Muro
de Berlín fue acompañada por la
implantación del Consenso de Washington, un cambio en el relato de las izquierdas
y finalmente, en la implantación de gobierno populistas que invocaban el
“socialismo del siglo XXI”.
Contenido:
La
Caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, marco en el mundo el fin de la
Guerra Fría y abrió la esperanza de una era de paz con el fin de las guerras
por procuración, el desmantelamiento del Pacto de Varsovia y el retiro de las
fuerzas soviéticas de sus bases en Europa Oriental. Por fin, el mundo dejaba de
estar con el dedo en el gatillo nuclear.
La
reunificación alemana y el desmantelamiento de la Unión Soviética en quince
estados independientes cambio radicalmente el escenario internacional.
En
Harvard, Francis Fukuyama, inspirándose en el idealismo alemán de Friedrich
Hegel, llegó a afirmar que la historia humana como lucha entre ideologías había
concluido, para dar paso a un mundo basado en la política y la economía de
libre mercado. Fukuyama adquirió notoriedad con su impactante artículo, en
Foreign Affair, sobre “El fin de la Historia”.
El
Consenso de Washington
En
América Latina, la Caída del Muro y el fin de la Guerra Fría tuvieron efectos
diversos sobre la economía, la política y el debate ideológico en los diversos
países de la región.
Desde
el derrumbe de la caída de la Bolsa de Nueva York, en 1929, la mayoría de los
países de América Latina adoptaron una estrategia de desarrollo económico
basado en la industrialización por sustitución de importaciones. Esta
estrategia demandaba un marcado intervencionismo estatal en la economía.
Tal
modelo económico comenzó a tornarse inviable en la denominada “década
perdida” de los años ochenta en América Latina. Caracterizada por las
restricciones de crédito externo para los países latinoamericanos impuestas por
la deuda y el decrecimiento económico.
Lo
que llevó, hacia el final de la década, al abandono de las estrategias
estatistas y reguladoras para adoptar políticas liberales propiciadas por los
organismos financieros mundiales: el FMI, el Banco Mundial, el BID y el
gobierno de los Estados Unidos.
El
economista estadounidense John Williamson, desde el Instituto Peterson,
denominó a este proceso como el “Consenso de Washington”, una política que
propiciaba la estabilización macroeconómica, la liberación del comercio
internacional, reducción del Estado,
reforma tributaria, privatización de las empresas estatales, seguridad jurídica
para los derechos de propiedad y la expansión de las fuerzas de mercado dentro
de la economía interna.
Este
proceso fue acompañado por la implementación de proyectos de integración
económica regional que se estaban negociando desde hacía algunos años: el
Mercado Común Centroamericano, el Pacto Andino y el Mercosur.
En
1994, durante la Cumbre de las Américas, en Miami, veinticinco jefes de Estado
del Hemisferio se comprometieron a crear para el 2005 un área de libre comercio
(el ALCA) que abarcaría desde el Yukón, en Canadá, hasta Tierra del Fuego, en
Argentina.
El
ALCA debía comenzar a funcionar a partir de la IV Cumbre de las Américas, realizada
en ciudad de Mar del Plata, en Argentina, en 2005, pero en esa reunión
entró en crisis debido a los cuestionamientos de Argentina, Brasil, Uruguay y
Venezuela, al punto que el tratado nunca llegó a ser aplicado.
En
esa Cumbre, el presidente argentino Néstor Kirchner, luego de organizar una “contracumbre”,
llamó al presidente estadounidense George W. Bush en una reunión personal, “presidente
hegemónico”.
Por
el contrario, el 1° de enero de 1994, los gobiernos de los Estados Unidos,
Canadá y México suscribieron el Tratado de Libre Comercio, que supuso la
desaparición de barreras comerciales y de inversiones entre los tres países, y
se contrajo el compromiso de eliminar progresivamente los aranceles agrícolas
entre Canadá y los Estados Unidos hasta su desaparición en 1998 y en el 2008
para México.
Pese
a la aplicación de estas políticas, la participación de América Latina en el
comercio mundial nunca logró superar la barrera del cuatro por ciento.
