El
29 de mayo de 1970 fue secuestrado y luego asesinado el ex presidente de facto
Teniente General Pedro E. Aramburu. El magnicidio nunca fue debidamente aclarado
ni sus autores identificados.
SANGRE EN LA ROSADA
Diversos presidente argentinos sufrieron
intentos de terminar violentamente con su vida: Domingo F. Sarmiento, Julio A.
Roca en dos ocasiones, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Victorino de la
Plaza, Hipólito Yrigoyen, Juan D. Perón en al menos tres ocasiones, Arturo
Frondizi, Jorge R. Videla y Raúl R. Alfonsín. Algunos durante el ejercicio de
su mandato otros tras dejar el cargo.
Solo dos presidentes fueron asesinados. Los dos
ultimados después de abandonar la Casa Rosada. El entonces gobernador de Entre
Ríos y ex presidente de la Confederación Argentina (1854 – 1860), Justo José de
Urquiza, fue muerto, el 9 de abril de 1870, en su residencia del Palacio San
José, por una partida de feroces asesinos que dirigía
el sargento mayor Simón Luengo y que integraban otros cuatro hombres el
uruguayo Nicomedes Coronel, el tuerto Álvarez, otro cordobés y un oriental el
pardo Luna, a ellos se sumaría el capitán José María Mosqueira. Los asesinos
fueron enviados por el general Ricardo López Jordán.
Exactamente un siglo después, el 29 de mayo de
1970, es secuestrado y a los pocos días (posiblemente el 1 de junio) asesinado,
el expresidente de facto de la Revolución Libertadora (1955 – 1958), el
Teniente General Pedro E. Aramburu.
LOS AÑOS DE PLOMO
La República Argentina vivió una etapa de auge
de la violencia política entre 1955 y 1983 donde se sucedieron en forma
ininterrumpida golpes de Estado militares, enfrentamientos armados personal castrense,
atentados explosivos, asesinatos, aparición de grupos guerrilleros rurales y urbanos,
surgimiento de grupos paramilitares, robos y secuestros expropiatorios,
represión policial violenta, torturas a detenidos, huelgas revolucionarias,
etc. que dejaron un saldo incalculable de muertos y detenidos desaparecidos.
Durante al menos veintisiete años los
argentinos incentivados por sus pasiones políticas dejaron de ver al otro como
un adversario con quien se competía y negociaba por cargos políticos para
considerarlo un “enemigo” al que había que “aniquilarlo” y que no
merecía “ni justicia” para “tomar el poder”.
No obstante, durante ese largo periodo, poco
más de una década, ha merecido la calificación de “los años de plomo”.
Esa etapa comprende aproximadamente entre 1969 y 1981. Se inicia con el
estallido del Cordobazo, el 29 de mayo de 1969, y el fin de la segunda oleada
de la “Contraofensiva Montonera” de junio de 1981.
Las causas de la militarización que sufrió la
vida política argentina son muchas, pero dos hechos han sido los principales
detonantes del comienzo de los Años de Plomo.
Por un lado, el estallido social del Cordobazo,
que convenció a los grupos de la izquierda radicalizada que estaban dadas las
condiciones objetivas para desatar una escalada revolucionaria y tomar el
poder.
Por el otro, el secuestro y asesinato del
general Aramburu que dejó al gobierno de la llamada Revolución Argentina (1966
– 1973) sin posibilidad de iniciar una transición controlada hacia la
democracia ahogando la incipiente oleada revolucionaria.
El 28 de junio de 1966, los militares
derrocaron al presidente radical Dr. Arturo U. Illia para evitar un triunfo del
peronismo en las próximas elecciones legislativas. Illia que llegó al poder
gracias a la proscripción del peronismo se disponía a llamar a elecciones
auténticamente democráticas.
Pero las fuerzas armadas estaban decididas a
impedir el retorno del peronismo al gobierno, para lograrlo no tuvieron otra
alternativa que recurrir una vez más al golpe de Estado. La idea central de los
militares en ese entonces era mantener el régimen de facto hasta la
desaparición física del líder justicialista exiliado en Madrid y sólo entonces
convocar a elecciones condicionadas.
El gobierno militar quedó en manos del Teniente
General Juan Carlos Onganía, un militar del arma de Caballería, de pocas
palabras y gesto adusto que le ganó el sobrenombre de “la morsa” o “la
esfinge”, que se identificaba con el sector más nacionalista y clerical del
Ejército. Onganía convocó al gobierno a elementos nacionalistas, conservadores,
feroces anticomunistas y marcadamente autoritarios. Para conducir la economía
recurrió a figuras vinculadas al liberalismo ortodoxo como el empresario
Adalbert Krieguer Vasena o el banquero José María Dagnino Pastore.
