sábado, 17 de noviembre de 2018

EL TERRORISMO ES SIEMPRE TERRORISMO




Tras los recientes intentos de atentados terroristas en Buenos Aires, un sector de la prensa se ha empeñado en denominar a sus autores como “jóvenes anarquistas” para protegerlos con una aureola de romanticismo idealista y encubrir el carácter criminal y potencialmente asesino de su accionar.

En una ocasión el general Juan D. Perón amonestó a los ocho diputados que pertenecían a la llamada Tendencia Revolucionaria del peronismo, es decir, al grupo terrorista Montoneros, y por tanto, se negaban a apoyar una reforma legislativa que endurecía las penas por este delito, después del cruento ataque a la Guarnición Militar de Azul, el 19 de enero de 1974.

En esa ocasión el entonces presidente de la Nación dijo claramente: “El crimen es crimen cualquiera sea el móvil que lo provoca.”

De igual forma, colocar artefactos explosivos para asesinar, destruir o intimidar a la población es un acto de terrorismo. Sea llevado a cabo por un “coche-bomba” armado por los narcotraficantes del Cartel de Cali, un artefacto detonado en un cuartel de la Guardia Civil Española por los separatistas vascos de la ETA, o un chaleco explosivo hecho estallar por un “lobo solitario” del Dáesh en un restaurante parisino o una bomba artesanal detonada por la estupidez de una pareja de anarquistas mientras se sacaban una selfi en un cementerio porteño.

Por lo tanto, Anahí Esperanza Salcedo, su pareja Hugo Alberto Rodríguez y Marco Viola son terroristas. No importan cual es la ideología que le sirve de escusa para llevar a cabo sus crímenes, eso es tan sólo un hecho secundario y carente de importancia.
El hecho realmente relevante es que los tres son “terroristas”, potencialmente asesinos y no “jóvenes idealistas” que rechazan al sistema capitalista.

Por qué Anahí Esperanza Salcedo se proponía destruir al Estado argentino comenzando por la tumba de un policía muerto hace 109 años. Lo curioso es que ese mismo Estado alimenta a sus hijas de ocho y diez años, pagándole la Asignación Universal por Hijo, las educa en escuelas públicas gratuitas y le brinda sin cargo atención médica en un hospital público donde sus médicos se esfuerzan por salvar su vida, la misma ella puso en peligro con sus conductas criminales.

Anahí Salcedo tiene 32 años nunca trabajó, siempre vivió en la marginalidad, no por necesidad sino por propia decisión y como producto de un entorno familiar disfuncional.
Sus padres se divorciaron cuando era una niña y de debió ser criada por sus abuelos. Su padre era adicto a las drogas y falleció por complicaciones vinculadas al HIV/SIDA hace varios años. Un hermanastro, hijo de su padre con otra mujer, fue también adicto a las drogas. A los 18 años fue preso por robo. Cumplió una condena de seis años de cárcel y poco tiempo después de ser liberado murió asesinado.

Su tía paterna, Carmen Salcedo fue candidata a intendente por el Frente para la Victoria y hoy es “asesora” de la Secretaría de Derechos Humanos del Partido de Tigre. Pero hay mucho más que decir de esa señora.

Carmen Liz Salcedo, o “La Negra” como era su “nombre de guerra” como militante de la rama sindical de la Columna Norte de la organización Montoneros. Luego fue Diputada Constituyente durante la reforma de la Constitución en 1995.

El tío de Carmen y tío abuelo de Anahí Esperanza, Edgardo de Jesús Salcedo era un experimentado terrorista que participó en septiembre de 1966 del llamado “Operativo Cóndor”, el desvió a las Islas Malvinas de un avión de Aerolíneas Argentina para hacer flamear una bandera argentina en las islas.

Edgardo de Jesús y su esposa Esperanza María Cacabelos, ambos militantes de Montoneros murieron en un tiroteo con la policía, en julio de 1976, en un edificio situado en las calles Oro y Santa Fe. En esa oportunidad resultaron gravemente heridos dos oficiales uno del Ejército y otro de la Policía Federal Argentina.

Es decir, que para Anahí Esperanza Salcedo, el terrorismo es algo así como una tradición familiar.

Tanto como hacer de la militancia política y el depender económicamente del Estado, intrusando viviendas y en la marginalidad, una forma de vida.
Eso no es idealismo ni política, es una peligrosa anomia social que no sólo la ha dañado a ella sino también a sus pequeñas hijas.

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