Pocas actividades están más rodeadas de
preconceptos y prejuicios que las tareas de inteligencia por ello conviene
realizar algunas precisiones.
El
mundo de las actividades de inteligencia es un territorio opaco donde la verdad
está siempre en fuga. Los involucrados niegan su participación, la identidades
son falsas, los motivos que llevan a las grandes traiciones son diversos y
difusos y la desinformación está a la orden del día.
Incluso
los documentos desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos (uno de
los pocos países que revela los secretos de algunas de sus operaciones de
inteligencia) suelen ser de valor secundario y estar fuertemente censurados.
En los
raros caso en que un alto responsable o un agente brinda entrevistas, da
testimonios o escribe sus memorias su dichos no son confiables. Sus
revelaciones suelen en general ajustarse a la versión oficial de los hechos que
quieren difundir sus antiguos jefes o están llenos de falsedades donde el
protagonista, en su afán de parecer un héroe, se adjudica hechos en los que no participó
u oculta acciones que si cometió para situarse mejor ante el público y la
historia.
Periodistas
y escritores que se dedican a los temas vinculados con el espionaje suelen
difundir versiones fantasiosas, erróneas o incompletas de los hechos debido a
que realmente desconocen como operan los organismos de inteligencia, son parte
de estos o han sido “intoxicados” por quienes consideran una “fuente”
confiable de información.
Muchos
libros de no ficción que se publican sobre el tema son previamente censurados
por los servicios de inteligencia involucrados en los acontecimientos o con los
personajes cuyas actividades se relatan en sus páginas. Pocas son las
auténticas revelaciones “no autorizadas” y de escasa relevancia.
LA
LITERATURA SOBRE ESPÍAS
Por
último, la visión distorsionada sobre el mundo de la inteligencia se hace aún
más opaca debido a los relatos y películas de ficción que se realizan sobre el
tema. Especialmente, sobre operaciones de espionaje.
En la
mayoría de los relatos de ficción sobre espías, los agentes suelen ser
retratados como hombres solitarios, una suerte de “francotiradores” que
operan totalmente aislados y solo rodeados por enemigos. Ellos son descriptos
como aberrantes traidores, sádicos asesinos o heroicos disidentes según de que
lado se encuentre el que relata la historia.
El
emblemático agente británico James Bond, por ejemplo, no es más que un sicario
con licencia para matar. El 007, en la versión original de los libros escritos
por Iam Fleming, terminaba con sus enemigos con un certero disparo de su
minúscula pistola Beretta 950, que cargaba tan solo ocho pequeños proyectiles
de 6,35 mm. Pero no recolectaba información, no roba secretos de Estado ni
debía enfrentar los riesgos de transmitirla clandestinamente a sus jefes.
Los
auténticos agentes de inteligencia no recorren el mundo llamando la atención
con sus lujosos autos descapotables, no seducen bellas mujeres que parecen
salidas de las tapas de la revista Playboy. Tampoco beben los anticuados
Martini con vodka (mezclado, no agitado) en los bares más glamurosos del
planeta.
Los
espías reales suelen adoptar el perfil de oscuros burócratas, llevan una
existencia precaria, agónica, gris y anodina. Aunque también hay excepciones
donde realidad y ficción se funden en una sola. Aldrich Ames, el funcionario de
contrainteligencia de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos,
que trabajo más de una década como doble agente para los rusos y delato a una decena
de agentes operativos y colaboradores al servicio de los estadounidenses a sus
jefes en Moscú, era un alcohólico que hacía ostentación de un nivel de gastos
muy por encima de sus ingresos.
Ames
había adquirido una propiedad en Arlington, estado de Virginia, por valor de
cuatrocientos mil dólares pagándola al contado. Sus facturas de teléfono
sumaban seis mil dólares mensuales debido a las comunicaciones internacionales
que su esposa colombiana realizaba a Bogotá, vestía con ropas caras de marca y
confeccionadas a medida que sus colegas en la Agencia no podían costearse. Para
colmo de males concurría todos los días al trabajo conduciendo un automóvil
descapotable Jaguar que valía más de su sueldo anual de sesenta mil dólares.
