1. EL ASCENSO DEL
CORONEL
Fue mérito del coronel Perón el que,
luego de algunos meses en los cuales pretendió ocultar ese vacío de concepción
apoyándose en modelos autoritarios de derecha, el gobierno militar desarrollara
un programa político propio. Por iniciativa suya se confeccionaron amplios
informes acerca de la situación de las diferentes ramas de la economía y se
comenzó a aplicar una política de estímulo y protección a la industria
nacional. También por iniciativa suya se confeccionaron amplios informes acerca
de la situación de las diferentes ramas y se comenzó a aplicar una política de
estímulo y protección a la industria nacional. También por iniciativa suya se
encaró la indispensable reforma de la legislación social, creando una serie de
nuevas situaciones en el ámbito del trabajo y de la salud pública y se dictaron
numerosas leyes de protección a los estratos más bajos de la población. A su
influencia se debe también el abandono de la actitud estrictamente neutral y se
procuró un mayor acercamiento a los aliados, cuya victoria sobre las potencias
del Eje se insinuaba cada vez con mayor claridad.
Gracias a su habilidad táctica, el
apoyo de numerosos y leales partidarios entre la oficialidad y el completo
dominio del Grupo Obra de Unificación –que constituía un eficaz órgano de
control del gobierno militar-, una logia militar que dirigía junto con los
coroneles Montes, Gilbert, Imbert y González . Mucho se ha especulado sobre el
carácter de esta logia y su influencia dentro de las filas del Ejército. María
Sáenz Quesada ha resumido el programa e ideología del GOU diciendo que: “La
ideología preponderante en la
Logia era simple: se temía al comunismo a la revolución
social y a la posible influencia de radicales, socialistas, demoprogresistas y
comunistas en un Frente Popular, tal como había ocurrido en España en 1936. La
celebración multitudinaria del 1º de mayo de 1943, con banderas rojas y puños
en alto, pareció confirmar los peores pronósticos”.
“El GOU creía en el
orden, la jerarquía, la defensa de la neutralidad y en la tradición católica
del país. No eran nazis aunque varios de sus integrantes fuesen abiertamente
germanófilos, pero puestos a elegir un modelo político preferían el
corporativismo fascista a la democracia liberal. Temían que por culpa de la
democracia el país quedara indefenso como había sucedido en la Tercera República
francesa con relación al rearme alemán. Se justificaban imaginando que el
Ejército encarnaba las fuerzas sanas del país y los códigos de la honradez, la
palabra, el honor y el desinterés patriótico. Venían escuchando elogios
desmesurados en ese sentido desde que Leopoldo Lugones pronosticó en 1925 el
advenimiento de la “la hora de la espada”[i].
Perón intervino en forma cada vez más
frecuente en los procesos de decisión política dentro del Gobierno, hasta que
llegó a hacerse, prácticamente, cargo del poder. Su ascenso político se refleja
en la gran cantidad de cargos políticos que acumula durante el año 1944. Es
designado Ministro de Guerra, Vicepresidente de la Nación y Presidente del
sumamente importante Consejo de Posguerra. Si a eso se le suman las posiciones
que ya había ocupado con anterioridad, sobre todo la de Secretario de Trabajo y
Previsión, y si se tiene en cuenta que el Presidente de la Nación , general Edelmiro J.
Farrel, era su antiguo jefe, pertenecía al igual que él a la especialidad de
tropas de montaña y se encontraba sometido a su total influencia, se tendrá una
idea aproximada del poder que había logrado concentrar en sus manos a esa
altura Perón.
Poco a poco el gobierno militar
comprendió la importancia del tercer problema que había de afrontar: ganar el
apoyo de las principales fuerzas políticas. Es evidente que al comienzo partió
de la idea que para la legitimación política de las fuerzas armadas bastaba la
conciencia de su responsabilidad y la capacidad de servicio demostradas al
encarar algunas reformas urgentes. Pero si bien es cierto que muchos grupos
civiles reconocían la urgencia de tales reformas, el éxito de las providencias
adoptadas no siempre estaba de acuerdo con las expectativas y sobretodo no
alcanzaba a compensar la pérdida de libertad de acción y expresión política que
se veía obligada a aceptar la población bajo un régimen militar. Después de dos
años en los cuales los militares gobernaban, sólo habían chocado contra una
ocasional resistencia; sin embargo, en la primavera de 1945 se constituyó un
sólido frente opositor que no solo contaba con el apoyo de la elite
tradicional, desplazada del poder en 1943, sino que incluía fuerzas tan
diversas como las universidades, entidades empresarias, la totalidad de los
partidos políticos y sectores profesionales pertenecientes a los estratos
medios.
Conforme se fue desarrollando la
escalada opositora, el gobierno militar adoptó una serie de medidas destinadas
a apaciguar los ánimos. El 30 de junio anunció que hasta ese entonces habían
recuperado la libertad trescientos setenta y cinco presos políticos. Locales de
partidos políticos como la Casa
del Pueblo y la Casa Radical
fueron restituidas a sus legítimos propietarios. El Partido Comunista fue
reconocido legalmente y se permitió la reapertura de los locales del Sindicato
Obrero de la Alimentación
y de la Federación
Obrera de la
Industria de la
Carne. El decreto que había disuelto a la Federación Universitaria
Argentina fue derogado. El 6 de julio de 1945, el general Farrel anunció que se
convocaría a elecciones antes de fin de año y el primero de agosto entró en
vigor el nuevo estatuto que regía el funcionamiento de los partidos políticos.
Las modificaciones a la legislación electoral -ley Sáenz Peña- y al Código
Penal objetadas por la oposición se dejaron sin efecto. Finalmente, el 6 de
agosto el gobierno levanto el estado de sitio.
La reacción de las fuerzas armadas
ante las exigencias de los partidos políticos tradicionales no fue uniforme.
Muchos jefes y oficiales comenzaron a distanciarse del gobierno. Los grupos más
influyentes dentro del ambiente militar, en cambio, buscaron apoyo en la
población para neutralizar la presión opositora. La base de apoyo residía entre
los obreros y los empleados que integraban los sectores populares. Estos habían
resultado más favorecidos por las reformas laborales aplicadas por el Gobierno,
y, en consecuencia, veían en el coronel Perón –indiscutible promotor de dichas
reformas- a su defensor. Perón no tardó
en consolidar la relación de lealtad existente en esos sectores convirtiéndolos
en un sólido respaldo para el gobierno militar.
Estas medidas no resultaron
suficientes para asegurar, ni con mucho, la estabilidad del gobierno militar
hasta la salida electoral. El enfrentamiento alcanzó su culminación a comienzos
del mes de octubre de 1945, cuando ante la presión conjunta de opositores
civiles militares, el coronel Perón debió renunciar a todos sus cargos en el
gobierno y fue sometido a arresto.
Los sucesos políticos habrían tomado
un curso muy diferente si la oposición se hubiera conformado con despojar del
poder a Perón. Pero fue más allá y volvió a exigir el inmediato retiro de todo
el gobierno y su reemplazo por uno surgido de la Corte Suprema de
Justicia. Las fuerzas armadas no podían, ni querían someterse a esta exigencia,
pues ello habría significado dar por concluido el movimiento revolucionario de
junio del 43 y admitir su fracaso político
algo que no podían aceptar ni siquiera los militares que cuestionaban la
figura de Perón. Cuando las fuerzas armadas parecían encontrarse en un callejón
sin salida la movilización popular del 17 de octubre les evitó la necesidad de
reconocer su fracaso, y les abrió la posibilidad de proseguir su obra de
gobierno en forma constitucional, apoyando la candidatura de Juan D. Perón para
las próximas elecciones.[ii]
Los militares comprobaron que el
apoyo popular con que pretendía contar su cuestionado camarada era algo más que
vana jactancia y esto daba la ocasión a un régimen que se encontraba acosado y
a la defensiva de convertir su derrota en victoria y de obtener una continuidad
que ni los elementos más optimistas del gobierno soñaban. Con ese amplio
respaldo popular no sólo se podía evitar la humillante derrota que representaba
para las fuerzas armadas la entrega del gobierno a la Corte Suprema de
Justicia, sino que incluso la salida electoral no significaba necesariamente el
traspaso del poder a la oposición. Si la evidente popularidad de Perón le
permitía imponerse en elecciones limpias, el movimiento militar quedaría
justificado y las fuerzas armadas legitimadas.
