jueves, 31 de enero de 2019

ELECCIONES PRESIDENCIALES EN ARGELIA



En menos de 90 días la República Argelina Democrática y Popular llevará a cabo elecciones presidenciales sin que por el momento se sepa si el anciano presidente Abdelaziz Bouteflika, de 81 años y afectado por un serio accidente cerebro vascular, se presentará a un quinto mandato consecutivo.

UNA NACIÓN EN SILLA DE RUEDAS

El próximo 19 de abril los argelinos concurrirán a las urnas para designar a un nuevo presidente o reelegir por quinta vez consecutiva al anciano Abdelaziz Bouteflika, confinado a una silla de ruedas desde 2013, cuando un derrame cerebral lo dejó sin habla y seriamente limitado, por quinta vez consecutiva.

Pese a que la Constitución de Argelia, reformada en 2011, establece un máximo de dos períodos presidenciales de cinco años cada uno, el presidente Bouteflika ha gobernado a Argelia en forma ininterrumpida durante los últimos veinte años. Como el 40% de los cuarenta y un millones de habitantes de Argelia tiene menos de 25 años, muchos de ellos no han conocido otro líder que el anciano mandatario. Según un estudio independiente, el 95,4% de los jóvenes de entre 15 y 29 años no pertenece a ningún partido político, el 95,8 a ningún movimiento religioso y el 80% de los jóvenes que participaron en la encuesta no tiene ningún tipo de afiliación.

La falta de interés de la juventud por el ámbito de la participación política a través de las vías tradicionales, por los partidos o el tejido asociativo, se debe en gran medida la falta de credibilidad y de legitimidad de estos últimos, que están especialmente expuestos a las estrategias insidiosas de cooptación y de división del poder, que han acabado finalmente por neutralizar su capacidad de movilización de la sociedad y de los jóvenes en particular.

Las estructuras tradicionales, los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad argelina conocen mal a esta nueva generación, atrapada entre la autoridad institucional y parental que limita su autonomía y su iniciativa y que, al mismo tiempo, está fragmentada y conectada con el mundo exterior a través de las redes sociales.

La situación política está paralizada y el inmovilismo del sistema sólo se ve alterado por las rivalidades internas que pueden surgir sobre la forma de mantener el sistema de poder y el reparto de los ingresos entre los diferentes clanes de la oligarquía político militar y económica.

De hecho, hasta el momento, los militares (el Estado Mayor y la Dirección de los Servicios de Seguridad) y otros círculos próximos al poder han mantenido una cohesión interna cuyo objetivo unificador es preservar el sistema actual y el control sobre las principales riquezas del país según la forma de funcionamiento clásica del Estado depredador.

Argelia ocupa el lugar 105, de entre 176 países, en el índice de percepción de la corrupción de 2018 de la ONG Transparencia Internacional.

Con este trasfondo de corrupción y ante la perspectiva de que los ingresos petroleros disminuyan progresivamente, las divergencias en el seno del poder han aumentado e incluso se hicieron públicas en cuanto a una nueva candidatura del enfermo y anciano Bouteflika, o de alguno de sus hermanos Said o Nazer, y la sospechas de corrupción que afectan al círculo presidencial y al ministro de Energía, Chakib Jelil.

LA PURGA PERMANENTE

El antiguo miembro del Departament du Renseignement et de la Sécurite, el temido DRS, estaba en el centro de la lucha contra la corrupción. Pero, a partir de 2013 pasó a estar en el centro de las remodelaciones que afectaron al sector de la seguridad e inteligencia en Argelia, lo que finalmente llevó a su desmembramiento y a la dimisión y ostracismo de su jefe, el siniestro general Mohamed Médiene, alias “Tufik”, quien estuvo veinticinco años al frente de la inteligencia argelina

La DRS fue sustituid por un nuevo organismo con menos facultades, la Direction des Services de Sécurite (DSS), dirigida inicialmente por el general mayor Athmane Tartag, alias “Bachir”. La caída en desgracia de Médiene fue acompañada con el pase a retiro de doce generales y un coronel que cumplían funciones en la disuelta DRS.

