miércoles, 10 de septiembre de 2025

Crisis en el techo del mundo



Nepal, tierra de montañas míticas y de espiritualidad ancestral, enfrenta un brote de violencia política que obliga a redefinir su pacto social y político para evitar que la joven república naufrague en un mar de inestabilidad.

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Buenos Aires: Encajonado entre dos gigantes, India y China, la República Federal Democrática de Nepal es un país cuya geografía ha condicionado tanto su historia como su presente. Con una superficie de 147.182 kilómetros cuadrados, se encuentra ubicado en el Himalaya, rodeado en el norte por la República Popular China y en el sur por la India.

Este pequeño estado himalayo alberga ocho de los catorce picos más altos del mundo, incluido el Everest (8.849 metros). Sus territorios se extienden desde las húmedas llanuras del Terai hasta las cumbres gélidas que rozan el cielo. La capital, Katmandú, situada en un fértil valle, concentra buena parte de su población y es el epicentro de su vida política y cultural.

Una república joven con viejas fracturas

Nepal es hoy una república federal democrática, pero su camino hacia esta forma de gobierno ha sido convulso. Hasta 1990 fue una monarquía absoluta, más tarde una monarquía parlamentaria, y finalmente una república proclamada en 2008, tras una sangrienta guerra civil que dejó más de 12.000 muertos. La Constitución de 2015 dividió el país en siete provincias y estableció un sistema parlamentario, con un presidente como jefe de Estado y un primer ministro como jefe de Gobierno.

El pluralismo político es intenso, pero también caótico. Más de una veintena de partidos han tenido representación en la Asamblea, lo que se traduce en alianzas frágiles y gobiernos de corta duración. Desde la abolición de la monarquía, ningún Ejecutivo ha logrado completar un mandato sin sobresaltos.

De la monarquía al laberinto republicano

La caída de la dinastía Shah, en 2008, tras más de 240 años de reinado, abrió un proceso de transformación que se celebró como histórico. Los maoístas, que durante una década habían combatido en la selva y en las aldeas contra el Ejército real, entraron en la arena política y se convirtieron en una de las principales fuerzas parlamentarias. Sin embargo, las promesas de estabilidad y desarrollo pronto se vieron erosionadas por la corrupción, el clientelismo y la rivalidad entre facciones.

Los desastres naturales —como el devastador terremoto de 2015— y las tensiones con India y China han añadido más capas de vulnerabilidad. A ello se suma una economía dependiente de las remesas de millones de nepalíes que emigran cada año a Oriente Medio y al sudeste asiático.

El estallido de 2025: la generación Z contra la élite

La actual crisis estalló a principios de septiembre, cuando el Gobierno de Khadga Prasad Sharma Oli bloqueó 26 plataformas de redes sociales, entre ellas Facebook, X y YouTube, alegando incumplimiento de regulaciones locales. La medida, en un país donde el 80 % del tráfico de Internet pasa por estas plataformas, fue percibida como un intento de censura. La reacción fue inmediata: miles de jóvenes —la llamada “protesta de la Generación Z”— salieron a las calles.

Lo que empezó como una defensa de la libertad digital se transformó en un cuestionamiento frontal al sistema político. La indignación se alimentó del desempleo juvenil, cercano al 20 %, y del rechazo a los llamados “Nepo Kids”, hijos de políticos y empresarios que exhiben lujos en redes sociales mientras la mayoría del país sobrevive con dificultades.

La represión policial, que dejó al menos 19 muertos el 8 de septiembre, convirtió las protestas en un estallido social sin precedentes desde 2006. Al día siguiente, los manifestantes incendiaron el Parlamento y atacaron las residencias de varias figuras políticas, entre ellas el ex primer ministro Sher Bahadur Deuba y la canciller Arzu Rana Deuba. La violencia alcanzó niveles dramáticos: la esposa de otro exjefe de Gobierno fue quemada viva en su casa y el ministro de Finanzas, Bishnu Paudel, fue desnudado y arrojado al río Bagmati por la turba.

Renuncias en cascada y vacío de poder

Acorralado, Oli dimitió el 9 de septiembre en una carta dirigida al presidente Ram Chandra Poudel. Antes lo habían hecho el ministro del Interior y otros miembros del gabinete. Veinte diputados del Rastriya Swatantra Party renunciaron en bloque y pidieron un “gobierno civil interino”. Naciones Unidas y Amnistía Internacional exigieron una investigación independiente por el uso de munición real contra los manifestantes.

La renuncia del primer ministro, lejos de calmar los ánimos, ha abierto un vacío de poder en un país que acumula crisis políticas desde la abolición de la monarquía. El Ejército se ha desplegado en las calles de Katmandú y en otras ciudades, pero su papel futuro en la gobernabilidad del país sigue siendo incierto.

Un futuro en suspenso

El levantamiento juvenil ha puesto en evidencia las fracturas de una república todavía en construcción. El detonante fue la prohibición de las redes sociales, pero en el fondo laten reclamos más profundos: el hartazgo ante la corrupción endémica, la precariedad económica y una élite política incapaz de ofrecer respuestas.

Nepal, tierra de montañas míticas y de espiritualidad ancestral, enfrenta ahora un desafío de otra naturaleza: redefinir su pacto social y político para evitar que la joven república naufrague en un mar de inestabilidad.

Escenarios para Nepal tras la crisis de 2025

1.    Transición ordenada hacia un gobierno interino

El Parlamento, presionado por la sociedad civil y la comunidad internacional, acuerda formar un gobierno provisional de unidad nacional con participación de las principales fuerzas políticas y figuras independientes. Este Ejecutivo tendría el mandato de convocar elecciones anticipadas, restablecer la confianza institucional y aprobar reformas para limitar la corrupción y garantizar la transparencia. Este escenario abriría un camino difícil, pero viable, hacia la estabilización.

2.    Escalada de violencia y militarización del poder

Las protestas continúan y la violencia se intensifica, el Ejército podría asumir un papel central en la gobernabilidad, ya sea de manera formal —con un gobierno militar— o indirecta, tutelando a un Ejecutivo débil. Esto supondría un retroceso democrático y una posible radicalización de la sociedad, con riesgo de que el país entre en un ciclo prolongado de inestabilidad y represión.

3.    Reforma política negociada con protagonismo juvenil

La llamada “Generación Z” consigue mantener la presión social y fuerza a la élite política a emprender una reforma profunda. Se discutiría una nueva ley electoral, la regulación de la corrupción y mecanismos de participación directa. De materializarse, este escenario podría sentar las bases de una democracia más inclusiva, con un recambio generacional en la política y una nueva legitimidad para el sistema republicano.

 

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