La oposición en Argentina enfrenta el dilema de como transitar dos años con un gobierno débil. El problema radica en cuanto oponerse y cuanto apoyar al gobernó para que cumpla la totalidad de su mandato.
Algunos dirigentes de la oposición en Argentina parecen
considerar que, de no mediar algún hecho fortuito (como fue la intempestiva
muerte de Néstor Kirchner en 2010) el Frente de Todos (FdeT) perderá las
elecciones presidenciales de 2023.
Entonces habrá llegado la oportunidad para un nuevo
gobierno de Juntos por el Cambio (JxC).
Están convencidos que el gobierno no encuentra el rumbo
para encaminar la economía ni para resolver el acuciante problema del
endeudamiento externo. Aferrados al más puro populismo el gobierno kirchnerista
o no sabe que hacer o no está dispuestos a sumir los costos políticos y
sociales de efectuar un severo ajuste de tarifas, subsidios y salarios que
reduzca el sobredimensionado déficit fiscal.
Esta limitación impide al gobierno formular un plan económico
racional y posible. También lo fuerza a financiarse en base a impuestos e
inflación reciente.
Tanto Alberto Fernández como Cristina Kirchner saben o
intuyen que no podrán hacer nada en los próximos veinte meses que les restan de
gestión hasta las próximas elecciones para mejorar la acuciante situación por
la cual atraviesa más de la mitad de los argentinos.
Aspiran tan sólo a gobernar decorosamente y preservar su
base electoral de aproximadamente un 30% del electorado. Están dispuestos a
resignar el gobierno en 2023, una vez que haya resulto sus problemas judiciales
y puedan garantizarse un cierto grado de impunidad a futuro.
Saben que un ajuste sobre los sectores más vulnerables y
una reducción del sobredimensionado aparato estatal son inevitables, pero
pretenden que lo implemente otro gobierno para que sea quien afronte los inevitables
costos políticos que acarreará.
La oposición por su parte, necesita que el gobierno de
Alberto Fernández complete su mandato y se haga evidente para el electorado la
incapacidad del peronismo de administrar al país en tiempos de “vacas flacas”,
cuando no hay otra cosa que distribuir que pobreza.
Para ello, como dijera el olvidado dirigente radical
Ricardo Balbín del gobierno de María Estela Martínez de Perón: “Que llegue
con muletas (al final del mandato) pero que llegue.” Por lo tanto,
Alberto Fernández debe entregar el 10 de diciembre de 2023 el bastón y la banda
a un nuevo presidente elegido por el voto popular.
Los dirigentes de JxC no quieren ser acusados de
desestabilizadores o golpistas, tampoco están dispuestos a que el kirchnerismo
abandone el gobierno como una víctima del contubernio entre ellos y los “poderes
concentrados”.
Esto explica, en parte, porqué los legisladores opositores
permitieron la aprobación del proyecto oficial sobre bienes personales. Después
del fracaso de la ley sobre el Presupuesto Nacional una nueva derrota en
Diputados en tan corto tiempo hubiera desestabilizado peligrosamente al
gobierno. Al mismo tiempo, los impuestos que establezca el actual gobierno servirán
también al próximo gobierno que recaudará estos tributos sin pagar costo
alguno. Hasta puede prometer en la próxima campaña electoral que los suprimirá
para luego olvidarse del tema. Tal como hizo con la “Ley de Alquileres”
que prometió suprimir para rápidamente abandonar el tema.
De allí “el viejo truco”, tal como diría el Super
Agente 86, de hacer faltar a algunos diputados para permitir el ajustado
triunfo oficialista.
En síntesis, la estrategia opositora parece consistir en
mantener la suficiente presión sobre el gobierno como para limitar su libertad
de acción e impedirle maniobrar, pero sin provocar su colapso. Una tarea fácil
de pensar y muy difícil de implementar.
Especialmente, por que el kirchnerismo ha demostrado una
excepcional habilidad para “sacar conejos de la galera”. Es decir, para
efectuar maniobras imprevistas y cambiar el tablero con gran éxito. Tal como
ocurrió con la impensable candidatura presidencial de Alberto Fernández en
2019.
Por otra parte, un sector del electorado opositor demanda
un accionar más enérgico contra el kirchnerismo. Esta ala dura de halcones vuelca
su apoyo hacia dirigentes opositores más radicalizados tanto dentro del JxC
(Patricia Bullrich, Luis Juez e incluso Mauricio Macri) como de fuera de esta
alianza: Javier Milei o José Luis Espert entre otros.
Así, el sector más moderado, dialoguista y próximo a las
ideas de la socialdemocracia europea dentro de Juntos por el Cambio
representado por Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal o Martín Lousteau,
se ven presionados por izquierda desde el kirchnerismo y por derecha por los
halcones de su propia coalición y el crecimiento electoral de las corrientes económicamente
liberales y socialmente conservadoras que esgrimen un atractivo discurso
provida, anti ideología de género, anti estatista, y promercado ante un
electorado que no se siente representado por dirigentes atados a los intereses
partidarios y al discurso de lo políticamente correcto. Políticos a quienes generalmente
las variaciones de la opinión pública en las encuestas le impiden tener
pensamiento propio.
En la medida que los errores del gobierno kirchnerista se
prolonguen y el malhumor social siga incrementándose -con cortes de luz, erróneo
manejo de la pandemia del COVID, voracidad fiscal descontrolada, alta
inflación, precios máximos que nadie respeta, limitaciones a las exportaciones
e importaciones, devaluación sostenida del peso y caída de las reservas- más
difícil será para oposición moderada continuar sosteniendo encubiertamente al
gobierno de Alberto Fernández.
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