El pasado 10 de octubre, Tartag, a su vez fue reemplazado por Anis Rahmani, luego de un escándalo por la detención ilegal del periodista Smail Djerbal, perteneciente a alg24.net del grupo de medios Ennahar. Presuntamente el periodista fue autor de un artículo sobre el general Tartag que molestó al jefe del contraespionaje argelino.

Los movimientos en la cúpula militar no fueron únicamente esos. En junio de 2018, perdieron su cargo el Director de Seguridad Nacional, general mayor Abdelghani Hamel, el 22 de agosto, Bouteflika desplazó al Director General de la Central se Seguridad de las Fuerzas Armadas (DCSA), el general mayor Mohamed Tiréche, conocido como “Lakhdar”, y al general Boumediene Benattou, Inspector General de las Fuerzas Armadas, que fue sustituido por el antiguo director de la Central de la Intendencia, general mayor Hadji Zerhouni.
Aunque siempre es difícil interpretar, por el carácter opaco del régimen argelino, el alcance político de estos cambios de hombres en la cúpula del poder, pero nada indica que los militares ya no ejerzan el poder y que el anciano y enfermo presidente haya logrado imponer el poder de los civiles sobre los militares.

En especial, porque la purga de funcionarios también alcanzó a los políticos civiles. El 24 de octubre pasado, octogenario presidente de la Asamblea Popular Nacional, Saïd Buhaya perdió su cargo a manos de Muad Buchareb, de 47 años. Un mes más tare, el 14 de noviembre, el nuevo hombre fuerte, Buchareb “por orden del presidente” Bouteflika destituyó al Secretario General del Frente de Liberación Nacional, el partido oficial, Yamel Uld Abbes, de 82 años. El cargo de Secretario General fue reemplazado por “un Directorio con una personalidad fuerte a la cabeza”, el propio Buchareb.

Inmediatamente, Buchareb se pronunció afirmando una nueva candidatura presidencial del enfermo Abdelaziz Bouteflika, en una suerte de “momificación en la presidencia”.   

El equilibro inestable entre los diferentes clanes en el poder, con el trasfondo del bloqueo de la sucesión del presidente Bouteflika, no favorece que se lleven a cabo las reformas necesarias para sacar al sistema político argelino del espiral que podría llevarlo al colapso.

El envejecimiento de la clase dirigente y la falta de una nueva élite independiente de este sistema de apropiación y reparto de los recursos del Estado, la falta visión política y económica, la pérdida de protagonismo internacional, etc. atentan contra una transición económica de Argelia hacia un nuevo modelo y la continua represión de las fuerzas vivas de la sociedad (el sector privado, el periodismo independiente, los intelectuales y artistas o simplemente los jóvenes) tampoco propician la aparición de un nuevo sistema de gobierno democrático capaz de sacar al país de este inevitable proceso de decadencia.

Los nuevos desafíos que plantean su entorno regional, la rivalidad latente con Marruecos por el Sáhara, los problemas de gobernabilidad y seguridad en países fronterizos como Túnez, Libia y Malí, que han originado la adopción de costosas medidas de protección (construcción de cercas perimetrales, cierre y vigilancia de las fronteras) que también suponen un costo adicional para el presupuesto del Estado. Es por ello, que la nueva Ley de Presupuesto de 2017, que efectuó recortes en el gasto fiscal no afecto al presupuesto de defensa que se mantuvo inalterable en torno de los 9.000 millones de euros.

CONCLUSIÓN

La aparente estabilidad del régimen argelino se ha convertido en engañosa seguridad para los gobiernos europeos. La combinación de factores que han permitido a Argelia mantener el statu quo -por ejemplo, la distribución de la renta petrolera para contener socialmente a la población y permitir la construcción de extensas redes clientelares o el efecto negativo que tuvieron las primaveras árabes en el resto del Norte de África y Siria- podría no tener un efecto prolongado ante el descontento y las frustraciones de una población joven cada vez más demandante.

La Europa Comunitaria, siempre preocupada por los problemas coyunturales que emanan de África, como el control de los flujos migratorios, la lucha contra las redes yihadistas y criminales, el aprovisionamiento de hidrocarburos, etc. apuestan a una estabilidad a corto plazo, aunque esta estrategia podría resultar perjudicial a largo plazo en la medida que sirve para asegurar la permanencia de un sistema inviable que en algún momento habrá de detonar.



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