domingo, 29 de junio de 2025

Crisis de gobernabilidad en Kenia


 

Kenia atraviesa una de las crisis más graves de gobernabilidad de las últimas décadas. Lo que comenzó como una conmemoración del aniversario de las multitudinarias protestas de junio de 2024 ha desembocado en una espiral de violencia, represión y malestar social que amenaza con desbordar a un gobierno cada vez más cuestionado por su gestión política y económica.

El pasado 25 de junio, miles de personas —en su mayoría jóvenes— salieron nuevamente a las calles de Nairobi, Mombasa y otras grandes ciudades del país para recordar a los al menos 60 manifestantes asesinados un año atrás por la policía durante las protestas contra una ley de aumento de impuestos promovida por el presidente William Ruto. Esta vez, las cifras oficiales, recogidas por Amnistía Internacional, cifran en 16 los muertos por disparos de las fuerzas de seguridad y en más de 400 los heridos, 83 de ellos en estado grave.

El epicentro de las manifestaciones fue la capital, Nairobi, donde edificios gubernamentales y comercios fueron saqueados e incendiados. El Gobierno reaccionó con dureza: gases lacrimógenos, cañones de agua y un apagón informativo que incluyó la suspensión de transmisiones en directo y el bloqueo de redes sociales como Telegram y X. “Lo que ocurrió ayer no fue una manifestación. Fue terrorismo disfrazado de protesta”, declaró el ministro del Interior, Kipchumba Murkomen, quien incluso habló de un intento de golpe de Estado frustrado.

Pero detrás del estallido hay algo más profundo que simples actos vandálicos. Los manifestantes, que portaban pancartas con los nombres de los asesinados en 2024, reclamaban justicia por el reciente asesinato bajo custodia policial del bloguero Albert Ojwang, una figura popular entre la juventud keniana. Su muerte, atribuida a golpes recibidos durante el arresto, ha encendido aún más los ánimos.

Una generación sin futuro

Las protestas están lideradas por jóvenes de la Generación Z —nacidos entre mediados de los años noventa y la primera década de este siglo— que ven esfumarse las promesas de progreso que William Ruto les hizo durante la campaña de 2022. El desempleo juvenil supera el 30 %, la inflación se mantiene en torno al 8 % anual, y la deuda pública ya alcanza el 70 % del PIB. A esto se suma un Estado percibido como corrupto, ineficiente y represivo.

“La situación económica es insoportable. Nos prometieron trabajo, pero lo que tenemos es represión, impuestos imposibles y desapariciones forzadas”, denuncia Rodgers, un activista del Movimiento de Justicia Social. Para él, la lucha no es solo contra el alza de impuestos, sino contra “un sistema definido por el autoritarismo, la violencia policial, la dominación extranjera y la privatización de todos los bienes públicos”.

De la conmemoración al caos

Lo que comenzó como una vigilia pacífica acabó degenerando en una jornada de violencia que dejó una capital en ruinas. Comerciantes como Josephine Apondi han perdido todo: “Saqueadores robaron teléfonos y electrónicos por más de dos millones de chelines (U$S 20.000). Es algo en lo que hemos invertido toda la vida”, lamenta. Edificios emblemáticos como la Casa Musa, el más importante centro comercial y sede de empresas multinacionales sito en el centro de Nairobi, fueron reducidos a cenizas. Las protestas se extendieron a 27 de los 47 condados del país.

Amnistía Internacional ha denunciado ejecuciones extrajudiciales y el uso de munición real por parte de la policía. La Comisión de Derechos Humanos de Kenia ha exigido una investigación independiente, mientras que la ONU ha expresado su “profunda preocupación” por los abusos cometidos.

¿Un punto de no retorno?

La situación abre un horizonte incierto. William Ruto ha optado por endurecer el discurso y promete “mano dura” para evitar que “Kenia caiga en la anarquía”. Sin embargo, los analistas advierten que la represión solo puede radicalizar aún más a un movimiento que ha demostrado una notable capacidad de organización y articulación política desde abajo.

“La crisis en Kenia es política, económica y sistémica. Es una crisis de legitimidad”, asegura Rodgers. La desafección hacia las élites políticas tradicionales, la desigualdad creciente y la falta de horizontes han cristalizado en un movimiento intergeneracional que ya no teme enfrentarse al poder establecido.

La posibilidad de que el país, considerado durante años uno de los más estables del África subsahariana, se adentre en un ciclo de protestas incontrolables y represión violenta preocupa tanto a la comunidad internacional como a los actores económicos regionales. “El futuro inmediato dependerá de la capacidad del Gobierno para abrir canales de diálogo y de su voluntad de reformar un sistema cada vez más disfuncional”, sostiene Irungu Houghton, director de Amnistía Internacional en Kenia.

Por ahora, lo único claro es que la rabia ha vuelto a las calles y que la Generación Z de Kenia no está dispuesta a callar.

 

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