Después
de más de un mes de continuas protestas callejeras en régimen argelino comienza
a dar señales de buscar una salida negociada a la crisis de gobernabilidad
desplazando al anciano y enfermo presidente Abdelaziz Bouteflika pero
intentando mantener el statu quo.
Las “primaveras árabes”, que se iniciaron en
2011, tuvieron mal final. En la mayoría de los casos de demandas de democracia
y mayores libertades individuales derivaron en anarquía, caos y cruentas
guerras civiles (Libia y Siria) o dieron paso a regímenes aún más represivos
que aquellos a los que se proponían derribar, como ocurrió en Egipto con el
general Abdelfatah Al Sisi.
Los
argelinos tienen muy presente esta realidad como así también la dura
experiencia del “decenio negro” (1991
– 2002) cuando los enfrentamientos entre el Ejército y los islamistas dejó un
saldo de al menos doscientos mil muertos y desaparecidos y un número mucho
mayor de torturados, encarcelados, desplazados o exiliados.
Por lo
tanto, los manifestantes han extremado sus cuidados para que las protestas no
deriven en violencia. También evitaron cualquier vinculación con los partidos y
grupos políticos, en especial con los islamistas. Una de las consignas más
coreadas es muy ilustrativa al respecto: “No
queremos ni barbudos (islamistas) ni
kamis (sus túnicas) ni policías.”
La guerra civil dejó un trauma en la sociedad argelina que no va a facilitar el
regreso de los islamistas al poder. Por otra parte, hoy los islamistas se
encuentran divididos, desacreditados y carecen de líderes influyentes.
El
régimen también ha moderado el empleo de la fuerza limitándose a controlar las
manifestaciones sin intentar impedirlas ni reprimirlas. Pareciera que el
régimen argelino trata por todos los medios de evitar que la crisis de
gobernabilidad se internacionalice.
Argel
intenta evitar la suerte de las dictaduras latinoamericanas, con quienes por
otra parte mantiene fluidos vínculos, que actualmente enfrentan protestas
similares: la Venezuela chavista de Nicolás Maduro y la Nicaragua del
comandante sandinista Daniel Ortega.
Los
dirigentes argelinos temen que si se agrava el conflicto las potencias
occidentales apliquen a su país sanciones diplomáticas o económicas que limiten
sus viajes y estadías europeas o bloqueen los fondos que tienen depositados en
Europa y en diversos paraísos fiscales.
Además,
saben que cualquier sanción económica terminaría por impactar también en la
tambaleante economía del país magrebí absolutamente dependiente de sus
exportaciones del petróleo y gas.
Es por
lo que el gobierno y la oposición callejera no tienen interés en que se llegue
a una confrontación abierta y violenta. Es por lo que desde el estallido de la
crisis el régimen ha estado retrocediendo lenta y gradualmente al hacer
concesiones y buscar una negociación que calme los ánimos.
Primero
debió aceptar las protestas callejeras aunque formalmente se encuentran
prohibidas desde 2001. Luego trajo de regreso al presidente Abdelaziz
Bouteflika, interrumpiendo su tratamiento en Suiza, para que renunciara a
competir en las elecciones de abril por un quinto mandato, el pasado 13 de
marzo.
Al
mismo tiempo suspendió sin fecha los comicios presidenciales. La renuncia
encubría un intento de producir una transición supervisada por Bouteflika -que
prolongaría de hecho más allá de las previsiones constitucionales la duración
de su cuarto mandato- y tutelada por figuras vinculadas al régimen.
Era
una suerte de “autogolpe” destinado a
ganar tiempo y asegurar el control del proceso, de sus participantes y del
cronograma del proceso de transición.
En
este sentido la convocatoria a una “Conferencia
Nacional”, y no a una “Asamblea
Constituyente”, hacía difícil que pudiera garantizar la inclusión y
representatividad necesaria para la construcción del nuevo marco institucional
y político reclamado por el movimiento ciudadano argelino.
Pero,
los argelinos después de años de temor y obediente resignación estaban artos y
no toleraban más las maniobras dilatorias del régimen por lo que mantuvieron la
presión en las calles.
Fue
entonces cuando, acorralado, el régimen argelino se vio forzado a descartar al
anciano y enfermo Bouteflika para apaciguar las protestas.
El
martes 25, el jefe de Estado Mayor del Ejército y viceministro de Defensa, el
general Ahmed Gaid Salah, hasta entonces uno de los más firmes apoyos de
Bouteflika, ha proclamado la necesidad de aplicar el artículo 102 de la
Constitución que permite declarar incapacitado para seguir ejerciendo el cargo
al presidente por motivos de salud. En un discurso transmitido por la
televisión pública, el alto funcionario militar ha reivindicado el carácter
pacífico de las protestas, “que
demuestran la grandeza del pueblo argelino, su conciencia y madurez”, pero
no sin destacar que esas movilizaciones podrían ser “explotadas” por sectores
“maliciosos y hostiles”, “de dentro y
fuera del país”, que “usan maniobras
dudosas para atacar la estabilidad” de Argelia.
