UNA
GOBERNABILIDAD COMPROMETIDA
Argelia, uno de los más
importantes países del Magreb, enfrenta en estos días una seria crisis de
gobernabilidad ocasionada por las protestas llevadas a cabo por su personal
policial.
Esta antigua colonia
francesa es, desde la división de Sudán el 9 de julio de 2011, el país más
extenso de África y el onceavo del mundo -2.381.740 km²-, con una población de
más de 35 millones de personas.
Argelia es uno de los
mayores exportadores mundiales de gas cuyos recursos son de valor estratégico
para los países del sur de Europa. Precisamente, España, Italia y Francia son
los principales compradores del gas argelino del cual se abastecen a través del
gasoducto Magreb – Europa vía Marruecos, pero también por mar, mediante buques
que transportan en tanques el gas licuado. El 97% de los ingresos argelinos
provienen precisamente de sus exportaciones de hidrocarburos.
En este país, donde las
industrias son escasas e impera la pobreza y la desocupación, las
manifestaciones públicas están prohibidas y quienes intentan expresar su
descontento son duramente reprimidos por las autoridades, se ha producido el
hecho insólito de una semana de continuas protestas llevadas a cabo por
policías que reclaman airadamente contra su gobierno en las principales
ciudades del país, algo que Argelia no vivía desde los tiempos de la Primavera
Árabe en 2011.
EL
FRACASO DE LA PRIMAVERA ÁRABE
Después de la sublevación popular que terminó con el régimen
dictatorial del presidente Zine El Abidine Ben Alí, en el poder en Túnez desde
1987, las protestas populares estallaron en Argelia antes que en Egipto y el
resto del mundo árabe pero no prosperaron.
En realidad, el clima social
en Argelia, antes del estallido de la crisis tunecina, se encontraba enrarecido
por un sinfín de pequeñas protestas sectoriales y locales que nunca lograron
conectarse entre sí para gestar una alternativa de cambio. El mal humor social
estaba causado por las deficiencias educativas y sanitarias, los graves
problemas de vivienda, el incremento de la pobreza y la marginalidad, la
creciente corrupción gubernamental, pero especialmente por la falta de
oportunidades laborales para miles de jóvenes profesionales.
El 28 de diciembre de 2010,
once días después de la inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi y cuando
Ben Alí aún se mantenía firme en el poder, una manifestación que reclamaba por
las carencias habitacionales recorrió las calles de Argel generando serios
incidentes con la policía.
El 3 de enero de 2011, el
brusco incremento de los precios subsidiados de los productos de primera
necesidad que consume la población de bajos recursos desencadenó una ola de
violentas protestas en las ciudades de Argel y Orán –la segunda en importancia
del país-. Las protestas pronto se extendieron al resto de las ciudades
situadas en la franja norte del territorio argelino. Los manifestantes solían
bloquear las calles incendiando neumáticos al tiempo que saqueaban los
edificios gubernamentales.
Para calmar los ánimos, las
autoridades anunciaron, el día 8 de enero, la suspensión de los incrementos en
los productos alimentarios básicos. Simultáneamente, la policía intensificó la
represión de las protestas encarcelando a quienes identificaban como sus
promotores. A estas alturas se había registrado al menos la muerte de tres
manifestantes, otros 800 habían resultado heridos y las autoridades tenían
encarcelados a mil revoltosos.
Los descontentos
incrementaron la tensión la inmolarse al estilo “bonzo”, al menos cuatro personas perdieron la vida en esta
horrible forma de protesta, en su mayoría se trataba de jóvenes padres de
familia desesperanzados por la grave crisis económica y la falta de
posibilidades de un futuro mejor.
Las protestas, hasta ese
momento en gran medida espontáneas, comenzaron a ser capitalizadas por los
sectores opositores al presidente Bouteflika. El anciano presidente argelino
(1937), era el último de los representantes de la generación que llevó a Argelia
a la independencia en 1962. Nacido y educado en Marruecos, Bouteflika se
mantenía en el poder, desde 1999, con el apoyo de las fuerzas armadas.
El 21 de enero los sectores
opositores se nuclearon en una Coordinadora Nacional para el Cambio y la
Democracia (CNCD) para dar un contenido más político a las protestas.
Sin embargo, las
autoridades, empleando un multitudinario cuerpo policial, lograron neutralizar
todos los intentos de generalizar las manifestaciones por parte de la CNCD a
partir de fines de enero y febrero, en muchas ocasiones apelando a concentrar
un número tal de efectivos policiales que superaba a los manifestantes.
Los indignados argelinos no
consiguieron apropiarse de un espacio urbano emblemático, como lo fue la plaza
Tahrir en El Cairo, desde el cual difundir al mundo su lucha. Ni siquiera en la
Cabilla llegó a conformarse un núcleo de resistencia popular. En Argelia ni los
jóvenes desesperanzados y disconformes con el gobierno ni los sectores de la
oposición política tradicional fueron capaces de articular una masa crítica
capaz de convertir su rebelión en una revuelta generalizada contra el régimen,
tal como ocurrió en Túnez, Egipto o Libia.