Después de la Noche de los Bastones Largos, del
29 de julio de 1966, la salvaje irrupción de la Policía Federal en las aulas de
la Universidad Nacional de Buenos Aires, el gobierno militar se enemistó con el
estudiantado. La represión a toda expresión de cambio generacional -el pelo
largo, las barbas y las minifaldas, el movimiento hippie, la música de The
Beatles y Rolling Stone, etc.- enfrentó a los militares con la juventud en
general.
La incipiente aparición de grupos guerrilleros
patrocinados desde Cuba y una política económica de alto costo social
culminaron rápidamente en el Cordobazo de 1969 y en el continuo activismo
opositor donde por primera vez en la historia social del país, confluyeron en
un mismo frente opositor los obreros, los estudiantes universitarios y los
dirigentes políticos de los partidos tradicionales.
El gobierno de Onganía, indiferente a las
protestas se negó a efectuar rectificaciones que descomprimirán la
conflictividad social y provocó fisuras en la cohesión de las fuerzas armadas
con el presidente.
El sector liberal del Ejército, encabezado por
el Comandante en Jefe, el Teniente General Alejandro A. Lanusse, veía con
creciente preocupación que los grupos guerrilleros estuvieran capitalizando el
descontento de la población con el régimen militar y demandaban al presidente
Onganía un cambio de rumbo. Se
inclinaban por una apertura política gradual que permitiera la instauración de
una democracia tutelada que aliviara la explosiva situación social.
Lanusse además tenía ambiciones políticas. Se
inspiraba en lo actuado por el general Agustín P. Justo en la década de 1930,
que capitalizó el golpe de Estado del General José F. Uriburu para llamar a
elecciones con proscripciones que lo convirtieron en presidente constitucional.
El general Lanusse también quería ser presidente constitucional y no de facto.
Contaba con el apoyo del radicalismo y pensaba que podía sumar al menos a un
sector importante del peronismo a su proyecto.
Por otra parte, estimaba que la existencia de
un gobierno constitucional le quitaría a la guerrilla una de las principales
razones de existir. La lucha armada se legitimaba enarbolando la bandera de la
democracia contra la dictadura. Si esta desaparecía, la violencia política
perdía su razón de existir.
Lanusse mantenía un buen nivel de diálogo con
los dirigentes que conducían la Unión Cívica Radical, comenzando con Ricardo
Balbín y Arturo Mor Roig. También conversaba con frecuencia con los
desarrollistas Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Al mismo tiempo, estaba
convencido de poder repetir la maniobra que empleo Arturo Frondizi para ganar
las elecciones presidenciales de 1958.
Creía poder convencer a Perón de que apoyara a
un candidato presidencial de consenso entre militares y políticos, que
lógicamente era él mismo. Ofrecería a Perón ciertas compensaciones para que se
resignara a no postularse a la presidencia. Estos ofrecimientos comprendían el
cierre de las causas penales pendientes contra él, restituirle el grado
militar, repatriar el cadáver de Eva Perón, devolverle los bienes confiscados
en 1955, pagarle las pensiones caídas desde entonces como expresidente y
general de división, etc.
Imaginaba para Perón un papel de gran referente
nacional, venerado pero sin posibilidades de intervenir realmente en la
política activa. Después de todo Perón tenía 75 años (en realidad 77) y debía aspirar
a una vida tranquila y a morir en su patria.
Después de todo, pensaba Lanusse, si Perón
había arreglado por mucho menos con Frondizi, ahora más viejo y cómodo en su
exilio madrileño no debía tener muchas ganas de volver a la Argentina para
mezclarse en los problemas de la política diaria y estaría dispuesto a llegar a
otro acuerdo aún más provechoso que el anterior. La historia demostraría que
Lanusse no había comprendido las verdadera aspiraciones de Perón.
En 1971, Lanusse como presidente de facto
anunciaría este plan como el Gran Acuerdo Nacional que, como diría
Perón, “solo estuvo en su mente”.
El general Pedro E. Aramburu, jugaba un papel
central en los planes de Lanusse. El expresidente debía reemplazar en la
presidencia a Onganía e inmediatamente iniciar consultas con todas las fuerzas
políticas incluido el peronismo para acordar los términos del restablecimiento
del régimen constitucional. En esa negociación los únicos marginados serían
aquellos grupos políticos involucrados en la lucha armada: por ese entonces las
Fuerzas Argentinas de Liberación, Fuerzas Armadas Peronistas, Descamisados, Fuerzas
Armadas Revolucionarias y el Partido Revolucionario de los Trabajadores que
todavía no había creado al Ejército Revolucionario del Pueblo.
Lanusse y Aramburu tenían una antigua relación
personal. El entonces teniente coronel Alejandro A. Lanusse fue comandante del
regimiento de Granaderos a Caballo, el regimiento custodia presidencial, cuando
Pedro E. Aramburu ocupaba el sillón de Rivadavia. Ambos pertenecían al sector
liberal (y posiblemente eran miembros de la Masonería) y compartían la misma
idea de cómo encarar el restablecimiento del orden constitucional.
