Nepal, tierra de montañas míticas y
de espiritualidad ancestral, enfrenta un brote de violencia política que obliga
a redefinir su pacto social y político para evitar que la joven república
naufrague en un mar de inestabilidad.
Contenido:
Buenos
Aires: Encajonado entre dos gigantes, India y China, la República Federal
Democrática de Nepal es un país cuya geografía ha condicionado tanto su
historia como su presente. Con una superficie de 147.182 kilómetros cuadrados, se
encuentra ubicado en el Himalaya, rodeado en el norte por la República
Popular China y en el sur por la India.
Este
pequeño estado himalayo alberga ocho de los catorce picos más altos del mundo,
incluido el Everest (8.849 metros). Sus territorios se extienden desde las
húmedas llanuras del Terai hasta las cumbres gélidas que rozan el cielo. La
capital, Katmandú, situada en un fértil valle, concentra buena parte de su
población y es el epicentro de su vida política y cultural.
Una
república joven con viejas fracturas
Nepal
es hoy una república federal democrática, pero su camino hacia esta forma de
gobierno ha sido convulso. Hasta 1990 fue una monarquía absoluta, más tarde una
monarquía parlamentaria, y finalmente una república proclamada en 2008, tras
una sangrienta guerra civil que dejó más de 12.000 muertos. La Constitución de
2015 dividió el país en siete provincias y estableció un sistema parlamentario,
con un presidente como jefe de Estado y un primer ministro como jefe de
Gobierno.
El
pluralismo político es intenso, pero también caótico. Más de una veintena de
partidos han tenido representación en la Asamblea, lo que se traduce en
alianzas frágiles y gobiernos de corta duración. Desde la abolición de la
monarquía, ningún Ejecutivo ha logrado completar un mandato sin sobresaltos.
De
la monarquía al laberinto republicano
La
caída de la dinastía Shah, en 2008, tras más de 240 años de reinado, abrió un
proceso de transformación que se celebró como histórico. Los maoístas, que
durante una década habían combatido en la selva y en las aldeas contra el
Ejército real, entraron en la arena política y se convirtieron en una de las
principales fuerzas parlamentarias. Sin embargo, las promesas de estabilidad y
desarrollo pronto se vieron erosionadas por la corrupción, el clientelismo y la
rivalidad entre facciones.
Los
desastres naturales —como el devastador terremoto de 2015— y las tensiones con
India y China han añadido más capas de vulnerabilidad. A ello se suma una
economía dependiente de las remesas de millones de nepalíes que emigran cada
año a Oriente Medio y al sudeste asiático.
El
estallido de 2025: la generación Z contra la élite
La
actual crisis estalló a principios de septiembre, cuando el Gobierno de Khadga
Prasad Sharma Oli bloqueó 26 plataformas de redes sociales, entre ellas
Facebook, X y YouTube, alegando incumplimiento de regulaciones locales. La
medida, en un país donde el 80 % del tráfico de Internet pasa por estas
plataformas, fue percibida como un intento de censura. La reacción fue
inmediata: miles de jóvenes —la llamada “protesta de la Generación Z”—
salieron a las calles.
Lo
que empezó como una defensa de la libertad digital se transformó en un
cuestionamiento frontal al sistema político. La indignación se alimentó del
desempleo juvenil, cercano al 20 %, y del rechazo a los llamados “Nepo Kids”,
hijos de políticos y empresarios que exhiben lujos en redes sociales mientras
la mayoría del país sobrevive con dificultades.
La
represión policial, que dejó al menos 19 muertos el 8 de septiembre, convirtió
las protestas en un estallido social sin precedentes desde 2006. Al día
siguiente, los manifestantes incendiaron el Parlamento y atacaron las
residencias de varias figuras políticas, entre ellas el ex primer ministro Sher
Bahadur Deuba y la canciller Arzu Rana Deuba. La violencia alcanzó niveles
dramáticos: la esposa de otro exjefe de Gobierno fue quemada viva en su casa y
el ministro de Finanzas, Bishnu Paudel, fue desnudado y arrojado al río Bagmati
por la turba.
Renuncias
en cascada y vacío de poder
Acorralado,
Oli dimitió el 9 de septiembre en una carta dirigida al presidente Ram Chandra
Poudel. Antes lo habían hecho el ministro del Interior y otros miembros del
gabinete. Veinte diputados del Rastriya Swatantra Party renunciaron en bloque y
pidieron un “gobierno civil interino”. Naciones Unidas y Amnistía
Internacional exigieron una investigación independiente por el uso de munición
real contra los manifestantes.
La
renuncia del primer ministro, lejos de calmar los ánimos, ha abierto un vacío
de poder en un país que acumula crisis políticas desde la abolición de la
monarquía. El Ejército se ha desplegado en las calles de Katmandú y en otras
ciudades, pero su papel futuro en la gobernabilidad del país sigue siendo
incierto.
Un
futuro en suspenso
El
levantamiento juvenil ha puesto en evidencia las fracturas de una república
todavía en construcción. El detonante fue la prohibición de las redes sociales,
pero en el fondo laten reclamos más profundos: el hartazgo ante la corrupción
endémica, la precariedad económica y una élite política incapaz de ofrecer
respuestas.
Nepal,
tierra de montañas míticas y de espiritualidad ancestral, enfrenta ahora un
desafío de otra naturaleza: redefinir su pacto social y político para evitar
que la joven república naufrague en un mar de inestabilidad.
Escenarios
para Nepal tras la crisis de 2025
1. Transición
ordenada hacia un gobierno interino
El
Parlamento, presionado por la sociedad civil y la comunidad internacional,
acuerda formar un gobierno provisional de unidad nacional con participación de
las principales fuerzas políticas y figuras independientes. Este Ejecutivo
tendría el mandato de convocar elecciones anticipadas, restablecer la confianza
institucional y aprobar reformas para limitar la corrupción y garantizar la
transparencia. Este escenario abriría un camino difícil, pero viable, hacia la
estabilización.
2. Escalada
de violencia y militarización del poder
Las
protestas continúan y la violencia se intensifica, el Ejército podría asumir un
papel central en la gobernabilidad, ya sea de manera formal —con un gobierno
militar— o indirecta, tutelando a un Ejecutivo débil. Esto supondría un
retroceso democrático y una posible radicalización de la sociedad, con riesgo
de que el país entre en un ciclo prolongado de inestabilidad y represión.
3. Reforma
política negociada con protagonismo juvenil
La
llamada “Generación Z” consigue mantener la presión social y fuerza a la
élite política a emprender una reforma profunda. Se discutiría una nueva ley
electoral, la regulación de la corrupción y mecanismos de participación
directa. De materializarse, este escenario podría sentar las bases de una
democracia más inclusiva, con un recambio generacional en la política y una
nueva legitimidad para el sistema republicano.