La mayor parte del Ejército se
decidió entonces –no sin tener que vencer en muchos casos problemas de
conciencia- por esta imprevista posibilidad que se abría para una salida
honorable y eventualmente triunfal, y se dispuso a secundar el proyecto
político del coronel Juan D. Perón.
Así, muchos jefes y oficiales que no
aprobaban a Perón y a su naciente estilo político, sin embargo apoyaron su
candidatura presidencial para asegurar la continuidad de la obra revolucionaria
y para salvar el prestigio de las fuerzas armadas.
Pero, si los militares supieron
interpretar con claridad los sucesos que culminaron con el 17 de octubre, la
oposición no hizo la misma lectura. Al fracasar su intento de derrocar al
régimen militar se contento con el alejamiento de Perón de sus cargos
gubernamentales y su pedido de retiro. Aún cuando a los pocos días fue evidente
que no había perdido su influencia en el gobierno, los partidos tradicionales y
los políticos profesionales veían con cierto desdén las dotes políticas de ese
militar. Después de todo no era más que un advenedizo que hasta hacía dos años
sólo se ocupaba de las cuestiones propias de los militares. ¿Qué podría hacer
contra la oposición de todos los partidos políticos unidos y de los sectores
“esclarecidos” de la sociedad?
Los políticos tradicionales se
negaban a aceptar que por primera vez en nuestra historia, una movilización de
los sectores obreros determinaba un cambio sustancial en la situación nacional.
El hecho significaba también la iniciación de una nueva etapa en la historia
del movimiento obrero, cuyo peso político será desde entonces imposible de
ignorar.
2. EL CORONEL PERÓN Y
EL MOVIMIENTO OBRERO ARGENTINO
Llegados a este punto, es preciso
referirnos a la particular relación entablada entre el coronel Perón y el
movimiento obrero, que será una de las características esenciales del estilo
político peronista.
Perón tenía plena conciencia de la
importancia que podían tener las estrategias políticas y emocionales para
captar a la masa trabajadora sin una posición política definida hasta el
momento, si las apoyaba sobre una base material e institucional. Por eso, la
elevación del nivel de vida y la mejora de la posición social de los estratos
populares constituyeron el centro de sus esfuerzos de gobierno.
Inicialmente, el gobierno militar
había adoptado una posición hostil hacia el movimiento obrero. Suprimió una de
las dos Confederaciones Generales del Trabajo, muchos sindicatos fueron
intervenidos por el gobierno, mientras que la C.G .T. sobreviviente fue sometida a distintos
controles. Los dirigentes sindicales y políticos, principalmente comunistas y
otros de izquierda fueron sometidos. En octubre de 1943 se estableció una ley
sumamente restrictiva que debía regular los sindicatos y que fuera muy
resistida por los dirigentes sindicales. Si bien Perón la suspendió en
diciembre, la aplicación de facto de su propósito fundamental no cambió: sólo
los gremios reconocidos oficialmente por el gobierno podían representar a
obreros en los convenios colectivos.
Las primeras medidas netamente
favorables a los sectores obreros fueron adoptadas unos seis meses después del
movimiento militar de junio cuando el coronel Perón se hizo cargo del
Departamento Nacional del Trabajo, una repartición con funciones de asesoría y
la transformó en un organismo con competencias más amplias y con considerables
recursos administrativos: la
Secretaría de Trabajo y Previsión. La comprensión y el
interés de Perón por los problemas del movimiento obrero le permitióconvertir
en pocos meses a esa Secretaría en un centro de decisión de todos los problemas
y conflictos vinculados con el movimiento obrero y las entidades sindicales.
La política seguida por el coronel
Perón con respecto a los sindicatos fue muy flexible y utilizando tanto el
hostigamiento como la atracción frente a las organizaciones y los dirigentes.
Aquellos gremios que se oponían a sus intereses podían ser desconocidos o
cancelada su personería gremial; también podían ser disueltos o suprimidos –la
estrategia empleada variaba de acuerdo al clima político, las orientaciones
ideológicas, el grado de amenaza política, etc.- De cualquier modo, ningún
gremio que no mostrase su disposición a colaborar podía obtener alguna mejora
para sus afiliados en los conflictos laborales, en la legislación, en los
servicios sociales, etc. También las oportunidades de éxito de un dirigente
gremial para lograr mejores condiciones para los trabajadores dependían de sus
actitudes: ideológicas, personales y de organización. La flexibilidad podía
convertirse en marginación y hostilidad: Luis Gay y Cipriano Reyes son ejemplos
de esta actitud. Pero si bien la masa obrera perdió su autonomía en la cúspide
durante la época peronista, debe reconocerse que continuó ejerciendo una
importante presión a nivel de base, presión que a veces impuso limitaciones y
condiciones a la conducción de la
C.G .T.
Además, se estableció un gran número
de gremios nuevos: en 1941 había 356; y en 1945 éstos llegaban a 969. En gran
medida este incremento respondía a la aparición de gremios paralelos creados,
con el apoyo oficial, para sustituir aquellos que rechazaban o se oponían a la
política de Perón, en tanto otros representaban nuevas ramas de actividad a
otras previamente no agremiadas. No siempre, pero a menudo, los nuevos gremios
eran poco más que organizaciones sobre el papel. Sin embargo, sirvieron a un
propósito importante: el de establecer una red de organización entre el
movimiento obrero, difundir los resultados de la política laboral de Perón y en
especial estimular el contacto directo –en manifestaciones masivas- con el
líder, como también aumentar el número de personas favorables a Perón en el
Comité Central Confederado, en la Asamblea General y otros órganos de la Confederación General
del trabajo.
Este proceso fue fundamental en la
configuración de la relación directa entre los recién llegados y el líder
carismático. Los gremios que adhirieron al estilo político peronista sólo
fueron instrumentos en este proceso y proporcionaron el marco administrativo y
legal para los convenios colectivos. Más importante de todo, proporcionaron el
clima necesario para facilitar los lazos personales de Perón con los dirigentes
a través de visitas a plantas y sindicatos, así como también los frecuentes
actos masivos en los cuales el coronel Perón presentaba las concesiones
oficiales como conquistas obreras. En efecto, este procedimiento junto con una
utilización de los medios de comunicación de masas, especialmente la radio, fue
uno de los factores centrales para erigir la figura de Juan D. Perón, como el
abanderado de los pobres, el único que comprendía y protegía a los
trabajadores, los “humildes”,
término que claramente revelaba la imagen dicotómica –todavía tradicional de la
estratificación-, basada en la antinomia entre ricos y pobres.
Un decidido antiperonista, el
intelectual de la izquierda radical Marcos Aguinis describe claramente la
relación entre las masas obreras y Perón. “El usos frecuente de la radio
–afirma Aguinis refiriéndose a Perón- lo puso en contacto directo con todo el
país. Las multitudes postergadas se estremecieron ante el milagro: un militar
con poder se manifestaba su protector. Ya no se trataba del gesto corto que
tenía lugar en el comité: el regalo de un abrigo, la ayuda de una
recomendación. Era una situación insólita, porque desde arriba se propugnaba
repartir bienes y establecer derechos que dormían en las legislaturas”.[iii]
El acceso a grandes masas obreras
fue efectivamente una de las metas fundamentales de la estrategia de Perón,
como lo reconocieron más tarde ciertos sindicalistas que pensaron que esta
relación era un precio exiguo para compensar los beneficios logrados por los
sindicatos. En gran medida, para los obreros no agremiados significó que sus
victorias lograban a través del esfuerzo personal del líder.
