Tras
veinte días de protestas callejeras el gobierno de Abdelaziz Bouteflika ha
suspendido sin fecha las elecciones presidenciales de abril.
Nadie
bien informado puede ignorar que Argelia no es una auténtica democracia sino un
sistema opaco que no respeta ni su propia Constitución ni su sistema jurídico.
Un
régimen antidemocrático y autoritario que solo tolera una discrepancia política
suave, pero nada que realmente amenace su hegemonía.
Argelia
es un país donde la prensa es sometida a diario a una férrea censura y los jóvenes
blogueros que satirizan al presidente son condenados a largas sentencias de
cárcel. Incluso los médicos que se atrevieron a reclamar por la falta de
inversiones en la sanidad pública fueron duramente represaliados y cuatro mil
de ellos optaron por marcharse del país.
Desde
su independencia de Francia en 1962, en tiempos de la Guerra Fría, el coloso
del Magreb se convirtió en un país socialista con fuertes vínculos con el
Bloque Soviético.
En los
últimos veinte años, Argelia ha sido gobernada por el mismo hombre Abdelaziz
Bouteflika, un político proveniente de las filas del hegemónico Frente de
Liberación Nacional que acostumbra “ganar”
las elecciones por más del 80% de los votos.
El
problema es que Bouteflika hoy tiene 82 años y está seriamente discapacitado
desde que, en 2013, un accidente cerebro vascular lo confinó a una silla de
ruedas.
Desde
entonces el anciano presidente no pronuncia discursos, no aparee en público y
el pueblo solo lo conoce por antiguas fotografías estáticas. Bouteflika tampoco
asiste a cumbre internacionales de primeros mandatarios ni recibe a los jefes
de gobierno que visitan su país.
El
verdadero poder reside en un oscuro entramado de clanes encabezados por el
hermano menor del presidente, Said Bouteflika, el Ejército representado por el
Jefe de Estado Mayor, Ahmed Gaid Salah, un general de 79 años, y un grupo de poderosos
empresarios que monopolizan los grandes negocios argelinos.
En los
últimos años, los problemas de gobernabilidad en Argelia no sólo se originan en
la vejez y precaria salud del presidente, sino también en una economía
dependiente en un 95% de las exportaciones de gas y petróleo a Europa afectadas
por el fuerte descenso internacional de estos productos.
El hartazgo
ante el estancamiento económico pronto comenzó a invadir a los jóvenes ante la
falta de trabajo y oportunidades de crecimiento personal.
Para
ellos las opciones se reducían a la resignación, el exilio o la rebelión.
Durante años la presión invisible del régimen forzó la paciencia y los más
disconformes optaron por buscar un mejor destino en Europa. Ahora las cosas han
comenzado a cambiar y el gobierno se muestra impotente para controlar el
descontento.
En
enero el gobierno anunció elecciones presidenciales para el 18 de abril de este
año. Desde hacia meses los cánticos contra el gobierno eran frecuentes en los
estadios de futbol, pero el 22 de febrero la protesta llegó a las calles, dos días
antes que Bouteflika fuera trasladado a Ginebra “para un tratamiento de rutina”, se suspendiera la inauguración del
nuevo aeropuerto en Argel y el anciano presidente anunciara la postulación para
un quinto mandato consecutivo.
Las
protestas de los viernes, convocadas por las redes sociales, sin líderes
evidentes ni organizaciones políticas de sostén, fueron haciéndose cada más
multitudinarias y se expandieron hacia las principales ciudades argelinas.
Para
contenerlas el gobierno suspendió las clases en colegios y universidades intentando
desmovilizar a los estudiantes. Pero fue inútil, la protesta del pasado viernes
8 de marzo fue particularmente masiva.
Impotente,
el gobierno respondió trayendo de regreso a Bouteflika para anunciar que
retiraba su postulación. Además, violando la constitución el régimen decidió
suspender los comicios presidenciales sin fecha. En un acto que en la práctica
constituye un auténtico golpe de Estado.
Para
justificar la medida el gobierno anunció la convocatoria a una conferencia nacional
“inclusiva e independiente” presidida
por una “personalidad independiente,
consensual y experimentada” que será responsable de conducir este proceso.
Pero no proporcionó ni un calendario ni una “hoja
de ruta” para el desarrollo de este supuesto proceso democratizador.
Esto
ha hecho pensar a la oposición en calles que el gobierno tan sólo intenta ganar
tiempo hasta que comience el mes de Ramadán a fines de abril para encontrar un
candidato alternativo a Bouteflika, que preserve el statu quo entre los grupos
dirigentes, y, al mismo tiempo, “planchar” las demandas de cambios profundos.
Por lo
cual, la oposición está convocando a una nueva y aún más masiva jornada de
protesta para el próximo viernes 15 de marzo.
La
pregunta es si el régimen aceptará las demandas de una transición democrática
ordenada o intentará ahogar las protestas con una violenta represión como hizo
con los islamistas en la década del noventa.
Por el
momento, nadie sabe con certeza como evolucionará la situación en el país más
grande y más poblado del Magreb.
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