Sobre Aramburu pesaba un gran karma político y
humano, en junio de 1956, había ordenado el fusilamiento y asesinato de 37
militares y civiles (algunos de ellos vilmente ultimados en el basural de León
Suárez) que participaron del levantamiento militar encabezado por los generales
Juan José Valle y Raúl Tanco. Valle en particular, había sido compañero de
pieza de Aramburu en el Colegio Militar de la Nación y ambas familias se
frecuentaban. Además, estaba su responsabilidad por el ocultamiento del cadáver
momificado de Eva Perón, en Milán donde fue inhumado bajo el nombre de María de
Magistris.
En 1969, después del Cordobazo, Pedro E.
Aramburu comenzó a moverse políticamente, reuniéndose con políticos,
sindicalistas y empresarios y efectuando declaraciones periodísticas y
concediendo entrevistas. Incluso viajó a España y Francia para dar proyección
internacional a sus aspiraciones presidenciales y buscar contactos con Perón
para sumarlo al proyecto.
El 17 de diciembre de 1969 se reunió con el
abogado radical Ricardo Rojo, un amigo del Che Guevara que mantenía sólidos vínculos
con el general Perón, desde que, en 1957, fue uno de los negociadores del Pacto
Perón- Frondizi, en Venezuela. En su carta, del 18 de diciembre, Rojo informa
al exiliado madrileño de los sondeos recibidos de parte de Arturo Frondizi y
Pedro E. Aramburu para la formación de un frente político.
Aramburu, dice Rojo, “califica al general
Onganía de “mediocre, sin rumbo. Parálisis de nuestra economía. Descontento
social creciente. Chatura del país. Decadencia en todos los órdenes. Entrega y
satelización”.
“Sostuvo que “nuestro males demandan una
solución política previa, con la participación leal de las grandes corrientes
de opinión: en especial al peronismo y el radicalismo. El entendimiento sobre
un programa mínimo es el paso necesario para hacerse cargo de la conducción
ejecutiva. Sin mezquindades, sin recelos sobre el pasado donde todos cometimos
errores que aún nos dividen. Comprensión y unidad nacional.
“Cuando el pregunté acerca de la actitud de las
fuerzas armadas dijo: “aun el general Alejandro Lanusse comprende la necesidad
de sustituir a Onganía.”
Dejó entrever que él sería la figura llamada,
quedando Lanusse como Comandante en Jefe del Ejército. Agregó que: “luego de
arar profundo, la ciudadanía sería consultada en elecciones, sin exclusiones ni
veto de ningún tipo, entregando el poder a quien resulte electo.”
Dado sus antecedentes, le pregunté expresamente
acerca suyo y de su movimiento, contestó: “El general Perón podría regresar al
país y participar decisivamente en el gran esfuerzo común.”
Al fin de evitar malentendidos lo consulté si
podía informarle a usted acerca de lo discutido y declaró: “por supuesto” y así
lo hago sin asumir representaciones ni mandatos de ninguna clase. Sólo con el
patriótico intento de encontrar fórmulas nuevas para superar la continuada
crisis en que se debate nuestra Patria. Convinimos en reunirnos nuevamente en
los primeros días de 1970. Quedo a la espera de sus reflexiones. Hacia fines de
enero lo buscaré en Madrid”[1],
concluyo en su misiva Rojo.
Perón no se dejó seducir por los cantos de
sirena que llegaban desde Buenos Aires y, en su respuesta a Rojo, tuvo
conceptos muy fuertes tanto contra Frondizi como contra Aramburu y sus
verdaderas intenciones.
La actividad de Aramburu y su proyecto pronto
fue un secreto a voces en los ámbitos políticos bien informados. En particular
para quienes manejaban los servicios de inteligencia del gobierno de Onganía.
El Secretario de Informaciones de Estado general Eduardo A. Señorans y el
ministro del Interior General ® Francisco Imaz.
El general Imaz, en particular, guardaba un
profundo rencor contra Aramburu porque este ordenó su pase a retiro en 1957 por
pertenecer al sector nacionalista del Ejército.
Juan Bautista “Tata” Yofre nos brinda
este ilustrativo relato de la situación política al momento del secuestro de
Aramburu: “El teniente general Alejandro A. Lanusse relató que en mayo de
1970 el país vivía un clima de generalizada desazón que repercutía en las filas
del Ejército. Por esta razón le pidió a Juan Carlos Onganía que realizara una
exposición a los altos mandos de la Fuerza en Olivos. La cita se llevó a cabo
en el salón cerrado cercano al chalet presidencial el 27 de mayo de 1970.
“La exposición -recordó
Lanusse- fue lisa y llanamente una catástrofe nacional […] Con la Nación a
punto de estallar, el Jefe de Estado, calmosamente, se dedicó ese 27 de mayo a
dibujar pirámides jerárquicas que indicarían nuevas ideas para lograr
estructuras participacionistas. La filosofía era de un corporativismo literal,
puro, en que intentaba embretarse la pasión política de los argentinos.