Los centenares de disposiciones,
resoluciones y dictámenes emitidos por el organismo entre 1943 y 1946, contenía
ya todas las figuras jurídicas y los principios básicos de la política social
peronista: la mayoría de ellas persigue dos objetivos básicos: la valorización
social de los trabajadores, su reconocimiento como miembros de la comunidad
nacional, con todos los derechos que ello implica, y la mejora de sus
condiciones económicas.
Quizá entonces, el máximo mérito del
coronel Perón –conviene reiterarlo una vez más- consistió en sacar de su
aislamiento social y político al gobierno militar a través del cual llegó al
poder y en haber concretado sus planes políticos con el apoyo popular, y no
contra la voluntad de éste. Mediante el apoyo de los estratos populares, los
cuales por primera vez en la historia del país, eran tenidos en consideración y
favorecidos por los dirigentes políticos. El gobierno los instaba a presentar
sus exigencias y sus quejas, y representaba sus intereses ante los restantes
grupos sociales. El éxito de los pocos sindicatos que respondieron inicialmente
a esta invitación ejerció rápido efecto sobre las restantes organizaciones
laborales. Provocó un paulatino cambio de actitud del movimiento obrero
respecto del Estado, hizo que olvidara su escepticismo ante la política y los
políticos y, este incremento del interés popular en el proceso político creó
una mayor disposición a intervenir en forma activa en este proceso.
El movimiento obrero fue el sector
social más numeroso de los que apoyaron a Perón; pero además de él, hubo muchos
otros sectores sociales y políticos que proporcionaron a Perón su respaldo.
Entre estos últimos cabe señalar sobre todo, aquellos sectores de los estratos
medios, interesados en el desarrollo de una industria nacional independiente,
así como algunos grupos de gran influencia dentro de la burocracia estatal, del
clero y de las fuerzas armadas.
Si tenemos en cuenta la actitud de
rechazo con la cual la elite tradicional había acogido las tentativas de
integración de los sectores populares, entre 1930 y 1943, y la comparamos con
la plétora de reformas sociales que mejoraron en forma decisiva el status
social y la situación económica de los obreros en un plazo de apenas dos años,
comprenderemos que la toma de posición de los obreros respecto del coronel
Perón estuvo en un todo de acuerdo con la apreciación política del Secretario
de Trabajo y Previsión. En los círculos de la elite tradicional –especialmente
aquellos ligados al quehacer empresarial- la política social de Perón era
contemplada como un injustificado recorte de sus bienes y posición social. De
todos modos, cualquier ataque contra esa política, tenía escasas posibilidades
de éxito mientras las fuerzas armadas respaldaran al gobierno y el prestigio de
la Secretaría
de Trabajo y Previsión continuará en aumento entre el pueblo. Pero al
constituirse una oposición, en el año 1945, la elite vio la posibilidad de
intervenir a través de las organizaciones empresariales, en forma más activa en
la confrontación política, presentando sus intereses particulares como
problemas de interés general.
Hacia mediados del año 1945, las
organizaciones empresariales se dirigieron a la opinión pública en un
manifiesto, en el cual criticaban la política social emprendida por el gobierno
y exigían la revisión de todas las disposiciones legales. La respuesta del
movimiento obrero no se hizo esperar, los sindicatos rápidamente comunicaron su
apoyo al gobierno. Las manifestaciones de solidaridad a Perón alcanzaron su
primer punto culminante en una demostración masiva ante el local de la Secretaría de Trabajo y
Previsión, a la que concurrieron unos tres mil trabajadores.
En esta oportunidad Perón aprovechó
para advertir a los trabajadores sobre el peligro que corrían sus “conquistas”
e insistiendo sobre el hecho de que tanto ellos como el gobierno se enfrentaban
con el mismo enemigo: “La clase trabajadora se encuentra hoy frente a un grave
problema: el de la continuidad de las conquistas sociales obtenidas, de impedir
la posibilidad de que por subterfugios legales o constitucionales se le resten
algunos de los beneficios que tan meritoriamente ha alcanzado. Esos dos
objetivos importan tanto a la clase trabajadora como para el gobierno de la Nación. El día que
nosotros desaparezcamos, quedarán ustedes librados a sus propios medios. El
Estado ha impedido que esos poderosos enemigos que existen hayan podido incidir
sobre las soluciones que se han procurado en bien de la clase trabajadora, pero
no estando nosotros no podremos de ninguna forma garantizar que esa situación
no se produzca. En estos momentos parece que las fuerzas que los combaten a
ustedes y que nos combaten a nosotros son las mismas. Tenemos un enemigo
común...”[iv]Pero
estos acontecimientos sólo fueron el anuncio de la actitud que habrían de
seguir los trabajadores en la decisiva semana del 9 al 17 de octubre, cuando,
como dijéramos anteriormente, el coronel Juan D. Perón se vio obligado a
retirarse de todos sus cargos, ante la presión de las fuerzas opositoras, y
debió cumplir un arresto militar. La movilización popular en solidaridad con la
política social y la figura de Juan D. Perón obligó a los sectores opuestos al
Secretario de Trabajo y Previsión dentro de las fuerzas armadas a un repliegue.
Perón fue puesto en libertad, y se dirigió a los obreros desde la Plaza de Mayo, sentado una
tradición de contacto directo del líder y la masa de sus seguidores que
constituiría uno de los elementos claves del estilo político peronista. Si bien
Perón no fue repuesto en sus cargos y debió pedir el retiro, su control sobre
el gobierno militar fue –si era posible- aún mayor.
LA COALICIÓN
PERONISTA
1. EL PARTIDO
LABORISTA
El éxito de la movilización popular
del 17 de octubre de 1945 contribuyó en forma decisiva a la formación de una
aguda conciencia política, a cuyo
desarrollo contribuyó sustancialmente la política social desarrollada en
beneficio del movimiento obrero desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. La
incorporación del sindicalismo entre los factores de poder capaces de
contribuir a legitimar el sistema político y desde un punto de vista exclusivamente
gremial, el fortalecimiento del poder centralizador de los sindicatos como
entidades de alcance nacional, proporcionaron a los trabajadores la oportunidad
de desempeñar un papel fundamental en la nueva estructuración del país. La
gravitación creciente del movimiento sindical, junto con la crisis de los
partidos políticos tradicionales y la oposición organizada en contra de la
política social, hicieron que el movimiento obrero comprendiera la necesidad de
convertirse en eje de un nucleamiento político nacional para la defensa de sus
intereses sectoriales.[v]
Con anterioridad a los sucesos del
17 de octubre, un grupo de dirigentes –en su mayoría provenientes del
socialismo- se había reunido en el local de la Unión Obrera
Metalúrgica para intercambiar ideas sobre la creación de un “partido de la
revolución”. Los días 19 y 20 de octubre hubo reuniones de ferroviarios donde
se habló de constituir un “Partido Laborista”. Finalmente, el 24 de octubre se
reunió una asamblea en la que se invitó, a través de la Secretaría de Trabajo y
Previsión, a delegados de todos los sindicatos del interior.[vi]
En esta asamblea constitutiva se fijó el nombre del partido y se designó una
serie de comisiones encargadas de presentar un proyecto de estatuto. Entre el
1º y el 8 de noviembre se obtuvieron los medios para su financiamiento y se
eligió la sede del partido y el 16 de noviembre, apenas un mes después de la
“liberación” de Perón, la agrupación inició formalmente sus actividades.
La prisa con la cual se cumplieron
todos los pasos se explica por el hecho de que las fuerzas armadas concluían su
período de gobierno y se había convocado a elecciones generales para fines de
febrero de 1946. Eso colocaba al Partido Laborista ante la difícil tarea de
movilizar políticamente a los sectores populares por él representados y
convencerlos de que sus intereses estarían mejor representados por la nueva
organización política, que por los tradicionales partidos de izquierda. El
Partido Laborista pudo responder satisfactoriamente a esta imposición de las
circunstancias, debido, por un lado, a que la creación de un partido obrero era
una vieja aspiración de los dirigentes gremiales –especialmente de aquellos que
provenían de las corrientes “sindicalistas”- que sólo esperaban el momento
propicio para concretarlo; y por otro, porque la estructura partidaria se
apoyaba en la ya preexistente de los sindicatos y de la Confederación General
del Trabajo, que le proporcionó una presencia de nivel nacional y cuadros con
relativa experiencia política.
