La histórica tensión entre Tailandia
y Camboya ha vuelto a estallar en una crisis diplomática y militar que pone
contra las cuerdas al gobierno tailandés de Paetongtarn Shinawatra.
La
reciente muerte de un soldado camboyano durante un enfrentamiento fronterizo el
pasado 28 de mayo ha reavivado viejos fantasmas nacionalistas, ha llevado al
cierre total de pasos fronterizos y ha desencadenado una ola de protestas
internas en Bangkok que amenaza la estabilidad política de la primera ministra.
En
el epicentro del conflicto se encuentra el centenario litigio territorial sobre
templos y áreas fronterizas sin demarcar, entre ellas el controvertido
santuario de Preah Vihear, cuya soberanía fue adjudicada a Camboya en 1962 por
la Corte Internacional de Justicia (CIJ), decisión que Tailandia nunca ha
terminado de aceptar. La escalada reciente comenzó cuando fuerzas camboyanas,
escoltando a civiles, entonaron su himno nacional en el templo Ta Moan Thom, lo
que provocó la intervención del Ejército tailandés.
Lejos
de limitarse a un asunto de diplomacia y geografía, la disputa ha tenido un
efecto devastador en la política interna tailandesa. El pasado 28 de junio,
unas 17.000 personas tomaron las calles de Bangkok exigiendo la dimisión de
Shinawatra. La chispa fue la filtración de una conversación telefónica entre la
mandataria y el presidente del Senado camboyano, el veterano Hun Sen, en la que
criticaba a un alto mando del Ejército tailandés. Para muchos sectores
nacionalistas, esa deferencia hacia una figura cercana al régimen camboyano fue
una muestra inaceptable de debilidad. “Desde el corazón de un tailandés,
nunca habíamos tenido un primer ministro tan débil”, exclamó entre aplausos
el guía turístico Tatchakorn Srisuwan en medio de la multitud.
La
primera ministro Paetongtarn representa a una generación nueva dentro de la
influyente familia Shinawatra: combina formación académica, experiencia
empresarial y una ascendente carrera política. Como primera ministra más joven
(37 años) y segunda mujer en ese cargo, enfrenta el reto de estabilizar un país
marcado por golpes militares, divisiones ideológicas y la omnipresencia de la
influencia de su padre.
Por
elmomento, el escándalo ha provocado la ruptura de la coalición gobernante, con
la salida del partido conservador Bhumjaithai, y ha dejado a Shinawatra
enfrentada a una moción de censura que se debatirá en el Parlamento el próximo
3 de julio. Además, el Tribunal Constitucional tiene previsto pronunciarse
sobre una petición de destitución, lo que podría derivar en su suspensión
temporal.
La
respuesta del Gobierno ha oscilado entre la moderación diplomática y el
endurecimiento de las medidas fronterizas. Paetongtarn ha reforzado los
controles en los siete pasos fronterizos, limitando su uso exclusivamente a
casos humanitarios y estudiantiles. Además, su administración ha bloqueado las
exportaciones de bienes esenciales hacia Camboya, incluidos combustible y
electricidad, bajo el argumento de combatir los centros de estafas en línea
que, según Bangkok, operan desde suelo camboyano.
Camboya,
por su parte, ha respondido con un boicot económico y una ofensiva diplomática.
Phnom Penh ha elevado el caso a la Corte Internacional de Justicia, alegando
que los mecanismos bilaterales no han dado resultado. “No queremos la guerra,
pero no podemos quedarnos quietos y dejar que abusen de nosotros”, declaró el
primer ministro Hun Manet tras visitar tropas desplegadas en la zona en
disputa.
El
trasfondo del conflicto también pone en evidencia las diferencias estructurales
entre ambos regímenes políticos. Mientras Tailandia, oficialmente una monarquía
constitucional, continúa gobernada de facto por una élite militar que ha
intervenido en repetidas ocasiones en la vida política —incluidos los golpes de
Estado de 2006 y 2014—, Camboya es un régimen autoritario bajo el control del
Partido del Pueblo Camboyano, liderado durante décadas por Hun Sen y
actualmente por su hijo Hun Manet. El país vecino funciona como una democracia
formal pero profundamente centralizada, donde el poder judicial y legislativo
están bajo la influencia del Ejecutivo.
El
conflicto fronterizo ha reabierto heridas en una región acostumbrada a convivir
con el nacionalismo latente y las memorias de antiguas glorias territoriales.
Mientras la CIJ comienza a evaluar las nuevas denuncias de Camboya, la tensión
persiste no solo en las colinas que separan ambos países, sino también en las
calles de Bangkok, donde resurge el clamor por una reforma política
estructural.
Con
el gabinete de Shinawatra en plena reorganización, los analistas apuntan a un
momento crucial para el futuro de la democracia tailandesa. “Este es solo el
comienzo”, advirtieron manifestantes frente al Monumento a la Victoria,
evocando los levantamientos estudiantiles de 2020. El pulso por el poder entre
civiles, militares y nacionalistas continúa marcando el presente de un país que
aún busca salir del eterno ciclo de crisis y golpes.