Podría
decirse que en América Latina la caída del Muro sepultó al Estado de Bienestar,
las políticas liberales llevaron a la desregulación de los mercados laborales y
a la descapitalización de los servicios de salud, educación y vivienda social.
Una
década más tarde, según datos del BID y de la CEPAL alrededor de doscientos
millones de los 446 millones de habitantes de la región eran pobres y el 20% vivía
por debajo de la línea de pobreza extrema.
En
la segunda mitad de la década de los noventa, América Latina se vio sacudida
por las crisis económica. En 1994, México, el alumno más brillante y aventajado
de las instituciones financieras internacionales entró en la llamada “Crisis
del Tequila” que sembró pánico entre los inversores internacionales quienes
orientaron sus créditos hacia mercados potencialmente más seguros y
prometedores en Europa Oriental y Rusia, aprovechando la ventana de oportunidad
que allí abrió la Caída del Muro.
Las
crisis siguieron con Brasil y la “Crisis
Caipiriña”, también en 1994. La Argentina logró prolongar cierta
estabilidad económica hasta el “corralito financiero” que terminó con la
paridad cambiaria entre el peso y el dólar (la “convertibilidad” del
ministro de economía argentino Domingo F. Cavallo, también autor del “corralito”)
y provocó la renuncia del presidente radical Fernando de la Rúa, en diciembre
de 2001.
Al
momento de la Caída del Muro, en América Latina gobernaba un conjunto de
presidentes que adhirieron e implementaron el Consenso de Washington y que tras
unos años de gobierno exitosos, cuando cesaron las inversiones extranjeras, no
pudieron sortear las crisis e incluso terminaron siendo procesados por
corrupción y hasta encarcelados: Carlos Salinas de Gortari (01/12/1988 –
30/11/1994) en México, Alberto Fujimori (28/07/1990 – 21/11/2000) y Alejandro
Toledo (28/07/2001 – 28/07/2006) en Perú; y Carlos S. Menem (09/07/1989 – 10/12/1999)
y Fernando de la Rúa (10/12/1999 – 20/12/2001) en Argentina.
La
crisis de los satélites soviéticos
La
Caída del Muro de Berlín aceleró un proceso que se inició en 1985, cuando Mijaíl
Gorbachov se convirtió en secretario General del Partido Comunista de la Unión
Soviética (PCUS) y lanzó sus políticas de Perestroika y Glasnost (reforma y
transparencia).
Estas
políticas fueron acompañadas de un drástico recorte en los fondos que el
Kremlin destinaba a través de su Departamento Internacional al apoyo de los
gobiernos y movimientos insurreccionales en el Tercer Mundo.
Es
importante considerar cuál era la posición de Gorbachov con respecto a América
Latina, tal como se la expresó, el 2 de diciembre de 1989, al presidente
estadounidense George Bush, durante la cumbre que mantuvieron en La Valeta,
Malta, tal como consta en el Archivo Digital del Wilson Institute, publicado
por Juan Bautista “Tata” Yofre, en su libro: “Fue Cuba”[i].
Veamos los extractos más significativos de lo declarado por el secretario
general del PCUS: “Ahora, en Centroamérica -dice Gorbachov-. Vemos cómo se
percibe la situación en América Latina. Pero no está muy claro para nosotros.
Qué quieres de Nicaragua? Hay pluralismo político en ese país, allí hay más
partidos que en los Estados Unidos. Y los sandinistas, ¿qué clase de marxistas
son? Esto es ridículo. ¿Dónde están las raíces del problema? En el centro están
las cuestiones económicas y sociales. ¿Por qué los Estados Unidos no las ven?
Usted dice que el problema principal en Nicaragua es la cuestión del poder.
Bueno, habrá elecciones allí. Que las Naciones Unidas las supervisen. Hablando
francamente, no es asunto nuestro.”
“En
Cuba. Cuba nació sin nuestra ayuda. Más bien, fueron los Estados Unidos quienes
jugaron algún papel en eso. Cuando nació la nueva Cuba, lo aprendimos de los
periódicos. Pero no toquemos la historia. La cuestión ahora es cómo mejorar la
situación actual. Hay un método simple y bien probado: uno tiene que hablar
directamente con Castro. Debe aprender: nadie puede dominarse ante Castro.