En
este sentido, el jefe del Ejército ha dicho que para evitar que el país caiga
en “una situación incierta” hay que
defender los “intereses supremos” de
Argelia y buscar una solución “a la crisis” dentro del “marco institucional”, que es la “única garantía para la preservación de una situación política estable”.
“En este contexto, se hace necesario,
incluso imperativo, adoptar una solución para salir de la crisis que responda a
las legítimas demandas del pueblo argelino y que garantice el respeto de la
Constitución y al mantenimiento de la soberanía del Estado”, ha
argumentado.
Al día
siguiente, otro connotado personero del régimen Ahmed Ouyahia, presidente del
cogobernante partido Agrupación Nacional Democrática (RND), y primer ministro
durante veinte años hasta su destitución el pasado 11 de marzo, se sumó al
planteo reclamando la dimisión del presiden Bouteflika.
De
aprobarse ese curso de acción los pasos iniciales comprenderían la siguiente
hoja de ruta:
Se
reuniría el Consejo Nacional o el Consejo Constitucional para valorar la
propuesta de aplicar el artículo 102 de la Constitución, que estipula que: “En caso de que el presidente de la
República; por causa de enfermedad grave y duradera, esté totalmente
imposibilitado para ejercer las funciones de su cargo, deberá reunirse el
Consejo Constitucional y, una vez comprobada por todos los medios adecuados
esta realidad, debe proponer por unanimidad al Parlamento declarar el estado de
impedimento.”
Tanto
en la Cámara de Diputados como en el Senado deben aprobar por una mayoría
cualificada de dos tercios la aplicación del artículo 102 y la inhabilitación
del presidente por un período de 45 días durante el cual la jefatura del Estado
quedará en manos del presidente del Consejo Constitucional, Abdelkader
Bensalah.
Pasado
los 45 días previstos por la ley, y si la incapacidad persiste, el Consejo
Constitucional debe volver a reunirse para declarar la “vacante del poder” y pedir a las cámaras la apertura del periodo
de transición definitivo.
Recibida
la solicitud, el plenario del Senado y de la Cámara baja deben volver a
reunirse y aprobar la puesta en marcha finalmente del artículo 104 de la
Constitución, que cede el poder al presidente del Consejo Constitucional, quien
debe convocar en 90 días a nuevas elecciones presidenciales a las que el mismo
no puede presentarse.
De
esta forma la figura clave del proceso de transición pasa a ser Abdelkader
Bensalah, un político de la “generación de los liberadores” quien, con sus 77
años, es un personaje controvertido para una parte de los argelinos ya que, al
igual que Bouteflika, nació en una zona difusa de la frontera colonial entre
Argelia y Marruecos, asignada a este último país en época del Protectorado
francés.
Su apariencia
de burócrata gris y sus modales -casi siempre- ajustados, no le han impedido
convertirse en una figura incombustible, mucho menos visible que la del
presidente Abdelaziz Bouteflika. Pero no de menor impacto en los recovecos del
régimen. Los manifestantes que protestan contra el régimen lo conocen muy bien y
no lo olvidan en sus cánticos y pancartas, donde siempre expresan su repudió
hacia él.
No
obstante, aún queda por verse si finalmente el llamamiento de los militares se
impone y el régimen apela a la aplicación del artículo 102 o esta intempestiva
declaración es tan sólo otra más de las maniobras dilatorias.
Quienes,
por estos días, están siguiendo con particular preocupación los movimientos en
la cúpula del poder argelino, son los dirigentes del Frente Polisario que ven
como sus apoyos políticos y económicos amenazan con esfumarse a breve plazo.
Un
nuevo gobierno argelino puede verse tentado a no seguir invirtiendo dinero y
esfuerzos políticos para defender la causa de los separatistas. También puede
buscar reducir las tensiones con Marruecos que fuerza a Argel a sostener una
costosa carrera armamentista y frena la integración y el desarrollo del Magreb.
Argelia
podría terminar aceptando una solución realista para el Conflicto del Sáhara. Tal
como propone Marruecos a través de la Iniciativa para la Negociación de un
Estatuto de Autonomía en esa región.
En
cualquiera de estos casos, los separatistas polisarios pueden terminar convirtiéndose
en una moneda de cambio entre Argel y Rabat.
Por
otra parte, uno de los principales apoyos del Polisario en América Latina,
junto con Cuba, la Venezuela chavista no pasa por un buen momento y debe emplear
todos sus recursos económicos, políticos y diplomáticos para sobrevivir y no le
sobra nada para sostener a un grupo parasitario y actualmente sin ningún peso
internacional como son los separatistas del Polisario.
En
otras palabras, el fin de Bouteflika puede ser también el principio del fin
para el Frente Polisario.
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