“A medida que el Presidente iba exponiendo se
notaba la sorpresa frente a la irrealidad y el desasosiego. El general Jorge
Raúl Carcagno, luego de un tiempo prudencial, le preguntó a Onganía en cuánto
apreciaba la duración de la etapa para concretar los objetivos que se exponían
y el Presidente dijo “Es un proceso largo. No se puede reestructurar en menos
de diez o veinte años.”
“Así se llegó al viernes 29 de mayo de 1970 en
que se celebró el Día del Ejército en el Colegio Militar de la Nación y se
cumplió un año del Cordobazo. Como era una costumbre, tras las palabras del
comandante en Jefe se pasó a un salón para un brindis. El general Onganía, en
presencia de los otros dos comandante en Jefe preguntó a Lanusse qué
repercusión había tenido sus palabras ante el generalato. La respuesta fue
cauta pero sincera: “las conclusiones que sacaron los generales fueron, por
supuesto, variadas, pero puedo ubicar, dentro de la amplia gama de puntos de
vista, a dos sectores: el sector de los generales que no entendieron lo que
usted quiso decir y el sector de los generales que están en total desacuerdo
con lo que usted dijo.”
“En ese instante del diálogo, un oficial se
apersonó e informó que había sido secuestrado el general Pedro Eugenio
Aramburu…”[2]
EL SECUESTRO
Sobre el secuestro y muerte de Aramburu hay dos
versiones. La primera podríamos denominarla como la “historia oficial del
caso” y la segunda como la “historia conspirativa” en torno a la
muerte del expresidente.
Norberto Galasso reduce los hechos, según la
historia oficial, a la siguiente síntesis: “el 29 de mayo: dos personas, con
uniformes militares, se presentan alrededor de las 9 de la mañana, en su
departamento, sito en Montevideo 1053, 8° piso “A” de la Capital Federal, y
comunican que vienen a ofrecerle protección. La esposa -Sara Herrera de
Aramburu- los recibe, los invita con café y después de informarles que su
marido los atendería enseguida, abandona el departamento para realizar unas
diligencias en la zona comercial cercana. A su regreso -entre 9.30 y 10 horas-
se sorprende al no encontrar a su marido, ni tampoco ninguna nota explicativa
de su ausencia, según él acostumbra en ocasiones parecidas. Ella no sabe que
Pedro Eugenio, tomado amablemente por sus brazos por los dos visitantes, ha iniciado
un viaje en automóvil, sin retorno.
“Poco después, Sara se informa telefónicamente,
desde un departamento vecino -pues el teléfono suyo está cortado- que en el
ministerio de Guerra no existe ninguna citación para su marido. Inmediatamente,
notifica lo que ya estima un secuestro a los amigos de su esposo: el general
Bernardino Labayru y el capitán de navío Aldo Luis Molinari.”[3]
El 1° de junio, los diarios publican dos
comunicados de una organización armada denominada “Montoneros” en los
cuales se informa que “el Comando Juan José Valle” procedió al secuestro
del general Aramburu y que dados los cargos existentes (especialmente las
ejecuciones de junio de 1956 y la desaparición de los restos de Evita) será
pasado por las armas.
Después se sabrá que en la “Operación
Pindapoy”, tal como denominaron al secuestro y asesinato de Aramburu, ha
intervenido un grupo de jóvenes vinculados con el nacionalismo y la Acción
Católica: Fernando Abal Medina, Emilio Ángel Mazza, Carlos Gustavo Ramus, Mario
Eduardo Firmenich, Norma Esther Arrostito, su marido Rubén Ricardo Roitvan, Ignacio
Vélez Carreras, Carlos Capuano Martínez, Carlos Maguid, y Sabino Navarro.
La preparación del grupo para acciones de
guerrilla urbana era muy precaria. Mazza y Vélez Carreras habían cursado
estudios en el Liceo Militar egresando como subtenientes de resera. Fernando
Abal Medina y Norma Esther Arrostito habían recibido entrenamiento guerrillero
en Cuba, en 1968.
Los montoneros habrían trasladado en un Jeep
Gladiator al general Aramburu a la estancia La Celma, propiedad de la familia
Ramus, en Timote, provincia de Buenos Aires a 428 kilómetros de la Capital
Federal, donde fue asesinado y enterrado.
LA VERSIÓN DE MONTONEROS
Según un reportaje
el 3 de septiembre de 1974 de la revista “La causa Peronista”, dos de
los sobrevivientes del secuestro: Mario Eduardo Firmenich y Norma Esther
Arrostito relatan que el general Aramburu fue ejecutado por Fernando Abal
Medina de un disparo de pistola (en realidad cuatro disparos, tres de calibre 9
mm y uno de calibre 11.15 mm) en el sótano de la estancia La Celma.