También tiene sus propias ideas sobre nuestra perestroika. Quiero enfatizar de
nuevo: no estamos persiguiendo metas en Centroamérica. No queremos adquirir
bases o bastiones allí. Usted debe estar seguro sobre esto.” […]
“La
Unión Soviética no tiene planes con respecto a las esferas de influencia en
América Latina. Esto fue y seguirá siendo el caso. Este continente está ahora
en movimiento. Lo sabe mejor que yo. Estoy de acuerdo con usted: la tendencia
general es positiva, democrática; Las dictaduras cederán paso a las formas
democráticas, aunque se trate de democracias jóvenes, recién formadas, con la
pesada carga del pasado, y su camino será difícil. Nosotros simpatizamos con
estos procesos. No pretendemos interferir con lo que está sucediendo. En cuanto
a Cuba, tenemos ciertas relaciones establecidas con ella; Se remontan a un
cierto período de la historia caracterizado por bloqueos económicos, etc. Ahora
nos gustaría transferir gradualmente nuestras relaciones económicas a una vía
normal. No hay que olvidar que Cuba es un país soberano con su propio gobierno,
sus propias ambiciones y percepciones. No nos toca a nosotros enseñar a Cuba.
Que hagan lo que quieran”, agregó Gorbachov.
Esta
declaración dejó a los Estados Unidos con la manos libres para actuar en
Centroamérica. El 20 de diciembre de ese mismo año, 27.000 hombres de las
fuerzas armadas estadounidenses lanzaron la “Operación Causa Justa”, la
invasión de Panamá. Las
fuerzas militares panameñas fueron desmanteladas y el dictador general Manuel
Antonio Noriega se rindió dos semanas después y fue arrestado. Algo más de
quinientos soldados y civiles panameños murieron durante el conflicto. En 1992,
Noriega fue juzgado en los Estados Unidos por narcotraficante y condenado a una
pena de 40 años de reclusión, bajo la acusación de estar relacionado con el
Cartel de Medellín.
Las afirmaciones de Gorbachov al presidente George
Bush se cumplieron aún después de la disolución de la Unión Soviética. El
presidente Boris Yeltsin retiró las tropas rusas estacionadas en Cuba, en 1993,
y luego cerró la base de recolección de información rusa de Lourdes, en la
Isla.
Con
el retiro de los soviéticos de América Latina, diversos grupos guerrilleros
perdieron su acceso a campos de entrenamiento militar, su abastecimiento de
armamentos y los recursos económicos con que financiaban sus acciones.
Por
lo cual debieron acogerse a “procesos de paz y reinserción social y
política”. En El Salvador, por ejemplo, el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN) firmó el 16 de enero de 1992, los Acuerdos de Paz
de Chapultepec que pusieron fin a doce años de guerra civil.
En
Chile, el Partido Comunista organizó el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en
1983, para llevar adelante la lucha armada contra la dictadura militar del
general Augusto Pinochet Ugarte. El FPMR privado del apoyo soviético, gradualmente
se atomizó en diversos grupúsculos terroristas tras el retorno de la democracia
en Chile, con el triunfo de la Alianza Democrática, en 1990, que llevó a la
presidencia al democristiano Patricio Aylwyn. Sus últimas operaciones de cierta
envergadura fueron el asesinato del senador de la derechista Unión Democrática
Independiente (UDI), Jaime Guzmán Errázuriz, el 1° de abril de 1991 y el
secuestro, el 9 de septiembre de 1991, de Cristián Edwards del Río, uno de los
hijos del dueño del diario El Mercurio, Agustín Edwards Eastman.
Los
grupos terroristas que decidieron continuar con “la lucha armada”
pasaron a financiarse con el cobro de “impuestos revolucionarios”, o sea
extorsionando a las empresas y
pobladores; los secuestros extorsivos o directamente involucrándose en
actividades vinculadas con el narcotráfico. Primero vendiendo protección a las
organizaciones del narcotráfico, sicariato y finalmente encargándose
directamente de la producción, tráfico y comercialización de las drogas.
