El gobierno argelino lanza una intensa
represión para intentar ahogar el movimiento de “Hirak” aprovechando la
desmovilización forzada de los manifestantes por la pandemia de coronavirus.
El
gobierno del presidente Abdelmadjid Tebboune esta aprovechando el confinamiento
social decretado para luchar contra la pandemia del coronavirus Covid 19 para
intentar desarticular el movimiento democratizador y de resistencia civil
denominado “Hirak”.
El
Hirak (que en árabe significa “movimiento”) comenzó el 16 de febrero de
2019 a nivel local en Kherrata (provincia de Bugía) primero para impedir que el
anciano y enfermo presidente Abdelaziz Buteflika, de 82 años, se postulase para
un quinto mandato presidencial consecutivo.
Luego
el Hirak tomó un carácter más general de democratización y transparencia
gubernamental que busca terminar con el control gerontocrático que sobre
Argelia tiene la llamada “Generación de la Independencia” que desde 1963
controla las fuerzas armadas y los resortes claves del poder en el país
norafricano.
En
esencia, Hirak es un movimiento transversal, intergeneracional y de carácter
nacional, sin que exista apropiación de este por ningún partido, movimiento
social, sector religioso o región del país.
Se
trata de una forma de movilización social que evita expresamente la
instrumentación por parte de los islamistas o de los poderes extranjeros, a los
que ha exhortado en sus pancartas a mantenerse al margen.
El
Hirak carece de líderes posibles, es un movimiento nacional que se niega
expresamente a señalar o elegir a sus representantes para evitar que el poder
los encarcele, coopte o negocie con ellos.
En
todo momento, Hirak evita la confrontación y caer en provocaciones que deriven
en actos de violencia. Adopta como lema consignas y acciones pacíficas como “silmiya”,
“silmiya” (pacíficamente). Las marchas fueron organizadas de manera
eficaz para minimizar los enfrentamientos por más de cincuenta semanas. Los
martes salían los estudiantes y los viernes marchaba el resto de la sociedad.
Las
marchas eran conducidas por voluntarios vistiendo “chalecos naranjas”
que prevenían incidentes y asistían a las personas que sufrían algún desmayo o
impacto, para luego evacuarlas y dejar limpias las zonas por donde se
desarrollaba la movilización.
El
gobierno recurrió a todas las estratagemas posibles para intentar erosionar el
poder de convocatoria de la protesta, adelantó las vacaciones de los
estudiantes, dejó sin funcionamiento el servicio de Internet los viernes,
provocó cortes de tránsito en las principales arterias de la capital, hostigo a
los periodistas locales y expulsó a los corresponsales extranjeros. También
detuvo a los activistas y miembros de las organizaciones defensoras de los
derechos humanos que lograba identificar en las movilizaciones.
Según
organizaciones internacionales, como Amnistía Internacional, Human Rights Watch
y el Observatorio para la Protección de los Defensores de los Derechos Humanos,
los detenidos durante las protestas frecuentemente eran sometidos a torturas
(palizas, simulacros de ahogamientos, introducción de trapos sucios embebidos
en cloro) o se los mantenía en régimen de aislamiento, como ocurrió con Karim
Tabbou, líder del partido Unión Democrática y Social.
Pero
nada parecía detener al Hirak. Ni el Ramadán ni la realización, el 12 de
diciembre de 2019, de unas elecciones presidenciales condicionadas donde solo
fueron autorizados a competir cinco exministros de Bouteflika y en las que se
impuso el candidato con mayores vínculos con las fuerzas armadas: Tebboune.
Al
asumir el cargo, Tebboune indultó a diez mil presos comunes cuyas penas por
cumplir eran inferiores al año y medio de cárcel pero mantuvo en prisión a
miles de detenidos por participar en las protestas.
Solo
la pandemia contuvo transitoriamente al Hirak. El 15 de marzo de 2020, los
manifestantes decretaron una tregua y suspendieron las movilizaciones para
preservar la salud de la población.
Pero
el Covid 19 no afectó la actividad represiva del gobierno argelino que continuó
persiguiendo y enjuiciando a los defensores de los derechos humanos. Muchos de
ellos se encuentran detenido a la espera de juicio otros, como Abdelouahab
Fersaoui, presidente de la Agrupación para las Acciones de la Juventud, quien
fue condenado el 6 de abril pasado a un año de prisión por “atentado contra la
integridad nacional” y “incitación a la violencia para dañar la defensa
nacional”.
Si
bien el gobierno argelino anunció a principios de abril la puesta en libertad
de más de cinco mil detenidos, en ninguna de esas liberaciones han incluido a
los defensores de los derechos humanos, por lo que siguen en peligro en caso de
que se produzca un brote de coronavirus en las hacinadas cárceles argelinas.
El
Comité para la Liberación de Detenidos estima que el número de presos
vinculados al Hirak supera los mil doscientos individuos.
El
ensañamiento del gobierno de Tebboune se debe a que sabe que, cuando llegue el
fin del aislamiento preventivo, la economía argelina seriamente deteriorada por
el cese de actividades, el brusco descenso de los precios del gas y el
petróleo, así como la gradual pérdida del mercado gasífero español, hará
resurgir con aún más fuerza el movimiento democratizador.
Por lo
tanto, este es el momento para intentar neutralizarlo apelando al terror y a
una salvaje represión policial aunque para ello deban atropellar la escasa
vigencia de los derechos humanos de que aún goza el pueblo argelino.
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