La tapa con fondo
anaranjado de ese que fue el último número de La Causa Peronista y de cualquier
otra publicación masiva vinculada a Montoneros -la semana anterior había sido
clausurado el diario Noticias-, fue contundente en su sencillez. “COMO MURIO
ARAMBURU”, anunció el titular en grandes letras blancas, cada palabra en
una línea, que ocupaban la mitad inferior de la página. En la parte superior,
en caracteres más pequeños, se leía la primera parte de la frase: “Mario
Firmenich y Norma Arrostito cuentan”. Y por encima de esta, aún más
pequeño, “7 de setiembre Día del Montonero”. En un costado, como si
fuese una “pintada”, el clásico signo de la “P” dentro de la “V”,
que si durante los 17 años de su exilio significaba “Perón Vuelve”,
después de su muerte la Juventud Peronista y Montoneros habían transformado en “Vive”.
El artículo está al final
de la edición y lo antecede una página en la que se reproduce un texto de Eva
Perón que expresa su temor por “la oligarquía que pueda estar dentro de
nosotros” y concluye: “por eso los peronistas debemos tratar de ser
soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca”.
Una declaración de guerra que, en la mentalidad de Montoneros, era contra
Isabel Martínez y López Rega.
El artículo no empieza con
el relato sino con un texto de una página en el que se reiteran los tres objetivos
del “Aramburazo”. Es en dos columnas de la página siguiente que comienza
el relato de Firmenich y Arrostito; el resto de la página y la siguiente lo
ocupa la carta de Montoneros a Perón. El relato continúa en las dos páginas
posteriores junto a la respuesta de Perón, fechada 20 de febrero de 1971, quien
responde a cada uno de los puntos pero les recuerda que todos las formas de
lucha son necesarias, no sólo la armada.
El relato sigue en la
página 30, donde también está el comunicado número 3 con el que, el 31 de mayo,
Montoneros anuncia que “el Tribunal Revolucionario” resolvió matar a
Aramburu “en lugar y fecha a determinar; hacer conocer oportunamente la
documentación que fundamenta la resolución de este tribunal; dar cristiana
sepultura a los restos del acusado, que sólo serán restituidos a sus familiares
cuando al Pueblo Argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera
Evita”.
El relato de Firmenich, en
cambio, dice que fue en la noche del 1 de junio cuando le anunciaron a Aramburu
“que el Tribunal iba a deliberar” y que la sentencia le fue comunicada a
la madrugada siguiente por Fernando Abal Medina, jefe del grupo. En la última
página del artículo, un recuadro responde a las sospechas de la vinculación de
Montoneros con Onganía y explica que la documentación que iba a ser dada a
conocer “oportunamente”, no existía más. Como consecuencia de las bajas
sufridas, el encuentro del cadáver de Aramburu y “para evitar una nueva
derrota… Firmenich tomó una decisión tremenda”. Quemó todas las cintas del
juicio a Aramburu “porque no tenía ni siquiera un lugar para esconderlas”.
Por lo tanto, lo que
realmente ocurrió solo lo saben dos personas que hoy tienen más de setenta
años: Mario Eduardo Firmenich, por supuesto, y Ignacio Vélez Carrera (que en el
relato de La Causa Peronista aparece mencionado como “otro compañero”),
un abogado que dejó Montoneros, después de salir de la cárcel el 25 de mayo de
1973, gracias a la amnistía del presidente Héctor J. Cámpora, y abandonó toda
actividad política y nunca ha querido hablar sobre el secuestro y asesinato de
Aramburu.
El texto de “La causa
peronista” surgió de una entrevista con Firmenich llevó dos tardes, cada
vez cinco periodistas encerrados con él en la casa de Dardo Cabo, militante
peronista y periodista que había adquirido notoriedad junto con su mujer, María
Cristina Verrier, cuando secuestraron un avión y aterrizaron en las islas
Malvinas para reafirmar simbólicamente la soberanía sobre ellas. Le costó
cuatro años de cárcel. Había trabajado en el diario Crónica, de Ricardo García,
y en la revista Extra, de Bernardo
Neustadt, antes de figurar como director del semanario El Descamisado,
una publicación, que llegó a tener picos de venta de 170 mil ejemplares
semanales. A El Descamisado lo reemplazaron El Peronista,
primero, y luego La Causa Peronista.
Perón ya había muerto, el
1 de julio, gobernaban Isabel Martínez y José López Rega, el camino de
Montoneros iba siendo cerrado y auto cerrado. La decisión de relatar “Cómo
murió Aramburu” fue el adiós a la existencia legal de esa organización. La
revista fue clausurada y Montoneros anunció que pasaba a la clandestinidad y
retomaba el camino de las armas.
Norma Arrostito fue
entrevistada por separado y respondió con detalles minuciosos a preguntas sobre
los cinco meses de planificación del secuestro y el día de su realización,
hasta el momento en que se quedó en la ciudad y Fernando Abal Medina, que era
su pareja, Ignacio Vélez, Carlos Ramus, Firmenich y Aramburu emprendieron el
viaje hacia la estancia La Celma. Según su relato, ella allí nunca estuvo allí.