Conviene detenerse un momento para
analizar la estructura orgánica y principales características del Partido
Laborista tal como las describe Elena S. Pont[vii].
En primer término cabe consignar que el Partido Laborista constituye el único
caso en la historia argentina de partido de estructura indirecta constituido
por “Sindicatos de trabajadores, agrupaciones gremiales, centros políticos y
afiliados individuales”–artículo 2º- que se unieron para establecer una
organización electoral común. En general puede afirmarse que el laborismo
carecía de miembros del partido, existiendo tan sólo miembros de los grupos de
base. Y más aún dentro de los partidos de estructura indirecta se identificaba
con aquellos que toman el carácter de una comunidad basada en un sector social único.
Así lo consignaba en el Artículo 3º de su Carta Orgánica: “Podrán ser afiliados
activos del Partido, los obreros, empleados, campesinos, profesionales,
artistas e intelectuales, asalariados, estudiantes, pequeños comerciantes,
agricultores e industriales...”Y, por si existiera aún alguna duda, en su
Artículo 4º reafirma: “En ningún caso se aceptará el ingreso como afiliados al
Partido, de personas de ideas reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes
de la oligarquía...”
Por otra parte, el
Partido Laborista es también el primer partido de masas del país que trata, en
primer lugar, de realizar la educación política del movimiento obrero, de sacar
de él una elite dirigente capaz de tomar en sus manos el gobierno y la
administración de la
Nación. Al respecto consigna el Artículo 1º de su Carta
Orgánica –que se refiere a los fines del Partido-: “El Partido Laborista,
fundado en la ciudad de Buenos Aires, el 24 de octubre de 1945, es
esencialmente una agrupación de trabajadores de las ciudades y del campo, que
tiene como finalidad luchar en el terreno político por la emancipación
económica de la clase laboriosa del país, procurando elevarla en su condición
humana y convertirla en factor decisivo de un fecundo progreso social...”[viii]
Desde el punto de vista financiero
los partidos de masas descansan esencialmente en las cuotas de sus miembros: el
primer deber de los elementos de bases es asegurar que se cubran regularmente.
Así el partido reúne los fondos necesarios para su obra de educación política y
sus actividades cotidianas: así pueden, igualmente, financiar las elecciones:
el punto de vista financiero se une aquí al punto de vista político. Este
último aspecto del problema es fundamental: toda la campaña electoral
representa un gran gasto. La técnica de los partidos de masas tiene como efecto
sustituir el financiamiento capitalista de las elecciones, con un
financiamiento democrático. En lugar de dirigirse a algunos grandes donadores
privados, -industriales, banqueros o grandes comerciantes-, para cubrir los
gastos de campaña –lo que coloca al candidato (y al elegido) bajo la
dependencia de estos últimos- los partidos de masas reparten la carga sobre un
número lo más elevado posible de sus miembros, cada uno de los cuales
contribuye con una suma modesta. Al respecto el artículo 34º de la citada Carta
Orgánica expresa que los fondos del Partido Laborista se formarán esencialmente
con las cuotas mensuales de sus afiliados y para destacar su independencia
económica agrega: “En ningún caso el Partido Laborista aceptará contribución
alguna visible o disimulada de gobiernos de cualquier naturaleza, ni de
empresas que tengan o puedan tener interés en la sanción de las leyes u
ordenanzas que las favorezcan”Así el laborismo al igual que los modernos
partidos de masas europeos, se caracteriza por apelar al público. Un público
que paga, permitiendo a la campaña electoral escapar a las servidumbres
capitalistas, un público que escucha y actúa, que recibe una educación política
y aprende el modo de intervenir en la vida del Estado.
Por último, el Partido Laborista
poseía otra nota distintiva que lo identificaba como partido de masas al estilo
europeo: el criterio formal de adhesión de los miembros del partido, que
implicaba la firma de un compromiso de afiliación y el pago de una cuota
mensual. En este sentido el laborismo adoptó la adhesión reglamentada, que se
realizaba en dos actos distintos: una demanda de admisión del interesado, una
decisión de admisión tomada por un organismo responsable del partido. El poder
de admisión pertenecía a la agrupación seccional, local o gremial
correspondiente, con recurso posible a los escalones superiores. El sistema se
completaba con un padrinazgo obligatorio de dos miembros del partido, con un
año de antigüedad como tales, que debían garantizar las cualidades políticas
–la ausencia de ideas reaccionarias o totalitarias y la no pertenencia a la
oligarquía- y morales del postulante, bajo su firma y responsabilidad –artículo
4º de la Carta Orgánica-.[ix]
Los aspectos que hemos destacado de
la estructura del Partido Laborista, ponen en evidencia que se trataba de un
moderno partido de masas al estilo europeo, quizás el más moderno en cuanto a
estructura que ha conocido el país hasta nuestros días. Pero su efímera –aunque
brillante- existencia impidió que estas características fueran adoptadas por
otros partidos políticos, o puestas debidamente a prueba para comprobar si se
adaptaban con eficacia a la realidad política argentina.
2. EL ARMADO DE LA COALICIÓN
La candidatura presidencial de Juan
D. Perón, en las elecciones de febrero de 1946, no se encontraba monopolizada
por el Partido Laborista. Otros partidos políticos también apoyaron a Perón en
esa ocasión: en especial un sector del radicalismo y distintos grupos
independientes.
a. La Unión Cívica Radical
Junta Renovadora
Tal como señala Alberto Ciria en su
excelente obra: “Política y cultura popular: La Argentina peronista 1946
– 1955” [x]
a quien seguimos en la elaboración de este punto, el radicalismo proporcionó al
naciente estilo político peronista cuadros capacitados en la política práctica,
es decir, un cierto número de punteros radicales habituados a la lucha
comiteril y comicial -en algunos casos que guardaban agravios y resentimientos
hacia la conducción del partido-, percibieron que estaban frente a un fenómeno
nuevo en la política nacional y no dejaron escapar al tren de la historia.
Mientras que la conducción oficial
de la UCR
rechazaba los intentos de aproximación de Perón –en especial sus contactos con
Amadeo Sabattini- y se arrojaba a los brazos de los sectores antiperonistas que
finalmente conformarían la
Unión Democrática , dirigentes de segunda línea de distritos
importantes como de la
Capital Federal , Buenos Aires y Córdoba realizaron un abierto
acercamiento a Perón. Como resultado de ese acercamiento el gobierno militar
nombró en agosto de 1945 a
tres ministros de origen radical: Hortensio Jazmín Quijano, Armando G. Antille
y Juan I. Cooke.[xi]
Los dirigentes y punteros radicales
que se incorporaron al naciente peronismo no constituían una facción específica
del partido sino que provenían por igual de distintos sectores internos si bien
entre ellos imperaba un sentimiento nacional y popular heredado del antiguo
yrigoyenismo. Tal como se evidencia de un análisis de las principales figuras
de este grupo. Juan I. Cooke provenía de una familia con tradición radical: su
hijo, John William, sería una nacionalista económico desde su banca de diputado
nacional y como profesor de economía política en la Facultad de Derecho.
Nombrado delegado personal de Perón después de su derrocamiento en 1955, fue
radicalizando sus posiciones hacia el “socialismo nacional”, gran admirados del
castrismo finalizó sus días en Cuba. Armando G. Antille era un destacado
dirigente radical: había sido ministro de gobierno en Santa Fe, en 1920,
diputado y senador por la UCR
antes de 1930; y uno de los abogados defensores de Yrigoyen en la década del
treinta. Frustrado como aspirante a la vicepresidencia, fue senador por su
provincia en 1946 y 1952. Hortensio J. Quijano, fue el vicepresidente de Perón
en sus dos presidencias, era un pintoresco dirigente radical de Corrientes
donde explotaba un ferrocarril local, pertenecía al alvearismo.[xii]
Diego Luis Molinari, político,
profesor e historiador de antigua vinculación personal con Yrigoyen, fue
senador por la Capital
Federal y presidió el llamado “bloque único”. También
difundió los principios de la “Nueva Argentina” en giras internacionales.