No
obstante, esas excentricidades de Ames que debían haber despertado las sospechas
de su superiores, Ames fue finalmente capturado no por sus errores y
despilfarros sino por datos provenientes del acceso que la CIA tuvo, en el
momento del quiebre de la URSS, sobre las cuentas en la banca suiza desde las
cuales el KGB giraba dinero a sus agentes y colaboradores en el extranjero.
Pero,
en realidad el caso de Ames es la excepción que confirma la regla. Los espías
más exitosos tratan de no llamar la atención porque su actividad debe
desarrollarse en las sombras. Tal el caso de, la estadounidense de origen
portorriqueño Ana Belén Montes, analista superior de inteligencia de la Agencia
de Inteligencia de Defensa (DIA) que suministró a la inteligencia cubana
información clasificada del Pentágono y de operaciones de inteligencia estadounidenses
en el Caribe desde 1984 hasta su detención en 2001.
Montes
era inteligente, callada y discreta, no tenía amigos íntimos ni relaciones de
pareja conocidas. Con sus colegas mantenía un trato cordial pero distante,
nadie, ni siquiera su familia, traspasaba el muro de su intimidad. Su trabajo
en la inteligencia para defensa parecía ser su único objeto en vida. Por su
conocimiento del régimen cubano se había ganado, en la comunidad de
inteligencia estadounidenses, el mote “la Reina de Cuba”. Aunque en realidad
formaba parte de la organización de espionaje cubano en Estados Unidos conocido
como “la Red Avispa”.
James
Bond es una fantasiosa creación literaria inventada por un ex agente de
inteligencia que operó en las particulares condiciones de la Segunda Guerra
Mundial y que en realidad sabía poco del trabajo de campo que desarrollaban los
agentes operativos y espías, tal como se aprecia cuando describe el armamento y
equipo que emplea el 007 para enfrentar al villano de turno.
Más
cercano a la realidad es el personaje creado por otro agente de inteligencia
británico devenido en escritor de ficción, David John Moore Cornwell, más
conocido por su seudónimo literario de John Le Carré, el agente del MI 6,
George Smiley.
Smiley
constituye la antítesis de James Bond. El personaje es un antiguo profesor de
lingüística de mediana edad a quien las circunstancias convirtieron en un oscuro
espía cerebral, obsesionado por descubrir a los agentes dobles que prosperan
dentro del MI 6. No emplea armas, no sabe ni pretende pelear físicamente con
sus enemigos y es un fracaso con las mujeres. Smiley parece siempre estar
embargado por una profunda tristeza, añora el tiempo en que el Reino Unido era
una potencia hegemónica, cuando El Imperio regía sobre los mares. Sus colegas
lo desprecian, sus superiores lo relegan frente a rivales con mejores
vinculaciones sociales y encanto personal, hasta su promiscua esposa lo
traiciona, sin molestarse en ocultarlo, con amigos y rivales.
Smiley
es un escéptico. Un curtido veterano de la Guerra Fría que tiene muy en claro
que en las batallas de inteligencia no hay ni vencedores ni vencidos. Cuando
por fin logra desenmascarar al “topo” que los soviéticos han instalado
en el MI 6, su archienemigo “Karla”, sus colegas le dicen a Smiley que
ha ganado, entonces el viejo espía responde con enorme descreimiento tan sólo: “sí,
seguramente sí”.
LAS
PIEZAS DEL ENGRANAJE
Los
agentes de infiltración prolongada, más conocidos como “topos” o “dobles
agentes”, no suelen operar solos, sino que cuentas con redes de apoyo.
Agentes que los controlan o “manipulan”, pagan sus servicios, recogen
sus informes y los contiene emocionalmente. Reciben también el apoyo de equipos
de analistas dedicados a procesar la información que suministran y orientan sus
búsquedas de nuevos datos.
Ana
Belén Montes, como hemos dicho, formaba parte de la “Red Avispa” una
organización de espionaje cubano en los Estados Unidos que integraban otros 26
agentes de La Habana.
Los
llamados “espías atómicos”, que operaron en los Estados Unidos en la
década de 1940, constituían una extensa red de agentes de diversa nacionalidad
encargados de transmitir a los soviéticos los secretos de fabricación de las
armas nucleares.