El reportaje fue el punto
culminante de un desacierto y la antesala de muchos más. Desde la óptica
periodística, era el relato que cualquier medio habría querido tener y que
ningún periodista podría haber desechado. La confluencia entre ambas
perspectivas hizo posible un texto que resulta aún hoy escalofriante.
El relato recorre una
secuencia temporal lineal que va desde el momento en que los doce que integraban una organización aún anónima
decidieron secuestrar a Aramburu, hasta que lo mataron y enterraron. Cuando
Firmenich llegó al momento de contar que en la madrugada del 2 de junio Abal
Medina le comunicó a Aramburu “General, el Tribunal lo ha sentenciado a la
pena de muerte”, la entrevista alcanzó su máxima tensión, que el texto
escrito no evidencia. Fue deliberada la elección de un estilo de redacción en
el que sólo hablasen los entrevistados, sin interrupciones, interpretaciones ni
comentarios por parte de los autores del reportaje. Cualquier agregado era
innecesario o incluso negativo desde la óptica de su impacto y credibilidad.
El trabajo de los
periodistas consistió en ceñirse a reproducir de un modo fluido las palabras de
Firmenich y Arrostito.
Firmenich no estaba cuando
Abal Medina mató a Aramburu en el sótano de la casa. “Para él, el jefe debía
asumir la mayor responsabilidad. A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa
con una llave, para disimular el ruido de los disparos”. Temían que el cuidador
del casco de la estancia, el Vasco Acébal, cuya casa estaba cerca, escuchase.
No se sabe si Abal Medina estuvo a solas con Aramburu o si estaba Ignacio Vélez
cuando bajaron al sótano. “Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos
contra la pared”. ¿Por qué un pañuelo en la boca? Cuando le anunciaron que “el
Tribunal iba a deliberar” dejaron de hablarle y “lo atamos en una cama.
Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara”. El relato publicado no
explica por qué, pero Firmenich lo explicó: Aramburu ya habría entendido cuál
era su destino y ellos temían que intentase suicidarse o escapar. Luego relató
el momento culminante:
“General -dijo Fernando-
vamos a proceder”.
“Proceda”-, dijo Aramburu.
“Fernando (Abal Medina)
disparó la pistola 9 milímetros al pecho, Después hubo dos tiros de gracia, con
la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta...” No se entiende porque se
disparó con dos armas. Resulta inexplicable a menos que uno de los tres disparos
de gracia hubiera sido efectuado por otro miembro del grupo de secuestradores.
Ya antes de la muerte de
Perón, Enrique Jarito Walker, jefe de redacción de las tres revistas y
extraordinario periodista, había empezado a querer hacer la nota sobre el Aramburazo.
Su razonamiento era que iban a cerrar La Causa Peronista y que era mejor que lo
hicieran por haber publicado esa nota. Eran consideraciones periodísticas
internas y autónomas en las que participan Juan José Yaya Ascone, secretario de
redacción, y el periodista Jorge Lewinger, que ejercía un rol político en
nombre de la conducción de Montoneros. Cuando los argumentos resultaron
convincentes, Lewinger trasladó la idea a Firmenich.
Fueron esos cuatro
periodistas más Dardo Cabo quienes condujeron el reportaje a Firmenich, en la
casa de Dardo. A Arrostito la entrevistaron Ascone y un periodista que
actualmente trabaja en el diario Clarín. La redacción del conjunto del artículo
fue compleja y es difícil precisar qué hizo quién, salvo lo que el autor de
esta nota sabe que escribió: el relato de Arrostito y Firmenich y la primera
parte de la nota de apertura. El conjunto fue editado por Lewinger.[4]
LA REACCIÓN DE PERÓN
FRENTE AL MAGNICIDIO
Señala Galasso que los
Montoneros, recién varios meses después pueden informarle a Perón lo sucedido. “Le
enviamos una carta a Perón el 9 de febrero de 1971”. “En el mes de diciembre
-cuenta Rodolfo Galimberti- yo viajaba a Madrid. Hacen un contacto con
Montoneros. Aparece un tipo llamado [Carlos] Hobert, creo que era el número 2.
Me da una carta de Montoneros para Perón. Era una carta explicativa de lo que
Montoneros habían hecho hasta ahora.”
En sus partes más
importantes relativas a la muerte de Aramburu, esa carta afirma: “En primer
lugar, creemos necesario explicar las serias y coherentes razones que nos
movieron a detener, juzgar y ejecutar a PEA. Es necesario explayarse sobre los
cargos históricos que pesaban sobre él: traición a la Patria a su Pueblo. Esto
solo bastaba para ejecutar una sentencia que el pueblo ya había dictaminado.