Alberto Iturbe perteneció al radicalismo jujeño que se suma al peronismo,
siguiendo a su popular dirigente Miguel Tanco. Cuando terminó su mandato como
gobernador de Jujuy, Iturbe pasó al Senado nacional. En 1955 se lo nombró
ministro de Transportes.
Otros dirigentes radicales se
destacaron como diputados. Raúl Bustos Fierro, de Córdoba, abogado e
historiador buscó destacar la continuidad de los aspectos populares del
yrigoyenismo en el peronismo. Algo similar planteo César J. Guillot, también
proveniente de una familia radical. Eduardo Colom siempre se mostró orgulloso
del papel que su diario “La Época” cumplió durante los sucesos del 17 de
octubre de 1945. Diógenes C. Antille y Juan N. D. Brugnerotto eran radicales de
la provincia de Santa Fe. Oscar E. Albrieu tuvo actuación en la Juventud Radical
de Córdoba y La
Rioja. Francisco Giménez Vargas era un radical yrigoyenista
de Mendoza, lo mismo que el diputado obrero Juan de la Torre. Ricardo C.
Guardo era un universitario porteño con simpatías yrigoyenistas. Dos punteros
porteños fueron los diputados ElisardoSoneyra y Bernardino H. Garaguso, que más
tarde sería intendente de Buenos Aires.[xiii]
b. FORJA
Por último debe mencionarse a
quienes se incorporaron al peronismo desde la mítica “Fuerzas de Orientación
Radical de la
Juventud Argentina ” un grupo de intelectuales del
nacionalismo popular de izquierda que disolvió voluntariamente el 15 de
noviembre de 1945 cuando muchos de sus miembros decidieron sumarse a las
huestes de Perón. De sus filas salieron gobernadores, diputados nacionales y
hasta ministros. Entre los que se destaca el abogado, publicista y sociólogo
Arturo Jauretche, presidente del Banco de la Provincia de Bs. As.
durante la gobernación de Domingo Mercante y presidente de Eudeba en la breve
gestión de Héctor J. Campora., poco antes de su muerte.
c. El Partido
Independiente
El tercer nucleamiento que apoyo la
candidatura de Perón fueron los Centros Independientes o Partido Independiente.
En este nucleamiento militaron algunos sectores que no se sentían cómodos en el
ambiente gremial o se encontraban distanciados del radicalismo, en especial
dirigentes conservadores de la provincia de Buenos Aires y del Interior, que
rechazaban la Unión
Democrática. A ellos se sumaron algunos militares y elementos
realmente independientes que hacían sus primeras armas en la política. Los
Centros Independientes surgieron espontáneamente después del 17 de octubre de
1945 y de allí salieron dirigentes de gran importancia como Héctor J. Campora,
Oscar Ivanissevich, Ramón Carrillo, José E. Visca y Héctor SustaitaSeeber.[xiv]
El Partido Independiente respondía a
conducción de dos dirigentes provenientes de las fuerzas armadas. Por un lado,
el general Filomeno J. Velázco, un viejo amigo de Perón desde el Colegio
Militar, desempeño el estratégico cargo de Jefe de Policía de la Capital durante los
sucesos del 17 de octubre, los hombres a su cargo no hicieron nada para
obstaculizar la movilización popular. Durante la presidencia de Perón fue
gobernador de Corrientes y senador nacional por dicha provincia.
Por el otro lado, estaba el
contralmirante Alberto Teisaire, uno de los muy escasos jefes de la marina que
apoyó inicialmente a Perón. Fue senador por la Capital federal,
desplazando al candidato laborista Luis F. Gay en 1946. Teisarire fue por
muchos años Presidente Provisional del Senado. En esa época su más estrecho
colaborador era un joven periodista de nombre Bernardo Neustad.
En Abril de 1954 fue elegido
Vicepresidente de la Nación ,
ante la vacante que dejó el fallecimiento de Hortensio Quijano. Con
posterioridad al alejamiento del coronel Domingo Mercante, “el hombre de la
lealtad” como segundo hombre en la jerarquía del Partido, Teisaire estuvo a
cargo de la Presidencia
del Consejo Superior del Partido Peronista, donde aseguró el control partidario
con intervenciones a los distritos díscolos, eliminación de todo vestigio de
democracia interna, purgas de dirigentes, etc.
En las elecciones de febrero de
1946, el Partido Independiente consagró a diez de sus candidatos como diputados
nacionales. En la provincia de Buenos Aires, los independientes lograron cinco
lugares en la lista de candidatos a diputado del Partido Laborista. Esto
permitió a José E. Visca convertirse en diputado nacional.[xv]
d. La Alianza Libertadora
Nacionalista
Otro
grupo que apoyo la candidatura de Juan D. Perón a la presidencia de la
república fue la
Alianza Libertadora Nacionalista. En 1935, dos jóvenes de la Legión Cívica , el grupo nacionalistas de
inspiración fascista creado durante el gobierno provisional de José F. Uriburu,
fundaron una agrupación con otros estudiantes secundarios pertenecientes
especialmente a prestigiosos colegios porteños: el Nacional de Buenos Aires; el
Otto Krause, el Nacional Mariano Moreno y el Normas Mariano Acosta.
Uno de ellos era hijo
de un fabricante de juguetes, su nombre era Juan Enrique Queraltó -1912 /
1987-, su amigo era Alberto Bernardo. La agrupación formada por jóvenes de la
clase media urbana adoptó el nombre de “Unión Nacional de Estudiantes
Secundarios” –UNES-.
Juan Queraltó se
convirtió en jefe de la UNES
por aclamación general de los organizadores, teniendo como colaboradores
inmediatos a Alberto Bernardo en carácter de Secretario General y a Piquín
González Iramin como Tesorero. Entre algunos de los organizadores estaban Oscar
Serantes Peña y Arancibia Rodríguez.[xvi]
Para identificarse los
miembros de la UNES
empleaban brazaletes con una cruz de Malta en color celeste y blanco, que
expresaba “en sus colores nuestra posición argentina y en su forma la promesa de
los caballeros malteses que vestían al hábito con la cruz de los cuatro
triángulos: volvermos vencedores o muertos”. El empleo del emblema como
prendedor de solapa era obligatorio para todos los miembros de la agrupación.[xvii]
Los fines de la UNES fue explicado sin
ninguna sutileza por Queraltó treinta años después: había que salir a la calle
a “enfrentar la creciente agresividad de los comunistas, que se comportaban
como amos de la situación”.[xviii]
Poco después al
finalizar sus fundadores sus estudios secundarios decidieron fundar otra
agrupación, donde los jóvenes de más edad pudieran diferenciarse de los
adolescentes de la UNES. Así
en septiembre de 1937 nació la
Alianza de la Juventud Nacionalista. La sede provisoria de la
Alianza fue obtenida por Daniel Videla Dorna y estaba ubicada
en el Pasaje Anchorena, Avenida de Mayo 939, y la definitiva en Piedras 126,
donde comodamente pudieron actuar hasta el año 1943. Producido el movimiento
militar del 4 de Junio de 1943, un decreto del gobierno provisional del general
Pedro Pablo Ramírez, al disolver los partidos políticos y unos meses más tarde
-11 de enero de 1944- hizo lo mismo con las entidades nacionalistas. En 1944
surgió la Alianza Libertadora Nacionalista -ALN- . Siempre con
Queraltó en la jefatura.[xx]
La UNES supervivió como una estructura destinada exclusivamente a la militancia
de los alumnos secundarios, mientras que el Sindicato Universitario
Argentino –SUA- cumplía las mismas funciones en el ámbito universitario.
