llena de sangre entre la población y las instituciones
armadas. Es decir que los fusilados reales fueron unos, pero políticamente, uno
de ellos, para mí, fue Aramburu. Ya no pudieron evolucionar, quedaron atados
por la sangre de los muertos al esquema de división del país”.[14]
[1] GARULLI, Liliana, Liliana CARABALLO y Otros: “Nomeolvides. Memoria de la Resistencia
Peronista 1955 – 1972”. Ed. Biblos. Bs. As. 2000. Pág.
74.
[2] ALONSO, María, Oberto ELISALDE y Enrique C. VAZQUEZ: Op. Cit. Pág. 127.
[3] RODRÍGUEZ LAMAS, Daniel: Op. Cit. Pág. 38.
[4] ROJAS, Isaac F.: Op. cit. Pág. 325.
[5] RODRÍGUEZ LAMAS, Daniel: Op. cit. Pág. 40.
[6] MANRIQUE, Francisco
Guillermo: (1919 –
1988). excapitán de Navío, político y periodista. Ocupó el cargo de Jefe de la Casa Militar
durante los gobiernos de facto de Eduardo Lonardi y Pedro E. Aramburu,
ministro de Bienestar Social durante Roberto M. Levingston y Alejandro A.
Lanusse.
[7] YOFRE, Juan B.: Lo
identifica de la siguiente manera: “Se trata de Federico Aquiles Gentiluomo, promoción
58 del CMN. Egresó el 22 de diciembre de 1932 y pasó a retiro el 21 de octubre
de 1955. Luego fue destituido. Er oficial de Estado Mayor y fue ascendido post
mórtem a general de brigada. La resistencia peronista lo nombró secretario de
Inteligencia Peronista (SIP).” Ob. Cit. P. 73 cita 63.
[9] WALSH, Rodolfo: “Operación
Masacre”. Ediciones de la Flor. Bs. As. 1972. Pág. 193 y 194.
[10]
ROJAS, Issac F.: Memorias del Almirante
Isaac F. Rojas. Conversaciones con Jorge González Crespo. Ed. Planta. Bs. As. 1993. Páginas
326 y 327.
[11] ROJAS, Isaac F.: Op. Cit. Pág. 328.
[12] ALONSO, María, Roberto ELISALDE y Enrique C. VAZQUEZ: Op. Cit. 129.
[13] PERÓN, Juan D.: Correspondencia
Perón – Cooke. Granica Editor. Bs. As. 1973. Ps. 11 y 12.
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