Esto
ocurrió en Colombia con las FARC y el ELN, en Perú con el Movimiento
Revolucionario Tupac Amaru y el Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso,
entre otros.
Fidel
Castro, en Cuba, privado de la cuantiosa ayuda económica de los soviéticos y
tras la pérdida de sus intercambios económicos a través del Consejo de Ayuda
Mutua Económica del desaparecido Bloque Socialista, se vio obligado, en 1990, a
implantar lo que se denominó como el “Período Especial en Tiempos de Paz”
que provocó una brusca reducción en el PBI cubano del 40% en cuatro años.
La
Isla, privada del petróleo soviético, debió volver a la tracción a sangre, se
implantó un severo racionamiento de alimentos, productos de primera necesidad y
hasta ropa a través de “libretas de abastecimientos”.
Los
Estados Unidos, ansiosos por terminar con el comunismo en Cuba endurecieron sus
sanciones económicas a través de las leyes Torricello (1992) y Helms – Burton
(1996), esperando que en la Isla ocurriera algo similar a lo acontecido en Rusia.
No
obstante, los hermanos Castro resistieron hasta hoy a costa de los terribles
padecimientos extremos del pueblo cubano.
En
Nicaragua, el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, con Daniel
Ortega en la presidencia, sin el apoyo soviético y de los países de Bloque
Socialista (especialmente de la asistencia de inteligencia que le brindaba el
HVA -Hauptverwaltung Aufklärung o Directorio Principal de Inteligencia,
es decir, el servicio de inteligencia exterior- de la desaparecida República
Democrática Alemana) y de Cuba para hacer frente a las sanciones económicas
impuestas por los Estados Unidos y los ataques guerrilleros de “los Contras”;
se vio obligado a convocar a elecciones libres, en 1999.
En
esas elecciones, la candidata de la Unión Nacional Opositora, Violeta Chamorro derrotó a Daniel Ortega por el 54,7% de los
votos contra el 40,8% obtenido por el candidato sandinista.
El
discurso de las izquierdas latinoamericanas
Si
para los gobiernos comunista y los grupos insurreccionales de América Latina la
Caída del Muro resultó una tragedia difícil de superar para las izquierdas de
la región el efecto fue devastador que las sumió en un reflujo de masas que
duraría más de una década.
Por
un lado, perdieron los apoyos materiales que recibían del Departamento
Internacional del PCUS desde Moscú en forma de dinero, participación en eventos
internacionales, cursos de adoctrinamiento político, material de propaganda,
apoyo político y diplomático, etc.
Por
otra parte, el Departamento Internacional conducía a todos los partidos
comunistas y grupos afines en todo el mundo fijando la interpretación oficial
de la situación internacional y la de cada país en función de sus relaciones
con Moscú. Esto reforzaba el “centralismo democrático” y a las
conducciones, que se habían constituido con el beneplácito del PCUS, dentro de
cada partido evitando la formación de líneas internas y camarillas.
Cuando
desapareció la URSS, en 1991, brotaron como hongos las disputas internas y
muchos dirigentes aprovecharon la oportunidad para apropiarse de fondos y
bienes de los partidos comunistas. Muchos de estos partidos desaparecieron o
quedaron reducidos a simples “sellos de goma”, carentes de militantes,
recursos o votos.
Finalmente,
lo más grave para las izquierdas fue la pérdida del “relato”. El
discurso políticos que propiciaba al “modelo soviético”, como el camino
histórico hacia una sociedad más justa, sin clases sociales y se explotación,
se derrumbó irremediablemente con la imagen de miles de alemanes orientales
huyendo de su “paraíso socialista” para arrojarse gustosos en los brazos
de los explotadores capitalistas como si estos fueran sus salvadores.
La
impactante revelación de la vida de privaciones y persecución política por la que
atravesaba la población de estos regímenes políticos eliminó cualquier
posibilidad seria de reivindicar a la Revolución de Octubre, al movimiento
bolchevique y a sus sucesores soviéticos.