El escritor Rodolfo
Walsh, que como dijéramos, fue militante de la Alianza , traza un
interesante perfil personal de su fundador y de las características de la
organización. “Su jefe era un individuo sin calidad, sin carisma, probablemente
sin coraje, aunque eso traslució después. Se llamaba Queraltó, y le decíamos
‘El Petiso’. Medía tal vez un metro sesenta, y resultaba algo cómico en sus
furores nacionalistas: un tipo simplista, remachador de eslóganes, violento,
sin grandeza ni finura de ninguna especie. Sin embargo, la Alianza encargó la
exageración de un sentimiento legítimo, que se encarriló masivamente en el
peronismo. La Alianza
no podía conseguir eso, primero porque sus vínculos con el nazismo provocaban
desconfianza, aun entre los que no eran aliadófilos; luego porque era
antisemita y anticomunista en una ciudad donde los judíos y la izquierda tenía
un peso propio; luego, porque sus ideales eran aristocratizantes, aunque
encarnaran en individuos de la clase media”.[xxi]
Imitando a los grupos
fascistas europeos, los miembros de la Alianza utilizaban una suerte de uniforme
compuesto de camisas negras y correajes. También empleaban el saludo romano con
el brazo en alto. Su consigna rezaba: Dios,
Patria y Hogar. Según Queraltó, esta simbología guardaba un doble
significado: “La tradición del juramento de la independencia y la comunidad del
gesto con todas las fuerzas contemporáneas que realizaban la gran revolución
destinada a imponer un nuevo estilo ascendente de la vida, por la justicia
social.”
Aunque la ALN era fundamentalmente un
grupo juvenil, también contaba entre sus miembros a muchos nacionalistas
maduros, como Alfredo Tarruella –que colaboró en Bandera Argentina desde sus
comienzos-, Ramón Doll –un socialista convertido en nacionalista virulento y
antisemita furioso-, Jordán Bruno Genta
-un autotitulado filósofo provisto de un odio devorador por los
masones-, Teófilo Otero Oliva –un economista-, el coronel Natalio Mascarello y
Bonifacio Lastra. En 1941, la ALN
poseía filiales incluso en las provincias, pero la mayoría de sus miembros
cotizantes –ocho mil hombres y tres mil mujeres- se concentraba en Buenos
Aires, donde actuaban en seccionales
con un jefe y un secretario por autoridad en cada una.[xxiii]
Si le creemos a Kelly,
cuando él asumió de facto la conducción de la Alianza , en 1953, mejoró
el sistema de seguridad del local. El país comenzaba a vivir en un clima de
creciente violencia política donde este grupo nacionalista constituía la
principal fuerza de choque progubernamental. En ese contexto resultaba lógico
tomar mayores precauciones. Al respecto, Kelly describió en la siguiente forma
las medidas de seguridad con que contaba el local: “El sistema de defensa que
teníamos era muy bueno. Para la parte delantera estábamos comunicados a través
del conmutador con todas las secretarías, que tenían un armario de acero que
permitía cubrirse de cualquier tiroteo. La puerta central quedaba cerrada
eléctricamente y no se podía abrir desde afuera. Por otra parte desde mi
oficina se llegaba al techo, luego a (confitería) La Helvética , que estaba al
lado”[xxvi] […] “el sistema de defensa también consistía
en apagar luces.”[xxvii] Este sistema de
seguridad mostró sus efectividad en septiembre de 1955, durante la Revolución Libertadora ,
y fue una de las causas que llevaron al cañoneo del local de la Alianza por dos tanques
Sherman del Ejército.
Las consignas e ideas
centrales de la ALN
reflejadas en los discursos y escritos de sus dirigentes indican cómo los
cambios en la ideología propuesta por los intelectuales nacionalistas habían
afectado a los militantes. De acuedo con su “Postulados de nuestra lucha”, la ALN –como otras organizaciones
nacionalistas de la época- deseaba destruir la ineficaz estructura democrática
de la Argentina
y organizar en su lugar un Estado corporativo basado en la representación
funcional. En dicho Estado nacionalista y ético, cuya religión oficial sería el
catolicismo, se disolverían los partidos políticos se limitarían las libertades
individuales en razón de los intereses y la seguridad nacionales, y también se
limitaría la propiedad privada teniendo en cuenta los intereses superiores de
la nación.[xxviii]
Pero la ALN se diferenciaba
particularmente de otros grupos nacionalista de la década de 1930 por sus ideas
económicas. Todo el capital, insistían los aliancistas, se colocarían bajo
control estatal, porque el Estado…” debe disciplinar la economía, para evitar
que el egoísmo individual lesione las conveniencias generales”.
La Alianza Libertadora Nacionalista, pese a su tradicional rechazo a la
“partidocracia” y a la ley Sáenz Peña, como hemos dicho, también se sumó al heterogéneo conjunto de
fuerzas políticas que decidieron apoyaron la candidatura presidencial del coronel
Juan D. Perón. Lo hicieron con candidatos propios para legisladores en la Capital Federal y
la provincia de Buenos Aires. Las listas mostraban a Juan Queraltó y al
sacerdote jesuita Leonardo Castellani en los primeros puestos. Castellani
realizaba una curiosa práctica proselitista. En los barrios populares de la
ciudad de Buenos Aires organizaba curiosos encuentro de box donde un boxeador
denominado Perón terminaba siempre derrotando a su rival denominado, como el
repudiado embajador de los Estados Unidos:
SpruilleBraden. Pese al ingenio de Castellani, la cosecha de votos no
llegó al cuatro por ciento en la
Capital y ni siquiera al uno en la provincia. Pese al revés, la ALN reincidía presentando
candidatos en 1948 con el mismo escaso éxito.
Durante las dos presidencias de Perón la Alianza Libertadora
Nacionalista brindó su apoyo al gobierno pero mantuvo su independencia, al
menos formal. La Alianza
constituyó el grupo de choque gubernamental por excelencia. Perón utilizó a la Alianza para enfrentar el
activismo opositor en las calles. Durante los años del peronismo los
enfrentamientos entre estudiantes de la Federación Universitaria
de Buenos Aires y los jóvenes de la
Alianza fueron algo frecuente. Los Aliancistas también fueron
acusados de intervenir en los incidentes del 15 de abril de 1953 que culminaron
con la destrucción del Jockey Club, La
Casas del Pueblo –sede del Partido Socialista- y el ataque a la Casa Radical. Por
último, la Alianza
fue el único grupo civil que resistió con las armas en la mano el golpe de
Estado de septiembre de 1955 en la ciudad de Buenos Aires.
La existencia de una coalición tan
heterogénea como la que apoyo a Perón en 1946 sólo fue posible por el
prágmatismo y flexibilidad que evidenciaba la conducción estratégica del nuevo
líder. Posiblemente, su dominio de la conducción militar como sus conocimientos
de táctica y estrategia fueron muy valiosos en ese momento. Lo cierto es que en
los hechos Perón demostró ser muy flexible, adaptándose a las posibilidades de
la situación. En algunos casos debió sacrificar o posponer sus proyectos e
ideas con tal de atraer a todos los potenciales aliados, acrecentando así su
poder político. Por otra parte, se trataba de la exacta aplicación a la esfera
política del principio estratégico de la economía de fuerzas. Fiel a ello, el
coronel Perón trató siempre de ser superior en el lugar donde se buscaba la
decisión porque si eso consigue la acción se inclina a favor de uno, salvo que
la fatalidad lo haga fracasar.[xxx]
Tal predisposición a la formación de
alianzas se hizo evidente desde el mismo momento de la formación del Partido
laborista. La actitud de Perón hacia el naciente partido no parece haber sido
sino muy entusiasta. Cuando una delegación concurrió a darle la noticia, “nada
dijo que pudiera interpretarse como que estaba de acuerdo con nuestra conducta
–dice uno se sus integrantes- Siempre gentil, se desvió con habilidad del tema
(...) El vicepresidente del Partido Laborista invitó aquella tarde al coronel
Juan D. Perón a que fuera el primer afiliado, pero él declinó el ofrecimiento y
postergó la invitación para más tarde”. Evidentemente, Perón no quería atarse a
un partido de incierto porvenir y sus planes eran más amplios: “Tomó lápiz y
papel y dibujó un croquis con tres nombres: Partido Laborista, Junta Renovadora
Radical y Partido Independiente –de este último no teníamos conocimiento de su
existencia-. Nos dijo: estos tres partidos tienen que constituir el Movimiento
Peronista Nacional, que yo debo organizar y conducir en esta emergencia. La
consigna tiene que ser: hay que sumar y no restar”[xxxi]
Este sano
eclecticismo conllevará –como se ha dicho- a la formación de una coalición
sumamente heterogénea en cuanto a los
intereses perseguidos por diversos miembros que la integraban. La convivencia
entre ellos no fue nada fácil, sobreabundando los conflictos y querellas
intestinas, como se verá más adelante.