Entre
los que fueron identificados se encuentran
-
Klaus Fuchs: físico teórico refugiado judeo-alemán que trabajo
en el Proyecto Manhattan, como parte de la delegación británica en Los Álamos.
Eventualmente descubierto, confesó y fue sentenciado a la cárcel en el Reino
Unido. Posteriormente fue liberado y emigró a Alemania del Este donde terminó
sus días como profesor universitario.
-
Theodore Hall: físico estadounidense que trabajó en Los Álamos.
Su identidad como espía no fue revelada hasta muchos años después. Nunca fue
arrestado en relación con sus actividades de espionaje, aunque al final de su
vida confesó sus actividades a familiares y periodistas.
-
David Greenglass: un operador mecánico estadounidense que
trabajo en Los Álamos confesó haber entregado información a los soviéticos a
través de su hermana y su cuñado (los Rosenberg). Fue sentenciado a una larga
condena de prisión.
-
George Koval: un estadounidense hijo de emigrantes bielorrusos.
En su juventud regresó a la URSS donde primero ingresó al Ejército Rojo y luego
al GRU. Durante la Segunda Guerra Mundial se incorporó al Ejército de los
Estados Unidos y se desempeño como radioperador en el Special Engineering
Detachment. Actuaba bajo el nombre en código de “Delmar” y logró
obtener información de Oak Ridge y del proyecto Dayton sobre el detonador “Urchin”
utilizado en la bomba de plutonio conocida como “Fat Man”. Su actividad
como espía no fue conocida en los Estados Unidos hasta que, en 2007, se le
entregó a título póstumo la condecoración de “Héroe de la Federación Rusa”
por el presidente Vladimir Putin.
-
Ethel y Julius Rosenberg: un matrimonio judeo – estadounidense
involucrados en la coordinación y reclutamiento. Los Rosenberg rehusaron
confesar cargos y fueron sentenciados y ejecutados en el penal de Sing – Sing.
Ambos recibieron póstumamente la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”.
-
Harry Gold: un estadounidense que confesó haber actuado como
correo para Greenglass y Fuchs.
-
Morris y Lona Cohen: estaban a cargo de una red que incluía
ingenieros y técnicos en municiones en plantas de aviación, en el área de Nueva
York. Fueron los encargados de reclutar a Ethel y Julius Rosenberg, también se
desempeñaron como correos de Fuchs y Greenglass pasando sus informes al consulado
soviético en Nueva York. Después de la detención de Fuchs, en 1950, huyeron a
Moscú. En 1954 ambos reaparecieron en Londres con los nombres ficticios de
Helen y Peter Kroger, con pasaportes neozelandeses falsificados. Trabajaron con
el notable agente soviético Konon Molody (alias Gordon Lonsdale). Luego Morris
se convirtió también en el residente soviético en Gran Bretaña. Detenidos en
1961, fueron condenados a veinte años de cárcel, pero en 1969 fueron
intercambiados por el súbdito británico Gerald Brooke. De regreso a Moscú
recibieron la “Orden de la Bandera Roja”, la “Orden de la Amistad de
las Naciones” y la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”.
Probablemente el jefe de
la red haya sido Vilyan Guénrijovich Fischer (1903 – 1971), conocido en los
Estados Unidos como el coronel Rudolf Ivánovich Ábel. El residente de la
KGB soviética en los Estados Unidos detenido en Nueva York el 17 de junio de
1957 e intercambiado por el piloto estadounidense del avión espía U-2, Francis
Gary Powers, el 10 de febrero de 1962, en el puente berlinés de Glienicke, en
la localidad de Potsdam. Fischer fue condecorado con la “Orden de Lenin”.
En
ocasiones sus controladores se ocupan de ayudar a los agentes dobles a su
servicio a ascender en sus carreras hasta posiciones de jefatura, proporcionándoles
“comida para pollos”. El teniente coronel de la KGB, Oleg Gordievsky se
convirtió en “residente” – jefe- de su organismo en Londres, porque los
británicos se encargaron de expulsar sistemáticamente al residente anterior y a
su adjunto evitando la acreditación de nuevos “diplomáticos” soviéticos
en el Reino Unido. En esta forma, sus jefes en el Kremlin se vieron forzados a
ascenderlo a la posición de “residente” al no poder enviar un nuevo
jefe.