El 24 de febrero, el
gobierno, para descomprimir la situación, levantó el estado de emergencia vigente
desde 1992, privando a la oposición de su mejor argumento de lucha. Mientras
tanto, la CNCD trataba infructuosamente de articular una hoja de ruta para
conducir al país hacia una transición democrática. A lo largo del mes de marzo la
protesta dio signos de estarse agotando.
El 15 de marzo, con la
situación prácticamente controlada, las autoridades retomaron la iniciativa
política, el presidente Bouteflika anunció un conjunto de medidas y enmiendas
al texto constitucional destinadas a “reforzar la democracia representativa”.
Estas medidas consistían esencialmente en modificaciones a la legislación
electoral, al régimen de partidos políticos, a las normativas que regían la
actividad de las ONGs y también de los medios de comunicación. A partir de ese
momento quedó sepultado todo asomo de transición democrática en Argelia.
LA
“PRIMAVERA POLICIAL”
Las protestas del personal
policial argelino comenzaron en la provincia de Ghardaïa, situada en el centro
de Argelia, a unos 600 km al sur de Argel. Se trata de una región que es
escenario de continuos enfrentamientos entre las tribus mozabitas de extracción
bereber y los chaâmbas de origen árabe.
Los mozabitas son un grupo
amazigh que habita en la región de M'zab en el norte del Sáhara. Hablan una
lengua propia, el mozabita –Tumzabt-, una dialecto del grupo Zemab de las
lenguas bereberes. Practican una rama del Islam, ibadíes musulmanes, diferentes
a los suníes. La capital del M'zab es, precisamente, la ciudad de Ghardaïa que
tiene una población de 100.000 personas.
En esta región,
particularmente azotada por los problemas de desempleo y pobreza, los mozabitas
suelen padecer la discriminación de las autoridades argelinas y la agresión de
la población árabe. Curiosamente el gobierno argelino que tanto apoyo diplomático
y económico brinda a los separatistas marroquíes del Frente Polisario ignora
todos los pedidos de autonomía de su minoría mozabita.
El detonante de la actual
crisis se produjo, el pasado 12 de octubre, en la localidad de Beniame, situada
a unos 40 km al norte de Ghardaïa, y comenzó con una disputa sobre la propiedad
de una vivienda. El hecho desató la ira de un grupo de jóvenes mozabitas que
comenzaron a lanzar piedras y bombas incendiarias –del tipo Molotov- contra las
oficinas del gobierno local. La policía reprimió a los manifestantes con
energía para frenar la violencia pero no pudo impedir la quema de varios
contenedores y el saqueo de una docena de locales comerciales.
En los incidentes, la
policía sufrió la muerte de un agente y decenas de oficiales gravemente
heridos. Fue entonces cuando los policías, reaccionaron contra lo que
consideraban la indiferencia de sus mandos que les ordenaban enfrentar a los
manifestantes con medios insuficientes.
El lunes 13, se llevó a
cabo, en Ghardaïa, una primera e improvisada marcha que pronto sumó a más de
1.500 efectivos policiales provenientes de las 28 regiones del país. Las
exigencias eran claras. Los policías consideraban que no disponían de los
recursos necesarios para llevar a cabo correctamente y con seguridad sus
tareas.
Pronto las protestas
alcanzaron a la ciudad de Argel donde los policías marcharon, coreando sus
quejas y entonando el himno nacional, hasta el palacio El Mouradia, sede del Gobierno. Allí insistieron en entregar un
petitorio demandando la creación de un sindicato que los represente, el
incremento de sus salarios a 700 euros mensuales –hoy ganan algo menos de la
mitad- y otras mejoras laborales, que hacen un total de 19 reclamos.
¿Y
DÓNDE ESTÁ EL PILOTO?
La crisis policial puso en primer
plano el verdadero problema institucional por el que atraviesa Argelia: su
anciano presidente no puede ejercer efectivamente el poder desde hace meses.
Pese a haber sido elegido presidente por cuarta vez consecutiva en abril
pasado, Abdelaziz Buteflika, de 77 años, no se encuentra en condiciones de
ejercer su cargo desde que en 2013 padeció un derrame cerebral que obligó a su
internación hospitalaria, en Francia, durante meses. Desde entonces ha
aparecido en público en muy contadas ocasiones –tan solo tres veces- e incluso
no pudo asistir al tradicional rezo en la gran mezquita de Argel en la
conmemoración de la fiesta del cordero.
Aunque el poder se mantiene
férreamente en manos del Ejército, el régimen argelino se debate en la
incertidumbre con un presidente incapacitado, mientras sufre los embates del
terrorismo yihadista y crece el descontento en distintos sectores de la
sociedad. La crisis policial no ha hecho otra cosa que mostrar el grado de
deterioro que hoy sufren incluso las propias bases del gobierno argelino y
hacen temer a los expertos occidentales por la estabilidad de un país clave
para Europa por sus abastecimientos de petróleo y gas, como así también por las
dimensiones de su territorio. Todo ello, mientras en la región se multiplican los
focos de tensión: desarrollan los conflictos militares que afectan a Libia,
Siria e Irak, avanza la pandemia de ébola hacia el norte de África y crece el flujo de inmigrantes
africanos que llegan a las costas europeas.
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