La intención de Perón, y del grupo
estructurado a su alrededor, por tratar de obtener una base de sustentación
política parece haber estado presente en todas sus acciones. Diversos
testimonio muestran esta intención. Veamos en este sentido lo expresado por
Bonifacio del Carril: “Al día siguiente –8 de diciembre de 1943- tuvimos una
larga conferencia con el coronel Perón. Entre otras cosas, Perón me dijo
textualmente: En este país se nace radical o se nace conservador. Yo nací
orejudo. Mi padre era orejudo, y mi abuelo era orejudo. Pero yo no voy a ser
orejudo, que son menos: voy a ser radical y organizar un movimiento obrero para
que apoye oportunamente la solución electoral. Me dijo que todo consistía en
separar a los dirigentes de la masa –cada vez que hablábamos de política Perón
preguntaba: ¿Dónde está la masa?-. Y después, pegar a los nuevos dirigentes.
“Para eso lo necesito a usted y a sus
amigos” agregaba guiñando un ojo. Yo le contesté que me parecía posible separar
a los dirigentes de la masa, pero no tan fácil pegar a los nuevos dirigentes.
Perón sonrió: “Es lo más fácil. Pongo el queso en la mesa, entro a cortar, y
verá usted como se pegan.”[xxxii]
Otro de sus asiduos visitantes de
esos tiempos, Arturo Jauretche afirma que en el año 1944 Perón estaba en la
formación de un gran movimiento nacional con el radicalismo yrigoyenista. Por
ese entonces Perón, en una alocución a oficiales del ejército, se refería al
radicalismo en los siguientes términos: “El Partido Radical es la gran fuerza
que perdura y que es poderosa. Pero su dirección es anticuada y se percibe un
movimiento para expulsar a los generales. Anticipamos una revolución como la
nuestra, que permitirá el acceso de los hombres jóvenes a la dirección. Se
trata de una fuerza utilizable, si podemos encauzarla de manera que coopere con
nuestra obra. Estamos ocupándonos de ello y tenemos confianza en su éxito.”[xxxiii]
Como hemos visto este
intento de lograr un vuelco de la Unión Cívica
Radical al oficialismo fracasó, ya que Perón sólo pudo atraer a un grupo de
dirigentes menores. El sector intransigente que más combatió al alvearismo se
opuso sistemáticamente a Perón y permaneció en su totalidad dentro del Partido.
Si bien dentro de la UCR
había sectores que percibían la obsolescencia de su estilo político, la perdida
de sus otrora sólidos apoyos en la clase media urbana que los hacían imbatibles
en el campo electoral, pero que no vislumbraban aún la forma de renovar sus
vínculos con el electorado.
En medio de este clima político
polarizado se produjo el pronunciamiento de una fuerza social politizada, que
habría de tener profundas implicancias políticas. Nos referimos concretamente a
la Iglesia Católica.
La introducción de la enseñanza religiosa en las escuelas primarias mediante un
decreto del gobierno militar había granjeado a Perón la simpatía de la
jerarquía eclesiástica. Asimismo, la política de apertura social del peronismo
se colocó bajo el signo de una cruzada enfatizándose la colaboración de los
distintos estratos sociales en aras del bien común. Esto coincidía con los
lineamientos generales de la doctrina social de la Iglesia. El 15 de
noviembre de 1945 el Episcopado Argentino dio a conocer una pastoral con motivo
de las próximas elecciones. “Ningún católico–decía el documento-puede afiliarse
a partidos o votar a candidatos que inscriban en sus programas los principios
siguientes:
1.- La separación de la Iglesia y del Estado ...
2.- La supresión de las disposiciones
legales que reconocen los derechos de la religión, y particularmente del
juramento religioso y de las palabras en que nuestra Constitución invoca la
protección de Dios, fuente de toda razón y justicia; porque tal supresión
equivale a una profesión pública y positiva de un ateísmo nacional.
3.- El laicismo escolar.
4.- El divorcio legal”[xxxiv]
Detrás de esta declaración se
escondía un velado apoyo al coronel Perón y reforzó la posición del candidato
oficial, extendiendo sus influencias a las zonas rurales donde no pocos
sacerdotes se esforzaron por atraer adeptos hacia la nueva causa.
Si bien no puede desconocerse su
contribución a la coalición peronista, es justo reconocer que la pastoral de
1945, no es sino la reproducción de otro documento episcopal de 1931 en el cual
se prohibía votar por la fórmula presidencial compuesta por Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto, con
lo que daba apoyo indirecto a la candidatura del general Agustín P. Justo.
El apoyo de la Iglesia Católica
fue aún más evidente. Poco antes de las elecciones, el coronel Perón fue
invitado a una misa especial en la basílica de Luján donde el obispo de esa
diócesis oró por la victoria peronista. A partir de entonces el cardenal
Copello sería presencia obligada en todos los actos del peronismo, y el
cardenal Caggiano, organizador de la Acción Católica Argentina, hacía ostensible su
apoyo al régimen desde su sede de Rosario. El sacerdote jesuíta Hernán Benitez,
confesor de Eva Perón, el padre Virgilio Filippo, diputado peronista y algunos
católicos laicos de gran prestigio, como Tomás Casares, Ministro de la Corte Suprema ,
fueron otros tantos hombres del catolicismo incorporados al peronismo.[xxxv]
3. LA OPOSICIÓN
Frente a la coalición peronista se
fue estructurando otra alianza social formada por el entretejido de los grupos
supervivientes del antiguo estilo de los notables con la gran burguesía
industrial y los sectores medios urbanos de origen inmigratorio. Esta alianza
se forjó ante el temor por la movilización obrera y el rechazo hacia los
migrantes internos que formaban la base electoral sobre la que se asentaría el
peronismo. La Sociedad
Rural Argentina y la Unión Industrial
–que habían apoyado la Marcha
de la Constitución
y la Libertad
y la detención de Perón en octubre- eran las organizaciones empresariales más
activas de esta alianza. Los empresarios estaban especialmente enfrentados con
Perón por la aplicación del decreto 33.302, del 20 de diciembre de 1945, que
estableció un aumento de sueldos, el pago del sueldo anual complementario o
aguinaldo, vacaciones pagas y el incremento de las indemnizaciones por despido;
y fueron el sostén económico de la oposición.[xxxvi]
La casi totalidad de los partidos
políticos tradicionales establecieron un acuerdo para formar un frente
electoral: la Unión Democrática.
De ella participaron la UCR ,
el Partido Demócrata Progresista, el Partido Socialista, el partido Comunista y
diversas fuerzas conservadoras –excluyendo al Partido Demócrata Nacional al
cual no se aceptó formalmente en la alianza por oposición del radicalismo, pero
que sin embargo la apoyó decididamente-. Estos partidos acordaron apoyar la
fórmula presidencial elegida por la Convención Nacional
de la UCR formada
por los veteranos dirigentes antipersonalistas José P. Tamborini y Enrique M.
Mosca. La Unión
Democrática también adoptó la plataforma radical de 1937, con
algunas modificaciones.