La
inteligencia castrista hizo algo similar para promover la carrera de Ana Belén
Montes, le suministro importante información sobre miembros del gobierno de
Cuba (comida para pollos) como para que se ganara el respeto y aprecio de toda
la comunidad de inteligencia estadounidense. En esa forma, su agente infiltrado
pronto tuvo el conocimiento de todas las operaciones que se organizaban contra
la Isla y de los agentes y desertores que trabajaban para los estadounidenses.
Una muy buena inversión.
Los
agentes de contrainteligencia dedicados a perseguir y capturar a los espías
extranjeros y, especialmente, a los dobles agentes se preguntan con frecuencia
cuales son los motivos que llevan a una persona a un agente entrenado a
traicionar a su país o a sus amigos y colegas.
Desgraciadamente
para los “cazadores de espías” no existe una causa única sino múltiples
motivaciones: patriotismo, convicción ideológica, ambición económica,
frustración profesional por supuestos agravios inferidos a su ego: falta de
reconocimiento, postergación en los ascensos, etc.; deseos de aventura…
En la
mayoría de los casos los agentes que luego de convierten en “agentes dobles”
lo hacen por estricta necesidad, o bien son sorprendidos cometiendo espionaje o
cometen algún desliz sexual, se endeudan, adquieren adicciones que los hacen
vulnerables a ser reclutados por chantaje.
Oleg
Gordievsky, por ejemplo, fue reclutado por el agente británico Richard
Bromhead, en su primera asignación en el extranjero, en Copenhague, Dinamarca,
luego de cierta indiscreción alcohólica y sexual.
Un
agente que inicialmente colabora forzadamente con el enemigo porque es
reclutado por chantaje es de inmediato generosamente recompensado por su
traición. Al aceptar dinero de sus enemigos a cambio de información, el espía
entra en un camino sin retorno. Además, el dinero fácil termina por acallar su
conciencia y le proporciona nuevos incentivos para continuar traicionando a su
país.
Sus
reclutadores y manipuladores pronto el aseguran un destino dorado para el
momento en que sea necesario o decida retirarse. Un lugar protegido donde
terminar su vida, honores, más dinero y hasta un nuevo empleo en el servicio de
inteligencia al que realmente ha estado sirviendo.
No
obstante, son pocos los espías que después de traicionar a su país encuentran
las recompensas que les prometieron su nuevos jefes. La mayoría de ellos
terminan sus días olvidados, siempre ocultándose y con temor a la venganza de
sus antiguos jefes. Venganzas que, como veremos, en muchas ocasiones se
concretan.
Los
espías británicos al servicio de la Unión Soviética, que formaban la red
conocida como “Los cinco de Cambridge”: Kim Philby, Donald Maclean, Guy
Burguess, Anthony Blunt y John Caimcross, luego de desertar encontraron que su
exilio moscovita no era todo lo “dorado” que había soñado.
Harold
Adrian Russell “Kim” Phillby (1912 – 1988) por ejemplo nunca vistió el
uniforme de coronel del KGB que le habían prometido, pronto descubrió que era
en realidad un miembro del KGB sino tan solo el “agente Tom”. Las seis
importantes condecoraciones que recibió, incluida la “Orden de Lenin”,
le sirvieron de escaso consuelo. Pronto de convirtió en un alcohólico perdido
que destruyó su matrimonio. Sus amigos “chequistas”, para contenerlo
mejor pronto le consiguieron una nueva “esposa” rusa y ocasionalmente lo
empleaban como conferenciante de los nuevos agentes soviéticos destinados a
operar clandestinamente en países de Occidente.
Algunos
traidores han tenido una peor suerte, condenados a muerte in absentia, sufrieron
brutales intentos de terminar con su vida. El podpolkovnik (teniente
coronel) Aleksander Válterovich Litvinenko del FSB – Federálnaya sluzhba
bezopásnosti Rosíysoi Federatssi- la agencia de contraespionaje y seguridad de
Rusia, que tras desertar vivía oculto en el Reino Unido, fue víctima de un
envenenamiento con polonio 210 radiactivo que terminó con su vida 23 de
noviembre de 2006.