Frente
a esta situación, las izquierdas debieron elaborar otro relato, una otra utopía
que permitiera atraer a nuevos conversos para la revolución.
Para
ello, las izquierdas apelaron a otros argumentos ideológicos en una acción
aparentemente divergente, pero cuya finalidad era siempre la misma: posibilitar
que una “vanguardia esclarecida” condujera la lucha política hacia la
construcción de un “gobierno popular” (integrado precisamente por esos
jóvenes dirigentes idealistas dotados de las ideas correctas) capaz de instalar
un “socialismo del siglo XXI”, tal como lo denominaría el expresidente
venezolano Hugo Chávez Frías.
Este
socialismo del siglo XXI, según los países cambiaría de ingredientes, pero en
general adhirió a los siguientes: la defensa de los derechos humanos; la
reivindicación del indigenismo o de las culturas originarias; la defensa del
medio ambiente, la lucha contra el cambio climático; las políticas de género,
la promoción del matrimonio gay y el derecho al aborto; la protección de los
migrantes irregulares, la lucha contra todas las formas de discriminación, etc.
La
reivindicación de los derechos de los denominados “pueblos originarios”,
adquirió especial relevancia al celebrarse, en 1992, el Quinto Centenario del
descubrimiento de América o de la llegada de Cristóbal Colón al nuevo
continente.
La
celebración llevó a reflotar “la Leyenda Negra” contra la colonización
española del nuevo continente, generó propuestas tan disparatadas como la de
demandar indemnizaciones por el oro y la plata que España se llevó de América.
En
este orden de propuestas bizarras, en 2019, el presidente de México, Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) declaró: “Envié una carta al Rey de España y
otra carta al Papa para que se haga un relato de agravios y se pida perdón a
los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como
derechos humanos.”
Como
tanto el rey como el Papa se negaron a aceptar el insólito requerimiento del
presidente mexicano. En 2024, el gobierno de México decidió excluir al Rey de
España, Felipe VI, de la ceremonia de asunción de la presidencia del país por
parte de Claudia Sheinbaum, sucesora de AMLO.
En
2013, la entonces presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner,
ordenó retirar la estatua de Cristóbal Colón, donada por la comunidad italiana
de Buenos Aires, con motivo del Centenario de la Independencia argentina, en
1910, situada a espaldas de la Casa Rosada mirando hacia el Río de la Plata.
En
su reemplazó, ordenó colocar una estatua de la guerrillera boliviana Juana
Azurduy, quien peleo contra la dominación española a comienzos del siglo XVIII.
Balance
Final
La
Caída del Muro de Berlín en América Latina posibilitó la implantación del
Consenso de Washington, la instalación de gobiernos liberales que más tarde o
más temprano terminaron fracasando en medio de la crisis económica y serias
acusaciones de corrupción. El saldo positivo de la década de los noventa fueron
los procesos de integración económica como el Tratado de Libre Comercio entre
Estados Unidos, Canadá y México y el Mercosur creado inicialmente por
Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay y al que se agregó más tarde Venezuela y
otros países asociados como Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam.
En
ese contexto, las izquierdas de la región abandonaron el relato de la “defensa
de la patria del socialismo” ante el derrumbe inocultable del camino soviético
al socialismo pasando a un discurso que propicia un socialismo del siglo XXI
basado en nuevos argumentos: la defensa de los derechos humanos, el
indigenismo, las políticas de género y la defensa del medio ambiente.
Un
discurso claramente antiliberal, anticapitalista y muy emparentado con la
cultura woke.
El
fracaso de los gobierno liberales también permitió el acceso al poder de
líderes populistas como Hugo Chaves Frías, en Venezuela, Néstor y Cristina
Kirchner en Argentina; Luis Inacio “Lula” da Silva en Brasil; Evo
Morales en Bolivia; Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua y más
tarde Andrés Manuela López Obrador en México; Gustavo Petro en Colombia y
Gabriel Boric en Chile.
Tal
como puede apreciarse, la Caída del Muro de Berlín dio paso a grandes
transformaciones en América Latina.
[i] YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Fue Cuba, Ed. Sudamericana. Bs. As. 2014.