Un cálculo del
espacio dedicado por“La Nación ”y“La Prensa ” a la información
política en los dos últimos meses de la campaña electoral indicaba que mientras
el peronismo recibía el 10%, la Unión Democrática tenía el 90%. “Páginas y páginas dedicadas a trasmitir, hasta la
última coma, la totalidad de los discursos, manifiestos y movimientos
democráticos, contrastan con los escasos párrafos dedicados a reseñar la
actividad del peronismo. Actos peronistas cuya magnitud los convertía, de
hecho, en noticia, son despachados en diez líneas; los discursos de Perón se
sintetizan en un par de frases y cuando hay información destacada sobre el
peronismo es para señalar un escándalo, una deserción o un cisma en sus filas;
el nombre de Perón era prolijamente evitado y cada vez que se podía, los
diarios usaban de eufemismos como ‘un militar retirado que actúa en política’,
‘un ciudadano que ha sido funcionario del actual gobierno’, ‘el candidato de
algunas fuerzas recientemente creadas’”[xxxviii]
A ello se sumaba el
apoyo del gobierno de los Estados Unidos. Principalmente a través del ex
embajador norteamericano en Buenos Aires, convertido en Subsecretario de
Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado, SrpuilleBraden. Pocos días
antes del comicio, el 11 de febrero de 1946, el gobierno norteamericano dio a
conocer un grueso informe titulado “Consulta entre las repúblicas americanas
respecto de la situación argentina”–más conocido como “Libro Azul”- donde
acusaba a Perón de simpatías nazis.
Perón no dejaría pasar la
oportunidad. El 12 de febrero, en un acto proselitista, no intentó negar la
acusación ni justificarse, simplemente replicó con una demoledora consigna electoral destinada a
hacer historia. “Denuncio al pueblo de mi Patria que el señor SpruilleBraden es
el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de la Unión Democrática ”
[...] “Sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico –
comunista, que con este acto entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva en
esta hora trascendental es esta: Braden o Perón”[xxxix]
Así, la Unión Democrática
llegó a las elecciones dando la imagen en grandes sectores de la población que
su único programa consistía en volver al estado de cosas imperante en el país
hasta junio de 1943. El tipo de personalidades que la dirigían, sus candidatos,
el tono general de la campaña y sus apoyos, más o menos clandestinos,
contribuían a presentarla como algo regresivo, anacrónico, intrascendente, al
servicio del capitalismo más crudo y el imperialismo más voraz...[xl]
Las elecciones presidenciales del 24
de febrero de 1946 se efectuaron de acuerdo con lo establecido por la ley Sáenz
Peña y bajo el control de las fuerzas armadas. La fórmula Perón – Quijano
obtuvo 1.478.3772 votos y los candidatos de la Unión Democrática ,
Tamborini – Mosca, 1.211.666. Cuando se reunió el Colegio Electoral, Perón
contaba con 304 electores y sus adversarios con 72. Asimismo, la diferencia
relativamente estrecha en los votos se tradujo de manera muy distinta en la
distribución de los cargos legislativos: el peronismo contaba con 106 diputados
y la oposición con 49.
[i] SAENZ QUESADA, María: La Argentina. Historia del país y de su gente.Ed. Sudamericana. Bs. As. 2000. Pág. 531
[ii] LUNA, Felix: El 45, crónica de
un año decisivo. Ed. Planeta. Bs. As. 1982.
[iii] AGUINIS, Marcos: El atroz
encanto de ser argentinos. Ed. Planeta. Bs. As. 2001. Pág. 116
[iv] MURMIS, Miguel y Juan Carlos PORTANTIERO: Estudios sobre el origen del peronismo/1 Ed. Siglo XXI. Bs. As.
1972.
[v] DEL CAMPO, Hugo: Sindicalismo y
Peronismo. Biblioteca de Ciencias Sociales Nº 5. Bs. As. 1983. Pág. 79.
[vi] PONT, Elena Susana: Partido
laborista: Estado y sindicatos.Bibliotecan Política Argentina. Nº 44 Ed.
Centro Editor de América Latina. Bs.
As. 1984. Pág. 137.
[vii] PONT, Susana Elena: Op. Cit. Pág. 139
[viii] PONT, Susana Elena: Op. Cit. Pág. 154.
[ix] PONT, Susana Elena: Op. Cit. Pág. 155.
[x] CIRIA, Alberto: Política y
cultura popular: La
Argentina peronista 1946 – 1955. Ed. De la Flor. Bs. As. 1983. Pág.
146.
[xi] CIRIA, Alberto: Op. Cit. 147.
[xii] CIRIA, Alberto: Op. Cit. 148.
[xiii] CIRIA, Alberto: Op. Cit. 149.
[xiv] CIRIA, Alberto: Op. Cit. 151.
[xv] GAMBINI, Hugo: Historia del
peronismo. El poder total (1943 – 1951). Ed. Vergara. Bs. As. 2007, p. 173.
[xvi]LEZICA, Manuel de: Recuerdos de un nacionalista.Ed. Astral. Bs. As. 1968, p. 99.
[xvii] GUTMAN, Daniel: Ob. Cit. p. 36.
[xviii] GUTMAN, Daniel: Ob. Cit. p. 31.
[xix] GUTMAN, Daniel: Ob. Cit. p. 32.
[xx]LEZICA, Mnuel de: Ob. Cit. p. 99.
[xxi] WALSH, Rodolfo: Ese hombre y
otros papeles personales. P. 14. Tomado de GUTMAN, Daniel: Ob. Cit. p.33.
[xxii] NAVARRO GERASSI, Marysa: Los nacionalistas. Ed. Jorge Álvarez, Bs. As. 1968. p. 148.
[xxiii] NAVARRO GERASSI, Marysa: Ob. Cit. p. 148.
[xxiv]DE DIOS, Horacio: Kelly cuenta todo. Ed. Gente. Bs. As. 1983, p. 12
[xxv]DE DIOS, Horacio: Ob. Cit. p. 12.
[xxvi]DE DIOS, Horacio: Ob. Cit. p. 22.
[xxvii]DE DIOS, Horacio: Ob. Cit. p. 23.
[xxviii] NAVARRO GERASSI, Maryssa. Ob. Cit. p. 149.
[xxix] NAVARRO GERASSI, Maryssa, Ob. Cit. p. 149 y 150.
[xxx] DEL CAMPO, Hugo: Op. Cit. Pág. 137.
[xxxi] DEL CAMPO, Hugo: Op. Cit. Pág. 140
[xxxii] DEL CARRIL, Bonifacio: P. Cit. Pág.49. La denominación de “orejudo” se
daba en la provincia de Buenos Aires a los conservadores. En el campo
bonaerense los caballos sin marca se denominan “orejanos” y se los suele
identificar por medio de cortes en una de las orejas. Por lo contrario los
caballos marcados a fuego suelen tener sus orejas intactas. Por analogía las
personas que carecen de un apellido conocido o los hijos de padre desconocido
que emplean el apellido se su madre
suelen denominarse “orejanos”. Mientras que quienes portan un apellido con
cierto prestigio se los llamaba “orejudos”. Los conservadores que eran
personalidades notables en su localidad eran calificados de “orejudos”.
[xxxiii] SEBRELI, Juan José: Los deseos
imaginarios del peronismo. Ed. Legasa.
Bs. As. 1983.
[xxxiv]ALONSO, María, Roberto ELISADE y Enrique C. Vazquez: Historia: La Argentina del siglo XX.
Ed. Aique. Bs. As. 1997. Pág. 40.
[xxxv] SEBRELI, Juan José: ob. Cit. Pág. 56
[xxxvi] DECRETO 33.302/45: Estos beneficios habían sido prometidos por Perón a
los trabajadores en su discurso de despedida pronunciado el 10 de octubre de
1945 cuando debió dejar sus cargos en el gobierno militar por imposición del
acatamiento de Campo de Mayo encabezado por el general Avalos. Fue implementado
por su sucesor en la Secretaría
de Trabajo y Previsión, el coronel Domingo Mercante.
[xxxvii] LUNA, Félix: “El 45”
Ed. Sudamericana. Bs.
As. 1975. Pág. 367.
[xxxviii] LUNA, Félix: Op. Cit. Pág. 439.
[xxxix] LUNA, Félix: Op. Cit. Pág. 433 y 434.
[xl] LUNA, Félix: Op. Cit. Pág. 382.
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