Otro
fueron desertores rusos fueron un poco más afortunados. Oleg Gordievski sufrió
un intento de envenenamiento, con medicamentos adulterados, el 2 de noviembre
de 2007, del que sobrevivió después de estar treinta cuatro horas inconsciente.
El desertor ruso al servicio del MI6, el coronel Serguei Skripal, un antiguo
coronel del GRU -Glávnoye Razvédytelnoye Upravlenie o Departamento
Central de Inteligencia-, la rama de inteligencia militar de Rusia, que vivía
en el Reino Unido, sufrió un atentado efectuado por agentes rusos con gas neurotóxico.
Skripal
era agente británico desde su reclutamiento en España en 1993. En 1999 pasó a
retiro y comenzó a trabajar en el ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia.
En diciembre de 2004, Skirpal fue arrestado frente a su casa en el distrito
moscovita de Kryaltskoye, poco después de regresar del Reino Unido. En agosto
de 2006, fue procesado en virtud del artículo 275 del Código Penal ruso por
alta traición en forma de espionaje, por el Tribunal Militar Regional de Moscú
en un juicio celebrado a puertas cerradas. Skripal fue sentenciado a trece años
de prisión a cumplir en un centro de detención de máxima seguridad, además se
le despojó de su rango militar y sus condecoraciones.
Tras
haber cumplido la mitad de su condena, el 8 de julio de 2010, fue amnistiado
por el entonces presidente ruso Dmitri Medvédev e intercambiado, junto a otros
tres rusos capturados mientras realizaban tareas de espionaje para Occidente,
en un intercambio de espías que incluyó a diez agentes rusos arrestados en los
Estados Unidos.
El intercambio de agentes, el mayor
desde el fin de la Guerra Fría se llevó a cabo en Schewechat,
el aeropuerto internacional de la ciudad de Viena. Entre los diez espías rusos
liberados se encontraba la glamorosa Anya Kushenko, Anna Chapman o, como la
denominó la prensa occidental, “la agente 90 – 60 – 90”. Detenida,
el 27 de junio de 2010, por el FBI junto a otros nueve agentes rusos.
Skirpal inició una nueva vida en el
Reino Unido, siempre trabajando para la inteligencia británica. Se mudo a
Salisbury, Wiltshire, donde compró una casa en 2011.
El 4 de marzo de 2018, Serguei
Skripal de 66 años y su hija Yulia, de 33, quien visitaba a su padre en el
Reino Unidos, fueron encontrados inconscientes sentados en un banco público
cerca de un centro comercial de Salisbury por un médico y una enfermera que
pasaban por allí y alertaron a las autoridades. Remitidos al Hospital del
Distrito de Salisbury se determinó que los rusos habían sido envenenados con un
agente neurotóxico. Al menos 21 miembros de los servicios de emergencia,
policías y ciudadanos comunes que paseaban por el lugar sufrieron lesiones de
distinta consideración por efectos del tóxico.
El 12 de marzo de 2018, la primera
ministra Theresa May identificó el agente nervioso utilizado en el ataque como
el agente Novichok de fabricación rusa y exigió una explicación al Kremlin. Dos
días después, May dispuso la expulsión del Reino Unido de 23 “diplomáticos”
rusos declarado “persona non grata” en respuesta al ataque sufrido por
Skirpal y su hija. Se trató de la expulsión más numerosa de diplomáticos en
treinta años en el Reino Unido.
Después de permanecer internada
durante tres semanas en estado crítico, Yulia recuperó el conocimiento y pudo
hablar. Fue dada de alta el 10 de abril de 2018. Serguei tardó mucho más en responder
al tratamiento médico pero, finalmente, el 18 de mayor de 2018 pudo dejar el
hospital.
Como puede apreciarse las actividades
de inteligencia encierran un mundo de secretos donde las traiciones y las
venganzas están a la orden del día y del cual la mayoría de las personas que se
interesan por este tema tienen muy poco conocimiento real. Recordemos que los
mejores espías son aquellos que nunca han sido identificados y cuyos secretos
aún están por ser revelados.
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