Pero, además, había otras razones que hacían necesaria esta ejecución. La razón
fundamental era el rol de válvula de escape que este señor pretendía jugar como
carta de recambio del sistema. Sabemos en qué iba a terminar esta jugarreta,
porque ya hemos presenciado jugarretas similares desde 1955 para acá. Los
gorilas se piensan que se puede engañar a un pueblo con sucesivas expectativas
que al final se ven frustradas, pero se equivocan pues no se puede engañar a un
pueblo educado en una doctrina que le es propia, no nos engañan a nosotros.”
[..]
“Nos preocupan algunas
versiones que hemos recogido, según las cuales nosotros con este hecho,
estropeamos sus planes políticos inmediatos. De más está decir que no está en
nuestros propósitos entorpecer la conducción de conjunto que Usted realiza para
la mejor marcha del Movimiento en su totalidad. Desgraciadamente, además,
nuestros actos apuntan a señalar la única estrategia que consideramos correcta
sin tener, en general, vinculación táctica con otros sectores del Movimiento.
[…]
La respuesta de Juan D.
Perón no se hizo esperar, el 20 de febrero escribió: “A los compañeros
Montoneros. Mis queridos compañeros […] he recibido vuestras cosas y desde ya
agradezco el saludo que retribuyo con mi mayor afecto […] Les manifiesto mi
total acuerdo con la mayoría de los conceptos que esa comunicación contiene
como cuestión de fondo. 1) Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo
actuado. Nada puede ser más falso que la afirmación de que con ello ustedes
estropearon mis planes tácticos porque nada puede haber en la conducción
peronista que pudiera ser interferido por una acción deseada por todos los
peronistas. Me hago un deber en manifestarles que sí eso se ha dicho, no puede
haber sido sino con mala intención.” […][5]
Creo que las palabras de
los protagonistas son suficientemente elocuentes como para no merecer más
comentarios.
LA VERSIÓN
CONSPIRATIVA
Los partidarios de historia conspirativa afirman
que el secuestro fue realizado por un comando de militares -incluso mencionan a
un coronel en ese momento en actividad como jefe de los secuestradores y quien
habría ingresado al domicilio de Aramburu-. El expresidente habría sido
trasladado a un inmueble donde fue interrogado sobre la conspiración para
reemplazar a Onganía. En ese momento, debido a la tensión y la edad el expresidente se descompuso. Alguna versión
habla incluso de que los captores realizaron un simulacro de fusilamiento que
habría provocado un infarto en el secuestrado. Espantados y sin saber muy bien
que hacer, los secuestradores habría llevaron al Hospital Militar Central para
reanimarlo; pero sin éxito.
Para ocultar su responsabilidad en la muerte de un
expresidente, los militares habrían entregado el cadáver a un grupo
nacionalista vinculado a la Secretaría de Informaciones de Estado con la orden
de que lo ocultaran. La creación del supuesto Comando Juan José Valle de la
organización Montoneros sería también parte de la maniobra de encubrimiento.
Luego de ocultar el cadáver, rápidamente los miembros del
grupo fueron identificados por las fuerzas de seguridad y ultimados en
enfrentamientos armados en la vía pública. Solo sobrevivieron inicialmente tres
miembros del grupo: Firmenich, Arrostito y Vélez que obligados por las
circunstancias recrearon su participación en el hecho en versiones llenas de
imprecisiones, el misterio y el silencio. Pero no todo el mundo creyó sus
afirmaciones.
Según el historiador Carlos Altamirano: “A
comienzos de 1970 era un secreto a voces que Aramburu estaba a la búsqueda de
un acuerdo con Perón para una salida electoral y, por supuesto, los Montoneros
no lo ignoraban. "Actualmente Aramburu significa una carta del
régimen", consignaba el primer comunicado de la agrupación armada, que
denunciaba el propósito de engañar al pueblo en una falsa democracia. (...)
Anular esa “carta del régimen” significaba anular la posibilidad de que el
peronismo fuera desviado de su destino revolucionario”
El periodista de Clarín, Alberto Amato reveló que
el general Bernardino Labayru, uno de los incondicionales de Aramburu, le había
sugerido en una entrevista que el general fue víctima de un secuestro por parte
de un grupo de las Fuerzas Armadas y que murió en el Hospital Militar. En su
biografía "Aramburu", Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi citan a
un ex ministro de Aramburu, Carlos Alconada, que responsabiliza por el crimen
al ministro del Interior de Onganía, Francisco Imaz. También mencionan que
mientras era ministro del Interior del gobierno del general Alejandro A.
Lanusse, el dirigente radical Arturo Mor Roig, dijo a la señora de Aramburu que
no se podía avanzar en la investigación del asesinato porque se salpicaba al
Ejército.
Según se relata en el libro “Z Argentina. El
crimen del siglo”, el profesor Próspero Fernández Albariños, un ex comando
civil de la Revolución Libertadora que empleaba el alias “Capitán Gandhi”;
el secuestro de Aramburu fue cometido por fuerzas paramilitares a las órdenes
de Onganía, vía su Ministro del Interior, el General Imaz, que a su vez
controlaba la Policía Federal, principal protagonista del operativo. Según sus
investigaciones Aramburu fue asesinado en el mismísimo Hospital Militar
Central, de Buenos Aires, y que su cuerpo fue entregado a Horacio Wenceslao
Orué, vinculado a los Servicios de Informaciones de Estado.
Incluso el Tata Yofre que cree en la versión de los
Montoneros secuestrando a Aramburu reconoce que existen dudas razonables sobre
la participación de los servicios de inteligencia en el hecho: “Otros dirán
que los integrantes del grupo montonero -dice Yofre- habían sido armados
y financiados por gente cercana al gobierno. Sobran razones que prueban alguna
conexión con uno u otro integrante del comando. Pero nadie puede probar ni la
asignación ni mucho menos la complicidad en el asesinato”.[6]
EL FINAL DE ONGANÍA
El asesinato del general Aramburu causó gran
conmoción en la opinión pública de Argentina, la que fue aún mayor entre sus
partidarios, diversos periodistas y escritores que emitieron también sus
opiniones: “Aun cuando Aramburu hubiese sido responsable de numerosos
crímenes, su muerte lo único que hace es añadir otro asesinato a la lista. No
resuelve, ni anula, ni compensa nada. Es otro crimen”.
Señala el Tata Yofre que entre el 29 de mayo y el 8 de junio de
1970 se sucedieron innumerables reuniones entre el presidente Onganía y los
Comandantes en Jefe; de funcionarios de la Administración Pública con altos
jefes militares; cónclaves de altos mandos en las tres Fuerzas Armadas;
conciliábulos de dirigentes políticos, todo bajo un clima de desinterés general
de la población. El sistema se había conmovido y el prestigio de Onganía estaba
por el piso. El presidente reclamaba una autoridad que ya no tenía y una
seriedad que había perdido el 27 de mayo. El poder no estaba en la calle, se
encontraba en los cuarteles y había llegado la hora del reemplazo.
El lunes 8 de junio, el Comandante en Jefe del Ejército emitió un comunicado,
a las 11.20 por Radio Rivadavia, informando que “la responsabilidad asumida
por el Ejército, en la Revolución Argentina, es incompatible con la firma de un
nuevo cheque en blanco al Excelentísimo señor Presidente de la Nación, para
resolver por sí aspectos trascendentales para la marcha del proceso
revolucionario y los destinos del país".
A las 14.55, la Junta de Comandantes en Jefe dieron a conocer una
declaración, informando que reasumía “de inmediato el poder político de la República”,
e invitaba “al señor teniente general Onganía a presentar su renuncia al cargo
que hasta la fecha ha desempeñado por mandato de esta Junta”[7].
El reemplazante de Onganía en la Casa Rosada fue el general Roberto Marcelo
Levingston, un oficial de inteligencia que en ese momento se desempeñaba como
delegado en la Junta Interamericana de Defensa, en Washington, tan desconocido
para los argentinos que la Junta debió pedir a los diarios que publicaran su
legajo para presentarlo a la ciudadanía.
CONCLUSIONES:
Cincuenta años han transcurrido desde el secuestro y asesinato de
un ex presidente de la Nación Argentina. Un nefasto acontecimiento que proyecto
el nombre Montoneros a la historia de nuestro país y dio comienzo a los Años de
Plomo. Pero aún persisten muchas dudas en torno a quienes fueron sus verdaderos
autores y cuáles los auténticos móviles que provocaron tan horrendo crimen.
[1] CHAVES,
Claudio: La
carta de Ricardo Rojo a Perón que reaviva sospechas sobre el móvil del
asesinato de Aramburu. Artículo publicado en el diario Página 12, del
17 de septiembre de 2017. https://www.pagina12.com.ar/62881-juicio-y-muerte-a-aramburu
[2]YOFRE, Juan Bautista “Tata”: La horrorosa trama detrás del secuestro y
asesinato de Pedro Eugenio Aramburu.
Artículo publicado en el diario
Infobae.com. Bs. As. 9 de junio de 2019. https://www.infobae.com/sociedad/2019/06/09/la-horrorosa-trama-detras-del-secuestro-y-asesinato-de-pedro-eugenio-aramburu/
[3]
GALASSO, Norberto: Perón. Exilio, resistencia, retorno y muerte (1955 –
1974). Tomo II, Ed. Colihue. Bs. As. 2016. P. 1054.
[4]
DIARIO CLARIN: A 40 años del asesinato. Relato secreto de la confesión por el
crimen de Aramburu. Artículo publicado sin firma en el suplemento Tema del
Domingo: La violencia en los 70, Clarin.com. Bs. As. 30de mayo de 2010.
[5]
GALASSO, Norberto: Ob. Cit. P. 1060
[6]
YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Op. Cit.
[7]
YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Op. Cit.
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